LXV ✹

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Mingi abrió los ojos y un rugido abandonó su boca con la misma soltura de una exhalación. Se levantó de golpe, mareado y denso, sin reconocer nada del lugar en el que se encontraba. Estaba en una cama mullida como una nube y había un olor perfumado en el aire. También le llegaba un rastro de bosque. Había alguna ventana abierta dejando pasar el frescor de los árboles.

—Tranquilo, tranquilo —escuchó.

Era la voz de Azrael. El puto Azrael.

El celestial se acercó a él con un vaso de agua en la mano. Mingi miró el líquido cristalino como si fuera veneno. Los mismos ojos recelosos apuntaron hacia Azrael. En un movimiento rápido se sentó y sacó las piernas de la cama. Buscó a su alrededor, pero antes de que pudiera dar con una puerta o una ventana, fue reducido por un mareo atroz. Apoyó los brazos en sus muslos y cerró los ojos con fuerza.

—¿Qué me hiciste? —gruñó.

—¿Yo? Nada, Mingi. De repente te desmayaste y tuve que...

—Para con tu puto juego, ¿dónde estoy?

Azrael enseñó una sonrisa paternalista. Dirigió su mirada hacia atrás e hizo una seña. Otro sujeto entró en el campo de visión de Mingi. Le bastó una brizna de su olor para saber que era un licántropo.

—En la enfermería me dijeron que todas tus métricas estaban bien, pero allí no saben sobre la naturaleza de un lobo. Por eso te traje con un sanador licántropo. Lo que provocó tu desmayo puede ser inherente a ti...

Mingi miró al otro perro, pero no le vio la cara en realidad. Se sentía asquerosamente mal. Quería vomitar.

—Estoy genial —espetó, y por fin dio con una puerta. La habitación era pequeña, de cuatro paredes blancas, suelo de madera y poquísimos muebles pero muchas ventanas—. ¿Se sale por ahí?

Trató de levantarse, pero las piernas no le respondieron.

—Mingi, por favor. Deja que te mire.

El alfa hizo un gesto vago con la cabeza. No entendía por qué se sentía tan débil pero estaba seguro de que todo estaba bien con su puta naturaleza licántropa. El efecto que sentía en esos momentos le recordaba más a las veces que un hechizo mágico lo había sometido. Eso era magia. Joder.

—¿Ya has encontrado a tu reconocido? —preguntó el supuesto sanador poniéndole una mano en el pecho.

—No —respondió el alfa tajante.

Hizo un bruto movimiento para alejarse del otro. No iba a permitir que la atención se dirigiera hacia Hongjoong.

Hongjoong.

Había vuelto a soñar con él, ¿cierto? Mingi se abstrajo en el recuerdo del sueño. Se miró los dedos pero no encontró herida alguna. Aun así tenía un deje metálico en la boca. No se sentía nada bien. No sabía dónde estaba. No sabía ni cómo hacer que sus piernas conectaran con su cabeza para seguir la orden que estaba tratando de darles. Que se levantaran. Que molieran a patadas a todos los presentes. De nuevo, ¿dónde estaba? ¿qué estaba haciendo ahí? La luz y las formas se difuminaban cada dos por tres. Cambiaban. Lo confundían.

El sanador lo revisó aquí y allá. Intercambió miradas con el celestial y asintió. Azrael se sentó a su lado.

—Mingi, es una pena que no pudieras llegar a la cena en mi casa. Estaba esperando la oportunidad de hablar contigo.

El alfa dirigió una mirada perdida hacia Azrael. El mayor sonrió afable y le pasó una mano por la espalda.

—¿Qué hacías en el campus cuando te encontré? —preguntó el celestial.

Don't Lose Your Grip on Love {Minjoong}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora