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"Uno no puede estar triste mucho tiempo, en un mundo tan interesante."


— Lucy Maud M.

[Aidan]

Mis manos sacan con facilidad la maleta, pienso vaciar prácticamente todo su closet, abro de uno a uno sus cajones y empiezo a tomar prendas de vestir...

-¡Aidan, alto! ¿A dónde vamos?
-No lo sé- contestó con sinceridad- a Londres, a Tokio, a Estambul, a Marte, a la luna.

La sangre me bombea con fuerza haciendo un loco recorrido en mi cuerpo, la respiración se me vuelve torpe, es nuevo el sentir.
S

us ojitos que parecían haber apagado la luz, pronto reaviva prestando atención a lo que digo y hago.

-A Galicia.- parece pregunta, parece propuesta, parece la mejor idea.
-Sí, eso es una magnífica idea.

Sonríe. ¡Aleluya! Está sonriendo. De verdad sonríe.

-¿Enserio aún quieres casarte conmigo?

Sus ojos están inyectados de sangre, tiene un gesto tierno, y abatido, pero con esa luz de esperanza que trabaja como polvo de estrellas que cumple deseos a mis sentidos.

-Creo que enserio deberías quitarte de la cabeza esa idea tonta de que me voy a arrepentir en algún momento- muevo con fuerza mis manos, agitando por los aires su ropa que queda en mis manos.- quizá el documento legal es un requisito importante en materia formal, pero sabes que lo hacemos porque es lo que deseamos, unir nuestras almas, y más alla de todo, siento que ya estamos unidos incluso antes de que un nosotros pasara.
-Gracias por ser tú- repite con ese desorden emocional que tenía previamente, que se calma, y se siente.
-Es obvio que debía ser yo, ¿te imaginas que no? Hubiera gastado mucho buscando matones para quitar a todo el mundo del camino, y viajar en el tiempo, demasiadas matemáticas.
-¡Qué bobo!- dice con su sonrisa tierna pintada en sus labios.

Y yo siento el ego por las suaves nubes.

-¿Aidan?- pregunta.
-¿Sí?
-Sí vamos a irnos a casarnos, ¿Puedo empacar mis cosas yo? La verdad no quiero una luna de miel con esas bonitas pantis de estampado de conejo.

Tan pronto como termina de decirlo, sus gestos me hacen darme cuenta que tiene las mejillas rojas, no por su llanto, está roja porque algo le apena.
Mis ojos miran a donde los suyos enfocan su atención, a continuación: en mi mano derecha observo que sostengo un bonito pedazo de tela blanco con un conejo de ojos gigantes y una zanahoria naranja vivo, que incluso puedo apostar, brilla.

-¡Oh, bueno! No me molesta tu ropa interior.
-¡Aidan!- imprime con un toque de reclamo, pero mucho amor palpable. Definitivamente el ligero toque de la distracción y la tristeza, se había disipado.
-Lo digo enserio, amor.

Su cuerpo recupera fuerza de manera increíble, es una persona muy admirable. ¡Yo la admiro!

-Deja que ponga algo mejor en la maleta, tengo lencería sexy.
-¿Así?- le sonrió con picardía, absorbiendo su nuevo aire. Se acerca para que pueda yo tocarla, le retiró las lágrimas que aún parecen querer estar en su rostro, y aprovecho para acariciar sus mejillas. Tienen una temperatura alta por su vergüenza reflejada en color cereza, le beso la frente y la abrazo.

-Te amo, nunca había sentido por nadie, lo mismo que sentí la primera vez que te vi, eras como una estrella brillante en medio de una noche muy obscura, eras ese resplandor que nadie te puede sacar de la cabeza.
-¡Ay, Gallagher! Amo de ti cada detalle, tus contables pestañas que reposan en tus mejillas a la hora de dormir, tu ceño fruncido, tus gestos, el color de tu piel, tus bonitos labios, amo como tú corazón late justo ahora, y como late cuando tu pecho es mi almohada.
-Bueno Bonita, tú y yo no podemos vivir sin el caos, pero tampoco podríamos vivir el uno sin el otro.
-Sí, en eso tienes razón. ¿Me regalas un beso?
-Te regalo los que quieras, eres el cuento más bonito de nunca acabar.

Desastrosa Coincidencia. (Aidan Gallagher)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora