LXXII ☾

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La nieve se había adelantado en ese lugar. Llevaba horas viéndola desde la ventana. Caía ligera y cubría los arbustos bien podados del jardín, esos que se extendía hasta la línea de bosque. En ese lugar el frío era perpetuo aunque saliera el sol a resplandecer con la misma furia con la que bañaba a toda Haneul. Y ese jardín laberíntico y geométrico no tenía ni una sola flor que rompiera con la parca elegancia que ostentaba. Era un lugar para morirse de tristeza, y morirse de tristeza era un consuelo en comparación a lo que le esperaba.

Hongjoong siempre pensó que sería de capaz de hacer las cosas más increíbles.

Desde que llegó al mundo sintió el poder al alcance de sus manos, fluyendo por su venas. Lo sentía en ese momento, rodeando cada latir de su corazón y llenando sus pulmones junto al aire que respiraba. La magia había sido su compañera fiel, siempre impulsándolo a hacer todo lo que se proponía, protegiéndolo a cada paso que daba. Nunca se le resistió, como si fuera uno de sus favoritos y encontrara placentero el fluir por sus venas. Fue por la magia que, sin importar cuán difíciles se pusieran las cosas, Hongjoong nunca cayó. Con la magia a su favor, ¿qué podía salir mal? Siempre encontraría la forma de salir bien librando, siempre... Hasta que cayera en las arremolinadas redes del amor y su arrastre arrebatador lo forzara a soltar las riendas.

Llamaron a la puerta. Hongjoong se alejó de la ventana.

—Pasa —invitó.

Una mujer con uniforme de personal de limpieza entró disimulando mal su cara de circunstancia. Miró a Hongjoong con unos ojos verdes y afligidos.

—Me han mandado a avisaros que es hora, joven.

Hongjoong asintió. Hizo el amago de una sonrisa vacía.

—Gracias, Greta. Voy enseguida.

—Perdonadme, pero... ¿Vais a bajar así?

Hongjoong se acercó a un espejo con marco de mármol. Iba a juego con todo lo que había en esa ostentosa habitación, tan lujosa como impersonal. Había sido suya tiempo atrás, pero al irse de ahí se llevó todo lo que en un tiempo le otorgó vida. Cualquier artículo personal que lo representara. Ahora que había regresado lo había hecho con las manos vacías. No iba a ocuparla por mucho tiempo de todas formas.

En su reflejo vio el problema: en algún momento, la costumbre lo había llevado a teñir su cabello de ese rosa anaranjado que tanto le gustaba. Con el que tan cómodo se sentía. Bastó un chasquido para deshacer el hechizo. Entonces llegó el invierno a su cabeza, a sus cejas y a sus pestañas. No quiso reparar más en su aspecto, pero tuvo que caer en otro detalle que se había olvidado: no abotonó la blanca que lo vestía. Dirigió los dedos a la tarea, pero el terrible temblor del que era víctima hizo que fuera imposible. No atinaba.

—Permitidme —dijo la mujer, corriendo a asistirlo.

Hongjoong dejó caer los brazos a los costados de su cuerpo. Se dejó hacer.

—Gracias.

El silencio, siempre gélido en esas instalaciones, cortó un suspiro del mago. A la amable mujer se le entristeció la mirada cuando anudó el último botón.

—Os eché de menos, joven, pero recé a los dioses cada día para que nunca tuviera que volver a veros aquí —susurró con la mirada gacha.

A Hongjoong le tembló la barbilla. Tomó aire para no ceder, y con sus manos temblorosas arropó las de la mujer. Las acercó a su boca y le besó los dedos.

—Te estoy muy agradecido, Greta. Los dioses te escucharon. Me otorgaron los mejores años de mi vida.

Greta puso una sonrisa triste. Rodeó con sus manos el rostro del chiquillo que vio crecer. No era suyo, pero ella lo había cuidado. Los había cuidado a los dos, a Hongjoong y a Byeongho, pero sólo el primero la trató como algo más que un mueble.

Don't Lose Your Grip on Love {Minjoong}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora