»Capítulo 31«

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Treinta y uno de octubre de 2016.

Helena volvió a soñar. Esta vez se trataba de su padre.

Barney Barton estaba sentado en la mesa del comedor, tan joven y extraordinariamente entusiasmado. Sonreía, lo hacía mucho y a su hija aquello le asombró y alegró.

Su padre siempre era feliz cuando ella estaba cerca. Pero, por las noches, en ocasiones, Helena lo escuchaba tener problemas de pagos, arranques de ira, altas horas en la madrugada practicando para alejar los pensamientos.

Helena tenía diez cuando su padre murió. Eso fue hace veinte años atrás. Y ahora tenía treinta y uno, lo cual provocó que por un momento un nudo en la garganta apareciera de inmediato en la zona.

—Hola —le saludó Barney, alzándose de su asiento y girándose para estar frente a frente de su hija—. Hola, mi niña, ¿cómo has estado?

—Hola —y al decir esa única palabra, la voz se le quebró.

Retuvo que su rostro se contrajera por el llanto, pero su padre se dio cuenta de aquello y sólo sonrió compresivamente, tomándole las mejillas e inclinándose para mirarla a los ojos.

—Mi pequeña Lena... —expresó él y envolvió a su hija entre sus brazos, aproximándola. Le besó la frente, la aferró en su abrazo y agregó—. Feliz cumpleaños, mi niña.

—Tengo tu edad... —balbució la morocha con la voz entrecortada. Tragó saliva, se alejó un poco y elevó sus ojos para ver el rostro de su padre—. Tengo tu edad, papá.

—Y la pasarás. Lo harás porque aún te queda mucho por hacer.

—A ti también te quedaba mucho, papá.

Barney suspiró con esa pesadez que dejó un instante inmóvil a su hija. Helena sintió tan real aquella caricia paternal de él contra su mejilla. La forma en que sonreía parecía genuina, completamente repleta de ternura y paciencia.

Pero, en cambio, sus ojos eran tristes. Estaban opacos, llenos de una melancolía que nunca antes había observado en aquel hombre con un descontrol de ira y rabia mientras esparce su venganza en las personas.

—Pero iba a pasar —soltó en un tono tan bajo que imitaba un balbuceo. Helena negó un momento, pero Barney añadió—. Y pasó porque así debía ser, porque yo me lo busqué y... —su hija sollozó—. No, no llores, mi niña. No llores que aquí estoy. Aquí estoy y estaré siempre que me necesites.

—Es hoy —le recordó ella, pero era más un aviso para sí misma de que era su cumpleaños.

—Y hoy estaré allí. No lo olvides, mi niña. Nunca —le tomó los hombros, la alejó un momento de su cuerpo y entonces le sonrió cariñosamente como un padre a su hija—. Estoy orgulloso de ti, mi Lena. Te amo.

—Yo te amo más —expuso Helena y de nuevo se dieron un último abrazo hasta que todo se tornó blanco.

Y al volver a abrir sus ojos, la mujer se encontró completamente sola en la cama. Se talló sus ojos, se inclinó hacia enfrente y escuchó el grito de entusiasmo de su niña.

Cuando se estaba apenas recobrando, intentando moverse para salir de la cama, finalmente sintió algo escurrir por su mejilla. Se llevó la mano a la zona y encontró la humedad que había dejado sus lágrimas.

Pensó en ello, incluso quiso volver a repetir todo, teniendo la sensación cálida de su padre abrazándola. Sin embargo, la puerta se abrió y entró Matthew con la pequeña Michelle en sus brazos.

—Se supone que mamá debería estar durmiendo para despertarla con la canción del feliz cumpleaños, ¿no es así, Ellie?

Matt se movió un poco e hizo que Michelle diera un pequeño brinco en sus brazos, así que eso causó que la bebé riera y moviera sus bracitos con alegría. La sonrisa característica de Murdock se esbozó en sus labios y entonces Helena se contagió de esa actitud.

𝐒𝐚𝐯𝐞 𝐲𝐨𝐮 𝐟𝐫𝐨𝐦 𝐇𝐞𝐥𝐥 [𝐌𝐚𝐭𝐭 𝐌𝐮𝐫𝐝𝐨𝐜𝐤]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora