XLIX ✹

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—Gracias, Seongjin. Me salvaste la vida —dijo Yeosang cuando recibía a Eunjin en brazos. La cabeza de la pequeña cayó sobre su hombro como si se tratara de una muñeca de trapo.

—Nada, Yeo. Cuidar a Eunjin no puede ser más fácil. Eh, lo siento, no quise decir...

—Está bien, en serio —interrumpió el rubio con una sonrisa tranquila—. Cuando esté curada no me dirás lo mismo. La verdad es que Eunjin es un terremoto, le encanta hacerle bromas a su pobre hermano mayor.

—¡Jah! Es de las mías. Nos vamos a llevar de locos.

Yeosang soltó una risa cantarina y acomodó mejor a la pequeña contra su cuerpo. Ya no le inquietaban las miradas que atraía por esos pasillos cuando iba con Eunjin. Yeosang creía que en el mejor de los casos los demás alumnos de Yunara imaginaban que él era un padre soltero y prematuro.

—Oye, Yeo, te estás acostumbrando a nosotros, ¿verdad? —preguntó la melliza.

Yeosang la miró de reojo antes de agachar la mirada con una sonrisa prudente en los labios.

—Bueno, sí. No es difícil.

—Lo digo porque hoy te has reído más que nunca. ¿Ya encontraste a alguien que pueda curar a Eunjin?

El rubio miró a la melliza. Seongjin llevaba las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta y no lo miraba de vuelta, sino que paseaba la mirada entre las personas a su alrededor. A veces, cuando alguien se los quedaba viendo demasiado tiempo, Seongjin fruncía la nariz y hacia el amago de sacar las manos de su ropa. El gesto bastaba para achantar a cualquiera. En esos momentos se veía muy diferente a su hermano, quien optaba por intimidar de una forma más elegante, con su estoicismo. Sin embargo, cuando Seongjin hablaba, Yeosang identificaba en su voz la misma gentileza atenta que tenía Seonghwa. También veía la similitud en sus miradas y en la manera en la que sus bocas se movían al articular. Hacia que se preguntaba si el alma de Seonghwa luciría como la de Seongjin cuando estuviera sana.

—¿Yeosang? ¿Qué pasa? —preguntó la chica risueña—. Te quedaste pescando.

—Oh, lo-lo siento. Es que me quedé pensando en...

—Seonghwa.

—¿Qué? ¡No...!

—¿Qué pasa, perro? ¿Dónde estacionaste al bebé?

Seongjin pasó de largo para darle un manotazo a su mellizo. Yeosang, en cambio, se quedó en el mismo lugar preso de la vergüenza. El rubor más intenso le había estallado en la cara. Tanta fue que le costó girar el cuerpo. Casi se echa al agua solo. Ocultó la cara contra la cabecita de Eunjin y ahí suspiró antes de encarar a los mellizos con normalidad.

—Detrás de las canchas —dijo Seonghwa señalando por encima de su hombro.

—¿Por qué tan lejos, imbécil? Dame las llaves.

—Sueña.

—Me dijiste que hoy me tocaba a mí.

—No me consta. —Los ojos de Seonghwa hicieron contacto con los del rubio y una sonrisa sutil pero genuina se asomó en sus labios. Yeosang la correspondió—. ¿Vamos?

Los tres se dirigieron al estacionamiento. Días atrás el jefe de Mingi había aceptado un viejo camaro como pago por un favor. El trasto necesitó varias reparaciones, pero cuando estuvo listo, también requirió conejillos de indias que se atrevieran a probarlo, y los gemelos se ofrecieron. Al parecer no era la primera vez, Han ya había revendido algunos autos después de que pasaran por el visto bueno de la manada. Yeosang no era experto en leyes citadinas pero sospechaba que ese no era el proceder más ético. De cualquier forma, el "bebé" de turno había despertado mucha discordia entre los hermanos. Empezaron a parlotear entre ellos como si Yeosang y Eunjin no existieran, pero el rubio supo disfrutar de ese anonimato.

Don't Lose Your Grip on Love {Minjoong}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora