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¡Actualización sorpresa porque hoy estoy cumpliendo años!  




«Despierta».

Mingi abrió los ojos, pero sólo vio manchas amorfas y desdibujadas. Tardó unos segundos en comprender que el problema no era la realidad, sino sus ojos emborronados. Se sentó de golpe y se los frotó con fuerza tratando de quitarse el velo que tenían por dentro. Se arrepintió enseguida. El repentino movimiento le costó un mareo atroz. La cabeza le dio vueltas como si la tuviera separada del cuello. Al mismo tiempo, un dolor punzante le atravesó la nuca y las articulaciones. Sentía agujetas en los músculos como si hubiera alzado pesas por primera vez en toda su vida.

Una mano familiar se posó en su pecho para calmar su agitada respiración. Lo empujó suavemente, invitándolo a recostarse de nuevo.

—Tranquilo.

—Han —jadeó Mingi con una voz carrasposa.

—Recuéstate, Mingi. No te precipites tanto.

—¿Dónde estoy?

—En el piso de un tal Dohang —explicó el mecánico—. Los chicos aseguraron que el dueño nos prestó el lugar, pero, considerando lo mucho que le costó a San romper la cerradura mágica de la puerta, sospecho que me mintieron.

—¿Por qué...?

—Dijeron que aquí nadie nos buscaría. San también insistió mucho para que yo viniera. Tuve que cerrar el taller. Hoy estaba solo. Kenzo me había pedido el día y tú... bueno, últimamente has tenido tus asuntos.

Mingi guardó silencio. Esa charla cotidiana le vino bien. Lo ayudó a centrarse un poco, a sentirse de nuevo como él mismo. No se volvió a tumbar, pero la visión le regresaba despacio. Las cosas recobraban sus formas y sus colores. Cuando fue capaz de ver el rostro de Han con más nitidez, se dio cuenta de que, pese a su voz tranquila, el espiritual lo miraba lleno de preocupación.

—¿Y los demás? —preguntó Mingi.

—En el salón. ¿No los oyes?

Mingi agudizó el oído. Se dio cuenta de que la vista no era el único sentido que tenía obstruido. Tuvo que concentrarse mucho para escuchar la algarabía a través de la puerta de esa habitación en la que no había estado antes. Sin duda eran las voces de sus lobos. Sus lobos, porque él era Mingi. Song Mingi, el alfa de Yunara. Repetirse aquello permitió que el alivio encontrara cabida en sus venas. Su mundo se iba acomodando, su mente recuperaba facultades, pero su cuerpo seguía magullado de una manera que no sabía explicar.

—Bebe un poco —dijo Han ofreciéndole un vaso de agua.

Mingi agotó el vaso con un solo sorbo. Tenía la garganta seca.

—Gracias.

—¿Cómo te sientes?

—Como si alguien me hubiera metido las manos en la cabeza y me hubiera hecho mierda el cerebro.

Han resopló. Lo siguiente que dijo lo hizo con mucha cautela.

—Seonghwa dijo que Azrael estaba hurgando en tus recuerdos.

Mingi alzó la vista hacia la puerta como si ahí se encontrara el puto Azrael. Pensar en él bastó para que su mirada se tornara sombría. Recordaba todo lo que le había hecho pasar, y si no fuera porque también empezaba a recobrar sus prioridades, habría ido en ese instante a abrirlo en canal con las garras. Con los dientes no porque se moría del asco. No. No se podía dejar llevar por la ira. Inho le había enseñado a pensar. Pensar era lo que tenía que hacer, pensar en su situación y en cuál sería su siguiente movimiento en ese coñazo de enredo.

Don't Lose Your Grip on Love {Minjoong}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora