XXXIV ☽

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Mingi se fortalecía con la luna, pero el sol le sentaba bien. Aquel que entraba por la ventaba acentuaba la punta de su fina nariz, besaba divinamente sus sustanciosos labios, acariciaba las líneas rectas de sus ojos y dotaba de más brillo sus pestañas plateadas. Hongjoong se regocijó en su buena fortuna al poder grabar en su memoria esa imagen mañanera.

La primera mañana que despertaron juntos.

Aunque desde un principio quiso acercarse a Mingi, nunca dio por hecho que ese lobo se lo permitiría. Pero ahora era rico en recuerdos. Todos los besos, los roces, los jadeos, las miradas. Todo estaba grabado en él. Sabía que podía ser la primera y última vez, que Mingi no era suyo y que un día sería de alguien más, pero ahora solo podía sentir felicidad.

Sin aviso, los párpados del alfa se movieron. Hongjoong reparó el detalle de sus pestañas batiéndose cuando esos ojos se entreabrieron. Su corazón se saltó un latido al encontrarse con ese místico azul.

Consciente de lo perturbador que podía parecer su comportamiento, se frotó los ojos mientras se dejaba caer a un lado, fingiendo que también acababa de despertarse. El alfa le pasó un brazo por la espalda impidiendo que se alejara más. No contento con eso se rodó de costado y lo apretó entre sus brazos. Sus piernas se enredaron irremediablemente y Hongjoong soltó una risilla sin poder contener más la dicha y las cosquillas que Mingi le provocó cuando metió la cabeza entre la almohada y su cuello.

Estaban desnudos y pegajosos porque a ninguno de los dos les importó quedarse dormidos sin pasar por la ducha primero, pero sus pieles se encontraban con naturalidad y cada roce se sentía bien. Era tan cómoda esa proximidad que parecían hechos a media. No tardó en abrazarlo de vuelta y peinó sus cabellos de plata con ternura. Los sentía más suaves que antes, como si ahora fueran de azúcar y se deshicieran en sus dedos. El mago nunca se había sentido más a gusto en toda su vida.

—Qué bien dormí —gruñó el lobo, con la voz ahogada contra su piel. Un ladrido mañanero.

—Quedémonos así un rato más. De todas formas ya perdí mi primera clase.

Pero el alfa sacó la cabeza enseñando la expresión adormilada.

—Joder, ¿en serio? ¿Qué hora es? Vamos, te llevo.

Hizo para levantarse pero el mago se lo impidió abrazándose a él como una lapa.

—No, Min. No sé qué hora es pero la clase era a las seis. A juzgar por el ángulo que forman los rayos de luz que entran por la ventana y tomando en cuenta que estamos al sur de Daena, deben ser más de las siete.

Mingi se dejó caer con pesadez y una sonrisa ladeada en los labios. No necesitó más argumentos.

—Para ser un cerebrito estás muy tranquilo con perder clase.

Hongjoong se recostó contra Mingi para disimular la sonrisa. Esa debía ser la primera vez en su vida que faltaba a clase por tan poco y de verdad no le importaba, pero sólo porque se trataba de aquel alfa. Sus brillantes ojos se distrajeron con el torso desnudo que lo acogió, expuesto ahora que el platinado se había desparramado bocarriba en la cama.

Revisó esa piel lozana y empezó a marcar con un dedo una línea imaginaria que conectaba una cicatriz con otra.

—¿Te duele? —interrogó rozando el zarpazo que, al igual que su lesión en la pierna, sanaban a una velocidad absurda.

Mingi lo miró desde abajo con una sonrisa interesada. Cuando Hongjoong se apoyó en un codo para levantar el torso a medias, sus ojos azules también encontraron con qué entretenerse.

Don't Lose Your Grip on Love {Minjoong}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora