XLVIII ✹

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—Hongjoong, lo escucho. Está cerca —Mingi apuró el paso. Llenó sus pulmones de aire antes de gritar—: ¡Kena!

No hubo respuesta inmediata. El alfa siguió el rastro sin saber cómo. Gritó el nombre de su omega varias veces, hasta que por fin consiguió un quejido de respuesta.

—¿Mingi? ¿de verdad eres tú?

—¡Soy yo! ¿¡Dónde estás!?

—¡Mingi! ¡Sácame de aquí! ¡Te lo pido! ¡Tengo mucho miedo!

—No llo... Llora más, Kena. No dejes de hablar.

—¡Miiiingiiii! —berreó el pobre lobito con un desespero crudo y pueril—. ¡No puedo más! ¡Quiero ir a casa! ¡Por favor!

Los berridos de Kena le indicaron el camino. Nada parecía cambiar a su alrededor, salvo el sonido. La voz de Kena se volvió más clara y potente, hasta que divisó un punto interrumpiendo el perpétuo vacío, como si una gota de pintura blanca hubiera salpicado un lienzo negro. Pronto, ese punto se convirtio en una cabeza rubia. Por fin vio a Kena encogido en el suelo, abrazado a sus piernas.

—¡Sácame, Mingi! ¡Me quero ir!

Mingi lo tomó por los hombro y lo zarandeó con fuerza, todavía sin poder creerse que era él.

—Estoy aquí, estoy aquí. Kena, mírame. Estoy aquí.

Kena reaccionó despacio, aletargado. Levantó la cabeza y lo vio a los ojos. Se atragantó con uno de sus jadeos y se lanzó a abrazar a su alfa entre el llanto y una tos espantosa. Tocar a Kena en esa dimensión fue extraño, más cómo el recuerdo de su tacto, o como si la sensación llegara con mucho retraso a sus terminales nerviosas.

—Mingi, ¿sigues ahí? ¿Lo encontraste?

El alfa se dio cuenta de que la voz de hongjoong siempre estuvo siguiéndolo, pero dejó de escucharla.

—Hongjoong, lo encontré. Lo tengo aquí. ¿No lo oyes?

—No, sólo te oigo a ti. ¿Puedes sacarlo?

Mingi separó a Kena de su cuerpo y lo tomó por las mejillas. Tuvo que enjugar algunas lágrimas y esperar a que el omega regulara su respiración.

—Kena, ¿puedes levantarte?

—No puedo, Mingi. Tengo mucho miedo —dijo el omega entre el hipo y el llanto—. Llévame, por favor. No puedo levantarme.

El alfa se inclinó sobre el lobo que era puro llano. Lo rodeó con sus brazos y trató de levantarlo, pero el pequeño Kena, que era el más menudo y frágil de sus lobo, de pronto había tenía el peso de un buque de guerra. Mingi se encontró con una enorme resistencia pese a la fuerza sobrenatural que tenía. Por más que tiró no pudo desprenderlo del suelo. No lo movió ni una pizca.

—¡Joder! —bramó ofuscado.

—¿Qué pasa? —preguntó Hongjoong.

—Kena no se puede mover y yo no lo puedo levantar. Está como pegado al suelo.

—Dioses. Yo no puedo hacer nada desde aquí.

Kena se aferró a los hombros del alfa y trató de gimotear en silencio, pero no pudo. El sollozo alteró los oídos de Mingi, quien volvió a tratar de llevarlo en sus brazos.

—¡Nada, joder! ¡Puta mierda!

—Es un hechizo poderoso —concedió el mago—. Pero debe haber una forma de romperlo. Mingi, tienes que volver. Encontraremos la manera y regresaremos a buscarlo.

—Hong, no voy a dejarlo aquí.

—No podré sostener esto por más tiempo, Min.

Mingi maldijo varias veces en voz alta. Kena temblaba. Mirarlo a los ojos le costó una amargura que le encogió el corazón. Lo tomó por las mejillas y volvió a enjugar sus lágrimas.

Don't Lose Your Grip on Love {Minjoong}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora