Bendiciones de noches etéreas (Lams)

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Más tarde, cuando John recordara aquella noche, recordaría todas las noches pasadas y las que le siguieron, recordaría el silbido del silencio que recorrió la conversación que tuvo en ese parque, recordaría los ojos perdidos del hombre y a las palabras que parecían intentar alcanzar la velocidad de su pensamiento.

Pero antes de que eso pasara, John se encontraba en una de sus rondas habituales de guardia nocturno dentro del Winston Churchill Square, un pequeño parque dentro el vecindario del Greenwich Village. El crepitar de las hojas en los árboles le resultaba acogedor mientras balanceaba la linterna en sus manos enguantadas. Aquella era una solitaria estela de luz que atravesaba los pisos adoquinados, la guía que necesitaba para no perderse en la penumbra abrasadora y susurrante de la oscuridad.

Era la ayudante de sus ojos avellana, su consciencia y la prueba infalible que le aseguraba que se encontraba solo. Con su halo de luz portátil dibujaba sombras sobre los árboles, atardeceres sobre la esfera de reloj solar que se encontraba en el centro del parque y fantasmas sobre las bancas desocupadas. Excepto que esa noche había una que no lo estaba.

Sujetó con firmeza la linterna y se acercó a la figura que dormía sobre la banca de madera. El frío de Nueva York podría matar a cualquiera de hipotermia, y más cuando lo único que cubría al hombre era unos cuantos sacos de yute que quizá había recogido de la basura. Su cabello negro estaba pegado a su frente y su respiración era errática; no obstante, su sueño se rompió tan pronto como John se sentó junto a él.

—Sí sabe que este no es un lugar para dormir, ¿no? —Sus palabras habían salido con la indiferencia propia de su trabajo.

El hombre se lo quedó mirando sin parpadear siquiera una vez, de su rastrojo colgaba saliva y mugre, y el olor que desprendía recordaba a los callejones donde los restaurantes tiraban sus sobras. John fue el que terminó apartando la mirada, quizá por la misma cantidad tanto de incomodidad como de pena.

—Podría llamar a la policía. —Clavó sus ojos en sus zapatos y vio los dedos del hombre saliéndose de estos, por lo que se obligó a apagar su linterna y le regresó la mirada.

Uno debía mirar a los ojos cuando le hablaba a una persona.

—Has tenido el tiempo suficiente para hacerlo. —susurró el hombre con una voz menos rasposa de la que se había imaginado.

—No quiero meterlo en problemas.

—Perdí mi trabajo —confesó con naturalidad, relamiéndose los labios escamosos—, un inmigrante ilegal no se puede permitir perder su trabajo. Perdí mi casa, mi dinero. Fue bueno mientras duró. Tuve un buen puesto, ¿sabes? Enseñaba en una secundaria, en un barrio de niños ricos, niños que nunca se tendrán que preocupar por el pasaje diario del metro o por cuánto les cobraría el hospital más cercano si quisieran tratarse un resfriado.

El sonido de la voz del hombre envolvió a John con una fuerza asfixiante, la empatía que se había negado a sentir estaba bullendo en el interior de su estómago como si fuera un reflujo, debía al menos permitirle hablar. Se quitó los guantes y se los ofreció al hombre, este los aceptó y le dejó colocárselos. Sus manos estaban callosas y tenía las puntas de los dedos y las uñas manchadas de tinta, en su tiempo, John había amado a un hombre con las manos iguales.

—¿Y ahora? ¿Por qué no regresa a su casa? —preguntó sin ánimo de ofender.

El hombre lo entendió y le regresó una mueca, que en realidad trataba de ser una sonrisa. Le había dicho hace unos segundos que había perdido su casa.

—No sé dónde está. Vivir en Nueva York es como vivir en un laberinto, las personas prefieren ignorar al vagabundo de la semana con tal de llegar a sus trabajos, y los policías podrían deportarme. El sueño americano, así es Nueva York, ¿no? —esperó una respuesta, y como no la obtuvo, añadió—: Por cierto, me llamo Alex.

John se encogió de hombros, no por quemeimportismo, sino por un remordimiento lejano que se despertaba siempre a la misma hora y con las mismas palabras.

—¿Y cuántos años tiene?

—¿Yo? Treinta y tres. —Observó el cielo que debería estar cubierto de estrellas y guardó silencio, John sintió la necesidad de rodearlo con sus brazos para que se dejara sostener por él.

El hombre se sacudió un poco, se había cruzado de brazos y estaba llorando. Dejó reposar su cabeza contra la de él, se quedaron así sin decir nada más, hasta que John habló como todas las noches anteriores:

—Tranquilo. Soy yo, soy John.

Había repetido la misma conversación tantas veces que se la sabía de memoria, actuaba con frialdad con la esperanza de que aquello no le afectara tanto como la noche pasada y la que le seguiría. La verdad era que John sabía que el hombre se llamaba Alex, había bastado con verlo acostado en la banca, y sabía que su memoria era frágil.

Más tarde, Alex le preguntaría que por qué lo estaba abrazándolo y que quién era él. Lucharía por soltarse y John tendría que controlarse para no impedir que se marchara antes del amanecer, reprimiría sus lágrimas y mantendría la calma porque no le debía explicaciones a alguien que lo veía como un extraño. Lo vería irse y luego, la siguiente noche, lo volvería a ver, le volvería a contar un resumen de su historia completa y lo escucharía omitir la parte en donde decía que también se había enamorado de un hombre de ojos avellanas y que este no se cansaba de buscarlo todas las noches con tal de que regresara con él.

Más tarde, John recordaría la razón por la que había aceptado el trabajo de guardia nocturno; recordaría que el detective privado, que su padre había contratado, le había dicho que Alex había sido visto por ese parque en las noches y que necesitaba mantenerlo vigilado, porque no estaba seguro de encontrarlo de nuevo en caso de que volviera a huir por el impulso de John de revelarle quién era él.

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N/A Yo sé que me extrañaron, bueno quizá no tanto como yo, pero lo importante es que yo tengo algo que compartirles y ustedes tienen Lams que leer, ¿no? Es una relación recíproca. Jels me ha pedido escribir más noches en las que estos dos se encuentren, y a lo mejor lo haga (cuando tenga tiempo). Este es el único shot con nombre en español por la simple razón que se trata de un trabajo de la universidad. A decir verdad, a mi curso les gustó mucho y no tuve que cambiarles los nombres ni nada, so ando feliz por eso. Gracias por leer, los quiero.

-Andrea

In the Winter's Trail - one shots lamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora