»Capítulo 41«

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—Matt. Matthew —ella le movió el brazo, pero él sólo respiraba y sus ojos deambulaban por todas partes—. Matthew, ¿puedes oírme?

—Hele...Helena... —dijo el hombre en respuesta y la morocha unió sus cejas antes de tomarle la cabeza, después los brazos y finalmente por debajo de estos, jalando con fuerza mientras él se quejaba.

Lo arrastró por el suelo en un intento de poder ayudarlo a recostarse en el sofá.

En cuanto lo logró, le sostuvo la cabeza con delicadeza y maldijo varias veces antes de voltearse y encaminarse hasta el botiquín que recordaba haber visto en los cajones inferiores de la cocina.

Al hallarlo, corrió de vuelta a la sala de estar y se arrodilló frente al sofá, abriendo de golpe una gaza y la botella de alcohol, lista para comenzar a limpiarle las heridas. En cuanto hizo contacto, Matt soltó un jadeo mientras alzaba la cabeza y presionaba sus dedos sobre el antebrazo de la mujer. Helena sólo atinó a quitarle la mano sin decir nada, aún cuando lo único que quería era gritarle y empujarlo. 

Se mantuvo en silencio durante todo el tiempo en que se encargó de limpiarle la herida en la frente y en buscarle un abrigo de estilo cazador que encontró en su armario de golpe. No tardó en ayudarlo a sostenerse sentado, le colocó con delicadeza la prenda en la parte superior desnuda del torso y Matthew inclinó su rostro hacia enfrente, dejando que, por un instante, disfrutara el aroma dulzón que aún desprendía ella.

—Quédate quieto —fue lo único que dijo ella, tragándose el nudo en su garganta antes de por fin alejarse y mirar al hombre que durante seis meses creyó haber perdido. Retrocedió con torpeza y se limpió la mejilla con la muñeca. 

Matthew sabía lo que pasaba con ella. Podía escuchar el retumbar de sus latidos veloces golpeándole en los tímpanos, incluso el nudo que intentaba pasar por su esófago para intentar por un momento mantener la compostura. Pero, muy en el fondo, ambos sabían que sólo estaban engañándose y Helena se alejó a la cocina para lavarse las manos después de todo lo que hizo por él.

¿Qué acaso merecía esto? ¿Merecía estar ahora mismo sin poder hablar por el repentino golpe de llanto que sabría que causaría que se le contrajera el cuerpo hasta caer perdida en su propia miseria?

¿Acaso Matthew no pensó en qué hubiera pasado si ella se enteraba?

Se limpió la sangre de las yemas de sus dedos y finalmente se secó con un trapo limpio, girándose para ver que Matt volvía a erguirse, quejándose por el dolor y ocasionando que la morocha corriera para pararlo. Le sostuvo con firmeza el pecho, empujándolo y obligándolo a volver a tumbarse.

—Tienes que quedarte acostado.

—Helena...

—No digas ni una puta palabra más, Murdock —le interrumpió la mujer entre dientes, dejando que su propia ira se extendiera y se mostrara en el exterior—. Vuelve a tumbarte.

Y no tuvo ni piedad al dejarlo con fuerza, causando que Matthew entreabriera la boca y moviera la cabeza. Su mano se extendió hasta tomar la de ella, la cual aún descansaba sobre su pecho y sintió la ferviente caricia cálida que desprendía su piel.

—Te lo agradezco.

Helena soltó una risa sarcástica y se zafó de su agarre con un movimiento cortante y distanciado.

—Me quedaré por si vuelves a hacer una maldita estupidez.

—Sabes que no puedes.

—¿Y quién va a detenerme? ¿Tú, el moribundo cabrón que no tiene las bolas para dar la cara durante los últimos seis meses y avisar que en realidad jamás murió? —Matt lamió sus labios y los entreabrió, pero ni siquiera le salió alguna sílaba de la garganta—. Si, eso creí —se giró sobre sus talones y sólo se encaminó al otro sofá que había al lado.

𝐒𝐚𝐯𝐞 𝐲𝐨𝐮 𝐟𝐫𝐨𝐦 𝐇𝐞𝐥𝐥 [𝐌𝐚𝐭𝐭 𝐌𝐮𝐫𝐝𝐨𝐜𝐤]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora