XXIII ☾

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Los últimos días del verano se consumieron rápidamente, pero para Hongjoong fueron los más intensos. Se esforzara por aparentar buen temple, pero entre más se acercaba la superluna los nervios lo carcomían porque un error suyo podía terminar en una tragedia. Por eso mismo insistió tanto en ensayar el plan una y otra vez para perfeccionarlo, y a la manada le vino bien tanto esfuerzo para canalizar la tensión y para paliar la angustia, porque ellos eran los más desconfiados con la falsa calma de Daena.

Resultó que en esos días los lobos empezaron a sentir que eran observados en sus rutinas, que algo o alguien los acechaba, pero no eran capaces de discernir entre la paranoia y la realidad porque ninguno de ellos volvió a encontrar el rastro de Vasil, ni siquiera Mingi. Un enemigo al que no se puede ver ni sentir siempre se hace más grande en la mente de sus presas. La manada estaba preocupada y, por consiguiente, los magos también lo estaban.

Un último ensayo le vino bien a todos.

Ante los ojos de Isabella y San, en el salón de la cabaña Song, Hongjoong cerró los ojos y juntó las manos como si fuera a elevar un rezo. Al final de su murmullo ininteligible dio una palmada, y esa corta fricción generó algo parecido a electricidad entre sus manos. Así empezó a separarlas despacio, formando a su paso una esfera que parecía de cristal, transparente y energética. A medida que el mago separaba las manos la esfera crecía entre ellas y eran más evidentes los destellos azulados que la recorrían. Cuando adquirió el tamaño deseado, como el de una pelota de baloncesto, el mago la bajó despacio hasta dejarla flotando estática a pocos centímetros del suelo.

Cuando separó las manos abrió los ojos nuevamente.

—Ya está.

San miró hacia todas partes, buscando algo, pero, como en todas las veces anteriores no encontró nada diferente en el aire. Se acercó el comunicador a la boca y lo encendió.

—Lista la barrera.

En el bosque, más allá del memorare que el anaranjado había plantado días atrás, se encontraba el lobo parlanchín en compañía de Urika. Cuando los dos escucharon el comunicado corrieron en dirección a la cabaña hasta que se estamparon con el aire. No se veía nada, era imposible de advertir, pero una energía invisible los repelió impidiéndoles avanzar.

—¡WOW! Esta vez casi me rompo la nariz —dijo el lobito a través de su comunicador, con la pelirroja lanzando un lloriqueo a su lado.

"¡Tú no aprendes!" se escuchó la voz de San desde el parlante, nervioso por la insistencia de Wooyoung en confirmar que la barrera era impenetrable. Al final sólo se ganaba moretones en el cuerpo.

En otro lugar del bosque, a la misma distancia pero en otro punto cardinal, Sora y Jongho movían las manos en el aire, palpando cuidadosamente esa resistencia.

—Es sorprendente, aquí también podemos sentirla. No hay por donde entrar, es imposible —confirmó la rubia.

—¿Los demás están en sus posiciones? —preguntó el mago azabache de vuelta en la cabaña.

"Listo por aquí" anunció la animada voz de Yunho desde algún lugar.

"Mh". Ese sin duda fue Mingi.

Los mellizos confirmaron al mismo tiempo.

Mientras que cuatro de ellos se encontraban fuera de la barrera, interpretando el papel del enemigo, los otros cuatro estaban en su interior para simular la superluna. Se las habían arreglado para conseguir comunicadores de diadema que adecuarían a las cabezas lobunas porque con los ensayos se dieron cuenta que no podían ejecutar el plan sin comunicación entre ellos. Por más habilidoso que fuera el alfa, era muy arriesgado depender sólo de él para controlar la aleatoriedad de los omegas. Resolvieron que sería indispensable que Mingi recibiera instrucciones, una alerta cada vez que un omega se acercara peligrosamente al límite, y la respuesta para ello fue la magia de San.

Don't Lose Your Grip on Love {Minjoong}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora