»Capítulo 5«

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Cuatro de octubre de 2015.

—¿Qué carajos pasa?

Georgette entró al lugar soltando todo lo que su boca francesa pudiera decir sin el temor de ser reprochada por la encargada del trabajo o incluso por alguien de su edificio de apartamentos.

Por el momento, estaba en el de Helena Barton, aproximándose y pidiendo permiso para entrar hasta que la mujer morocha la dejó y finalmente volvió a hablar.

—No has ido al trabajo.

—Lo sé —dijo Helena.

—Me enviaste las recetas, pero eso fue todo.

—Lo sé —repitió.

—¿Te pasa algo? Creí que al principio estabas enferma, pero yo te veo totalmente bien y...

—Georgette...

—¿Fue el ambiente de trabajo? Podemos hablar con la dueña o...

—Georgette —la volvió a llamar, pero al ver que seguía hablando, alzó la voz—. Georgette.

La francesa dejó de hablar. En ese instante, la morocha presionó sus labios y entonces soltó un suspiro.

—No estoy enferma. No fui al trabajo porque...

Guardó silencio.

—¿Porque...?

Helena parpadeó y sus ojos repentinamente se empañaron. La rubia presente unió sus cejas con confusión.

—Helena...

—Estoy embarazada —y su voz se quebró, intentando no fruncir los labios en un ligero puchero con el llanto amargo que bañaba su rostro en una melancolía, angustia y pánico.

—¿Qué? Helena, eso...

—No puedo, no puedo estarlo —repetía al interrumpirla y después se llevó la mano a la boca, intentando contener el sollozo—. ¿Qué voy a hacer?

—Oye, oye... —Georgette le tomó los brazos y después la detuvo de al menos seguir llorando—. Hablemos, ¿de acuerdo? ¿Te preparo algo?

Helena entonces empezó a intentar calmarse. La francesa no tardó entonces en guiarla hasta el sillón que era el único mueble hasta ese momento.

Al sentarse, Georgette se arrodilló y la ayudó a respirar, intentando poder guardar la calma. Cuando lo logró, finalmente parpadeó un par de veces hasta que la rubia le apretó la mano.

—¿Estás segura?

—Hice cuatro pruebas caseras. Tres de ellas positivas, Georgette —afirmó y luego sorbió de su nariz, negando al tiempo con la cabeza—. Yo no...yo ni siquiera debería...

—¿Cuánto tiempo tienes?

—Seis semanas. Tal vez siete.

—Helena, ¿no quieres ir al hospital? Podrían incluso en el trabajo ayudarte, la dueña puede ser flexible contigo y...

—No es eso, eso no me preocupa, es que... —hizo una pausa, su labio volvió a temblar y agregó—. Es que estoy sola.

—No lo estás. Me tienes a mí —y su mano tomó la de la morocha—. No de una forma romántica, créeme, eres atractiva y todo, pero...

Hizo reír a Barton con esa clase de comentario, pero entonces los ojos de Helena se volvieron a humedecer y sólo logró a contener un sollozo.

—Pero aunque apenas te conozca, créeme que te has vuelto muy importante, Barton —le apretó con suavidad la mano—. Y nunca estarás sola. Nunca.

𝐒𝐚𝐯𝐞 𝐲𝐨𝐮 𝐟𝐫𝐨𝐦 𝐇𝐞𝐥𝐥 [𝐌𝐚𝐭𝐭 𝐌𝐮𝐫𝐝𝐨𝐜𝐤]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora