20. La discordia y la rosa

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En el pasillo que une los innumerables departamentos, ocupados por inquilinos que en su persona no poseen un fragmento de normalidad, se vive un ambiente frío e irremediablemente silencioso ante la falta de visitas

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En el pasillo que une los innumerables departamentos, ocupados por inquilinos que en su persona no poseen un fragmento de normalidad, se vive un ambiente frío e irremediablemente silencioso ante la falta de visitas. A una semana del atentado, el Mundo Oscuro está de luto.

Erick Anderson, ya recuperado y con incontables indicaciones médicas dando vueltas en su cabeza, se dedica a leer atentamente la última publicación del Diario la Iluminada. Aunque aparenta concentrarse en las letras, su cabeza se encuentra en un dilema que tiene nombre y apellido:

Henry Ferale. Su padre biológico que insiste en querer hablar con él. 

No es un hecho al que Erick quiera otorgarle demasiada importancia, ni siquiera comprende que es exactamente lo que le molesta en su interior. Jamás ha visto a su padre, probablemente eso es lo que más teme; un aplazado encuentro con el cual él no está dispuesto a lidiar en estos días.

Quizás sea una mera coincidencia para Erick, o el hecho de llevar sentado en un banco del pasillo alrededor de media hora, pero sean cual sean los intermediarios, Samantha Leig se cruza en su camino.

La joven rubia se sobresalta al encontrarse repentinamente a Erick en el pasillo. Aunque su sorpresa, producto también de su distracción, se convierte pronto en un sentimiento de incomodidad al momento en que sus ojos cruzan mirada con los de Erick.

El brujo entrecierra los ojos con incredulidad. Ya estaba al tanto de la presencia de Samantha en el edificio, y sabía que existía la posibilidad de un encuentro con ella, aunque se negaba a creer que la joven tuviera el descaro de presentarse así nada más.

—Vaya, vaya, vaya —habla Erick dejando a un lado el diario —. Así que es verdad, si estás dando vueltas por aquí —termina mencionando con un tono de falsa diversión.

—Hola, Erick. También es un gusto volver a verte —responde Samantha esquivando su mirar.

—No dije que fuera un gusto para mí. Pero si entiendo que sea un gusto para ti verme, Samanta.

—Creí que estabas en el hospital —comenta la joven.

—Yo creí que estabas trabajando en Brasil —puntúa Erick con leve curiosidad.

Samantha no parece querer seguir con la conversación. Su incomodidad ante la presencia de Erick es evidente, en su ceño fruncido, sus ojos intentando ver hacia cualquier otra parte menos al semblante enseriado de Erick, sin mencionar su tic nervioso de acomodar su sedoso cabello rubio platinado aunque este no se encuentra desalineado.

—Bueno —titubea ella al no soportar el silencio —. Vine para realizar unos trabajos de relaciones públicas, ya sabes, con todo esto del atentado contra el Imperio, hay mucho de qué hablar.

—Y, yo supongo, que también aprovechaste tu repentina llegada para ver a Marcus —enuncia Erick llegando a un punto repleto de tensión para ambos —. Oí que estabas por aquí, pero no creí que tuvieras el descaro de quedarte en su departamento como si nada hubiese ocurrido.

Lux: Hospital para monstruos ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora