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"Nadie más que quien lo siente puede entenderlo, ¿verdad? Pues sintámoslo y que se acabe el mundo ahí afuera."

-Elísabet Benavent.

[Aidan]

Descubro que he sido poco observador, hay una nevera muy pequeña en una esquina de la habitación. Supongo que habrá agua, té, o algo que le pueda ayudar a sentirse mucho mejor.

Suspiro y camino directo ahí, rebusco algo que pueda ingerir, aunque la mayoría son bebidas con exceso de azúcares y alcohol que no creo que ayuden mucho en su estado anímico. Como el loco paranoico que despertó en mi hace poco, me pongo a revisar la etiqueta de información, no me parece suficiente así que lo abro y lo olfato con extrema precaución.

Por un segundo olvidó mi objetivo, hasta que escucho que ___ sorbe su nariz.

-No quise decir eso, Aidan. Perdóname- pide con un balbuceo casi comprensible del todo.
-No pasa nada.
-Si pasa- dice asustada- No quiero que pienses que me he arrepentido de algo, porque no es así. Yo viaje hasta ti porque no quería perderte. No quiero hacerlo.
-No vas a perderme.

Tapó la botella de líquido seguro porque sólo sabía que debía abrazarla.

-Lo siento, Aidan. Lo siento.
-No, mi amor. Yo lo siento, siento mucho darte una historia tan complicada.
-Me gusta nuestra historia.

Balbuceo pegándose a mi pecho, escuchaba sus sollozos destrozados y apagados sobre mi pecho, en un espacio fuera de mi corazón. Pero al mismo tiempo cerca, traté de calmarme, no quería que mis desenfrenados latidos la asustaran o le dieran más problemas en que pensar.

Le acariciaba su cabello, intentando disipar su tristeza, su preocupación, queriendo entender que de todo le había dolido, asustado, preocupado.

-No te quiero decir tranquila, esa estúpida palabra nunca ha tranquilizado a nadie enserio.

Escucho su risita que al ser expulsada relaja notoriamente sus músculos.
Fue cuando me di cuenta que estaba enojado conmigo mismo, lamentaba mucho no ser el primero en su lista de amor, viendo su expresión de ansiedad y desesperación constante, llenando sus ojos de lágrimas una y otra vez.

Quizá no importa mucho el guión de nuestras vidas, siempre y cuando no olvidemos el rol principal de cada uno en la historia, puedo ser yo la dama en apuros y ella mi caballero de armadura brillante; valiente y fuerte. O puedo ser yo quien la salve un par de veces, no importa cómo sea, al final nos arriesgamos porque nos amamos.

La cogí suavemente por los brazos para besarla. Sentí su alivio y eso fue más que bien. Debía abrazarla tanto como pudiera.

-No importa si no lo entienden, ¿vale? Ya hicimos lo más difícil, nosotros nos amamos y decidimos por nuestra felicidad.
-Te quiero. Dios... Te amo.- se sorbio la nariz y me miro avergonzada.
-Te amo igual. Ahora toma un poco de agua de esa botella, y yo sacaré las maletas, tu puedes doblar la ropa y yo la acomodo.
-Me parece genial.

**'
Odiaba los aeropuertos en horas tan matutinas, había caos entre maletas rodando y gente corriendo de un lado a otro, busque un lugar que nos permitiera comer algo rápido, y después abordariamos un avión que nos regresará a la realidad.

Después de una historia interesante acerca de la infancia de mi pequeña, en donde confesó que sufría de mareos cuando viajaba en carretera o vía aerea, sufrió una regresión en cuanto el avión despegó que la obligó a ocupar una bolsa de emergencia para devolver todo lo que había comido.
Estaba tan pálida como una hoja de papel, no duró mucho tiempo activa, después de visitar el baño tres veces, se quedó dormida entre mis brazos, el regreso era mil veces peor que cuando veníamos.

Desastrosa Coincidencia. (Aidan Gallagher)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora