Thunderstorm (Lams Month)

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Dentro del estudio el clima era completamente diferente al de afuera, John estaba acostado en el sofá con el peso de Alex sobre su pecho y sus dedos en el cabello del azabache. Entre mechones de cabello, los dedos de John se perdían en aquella selva nocturna. La lluvia lo ayudaba a pensar, era una forma de meditar en todo lo que había pasado y hecho. Era simple. Él no debía estar ahí.

Por la mañana había revisado una y otra vez el clima que se pronosticaba para el resto de la tarde. Despejado. Claramente, nunca debía volver a confiar en las aplicaciones de su celular. Pero eso no explicaba —al menos, no del todo— la presencia de Alexander Hamilton, uno de sus modelos, sobre él.

En la tarde, el insoportable chico había hecho todo lo posible por hacerlo arrepentirse de su elección de carrera. Ni siquiera sabía qué hacía Alex siendo modelo cuando ni su cabello se ajustaba a los estándares de moda. Ese estúpido cabello que era la pesadilla viva y peluda de todos sus estilistas. El trabajo de John era un poco más sencillo, el traje que había hecho para Alex debía de quedarle a la perfección; sin embargo, y aunque no lo pudiera probar, era más que obvio que Thomas había metido mano en sus medidas, porque cuando se lo probó, las piernas del pantalón no estaban ajustadas correctamente y tampoco los hombros de la chaqueta.

Iba a matar a Thomas por hacerlo quedar horas extras con Alexander Hamilton.

—No te muevas, ¿sí? —apenas pudo pronunciar con los alfileres que sujetaba con su boca.

A estas horas, John ya había dibujado, recortado y medio cosido los bordes del nuevo pantalón verde que Alex usaría para el desfile en la Galería Lafayette. Sin culpa —en realidad, no— pinchó un poco del músculo de Alex por debajo de la tela. Se rio entre dientes al sentirlo rebotar.

—¿Más cuidado para la próxima? —al contrario del tono que esperaba por parte del azabache, John escuchó con claridad el tono coqueto que se aproximaba desde abajo—. Es muy tentador verte de rodillas.

John reprimió un salto, debía permanecer lo más profesional y evitar aniquilar a Alex ahí mismo. En el estudio, aún había algunos asistentes de costura, Thomas se había retirado hace unas horas y George Frederick —su británico jefe—, no se había dignado en aparecer durante todo el día. Sí, necesitaba que la santa concentración descendiera de donde sea y lo llenara con una dosis de extrema paciencia.

—No hoy, Hamilton —pasó un alfiler por la tela, sosteniendo una unión en el dobladillo—. Quizá otro día cuando mi esposo me lo permita.

—Oh, ese tonto. Suerte que te tiene, Laurens —rio con ningún signo de amargura en su voz—. Pero... no tiene por qué enterarse.

—Lo siento, yo le cuento todo y... —se levantó y quedó cara a cara con Alex, quien estaba sobre una plataforma haciéndolo más alto de lo normal, pero aún manteniéndose a la altura de John— hay demasiados testigos.

—Entonces esperaremos a que ellos se vayan —le devolvió la respuesta.

Aún con el rostro a centímetros del otro, John lo agarró de la manga de la chaqueta y, sin tocar su mano, sacudió su muñeca izquierda.

—Recuerda que también estás casado.

La sonrisa traviesa que se dibujó en el rostro de Alex podía competir con la del gato de Alicia. John, con rapidez, se volvió a acuclillar y estiró la tela para verificar donde mismo había marcado las puntadas.

—Nos vemos mañana, señor Laurens —una de las asistentes se despidió de John y señaló el escritorio—. No se olvide de comer, su esposo lo mataría si llega a morir por inanición.

Detrás de ella, los demás asistentes salieron en cuestión de minutos, el último diciéndole:

—¿Trajo paraguas, señor Laurens? Se viene una lluvia fuerte. Adiós, Alex.

—Nos vemos, Nate —y con eso, salió del estudio.

Los únicos que quedaron fueron él y John.

—Ya no hay nadie, Laurens.

—No. Tenemos condiciones, Hamilton. Tú más que nadie las conoce.

—Y ahora me arrepiento, Laurens —John le dio unos golpecitos en los brazos para que los levantara, él sintió un cosquilleo.

—Están las cámaras.

—Podemos apagarlas. Frederick ni se debe enterar —refutó levantando las cejas, su deslumbrante sonrisa y profundo tono eran una clara desventaja para la sanidad de John.

—Frederick tiene el poder de despedirnos a ambos, genio. Necesito este empleo.

—¿Tu esposo no aporta en la casa? —ahí estaba, de nuevo, ese tono de superioridad que electrificaba sus nervios, un día de estos lo lanzaría por el primer puente directo al Hudson.

—Como esposo, me gusta compartir los gastos —le devolvió la insinuación, sus manos se cerraron en el pecho de Alex, estaba acomodando la altura de la chaqueta, sí, era eso.

—¿Algo más que te guste compartir? ¿O que a él le guste compartir? —comenzó a acercarse probando suerte.

Los labios de John estaban tan cerca, su aroma era único, nuez o frutos secos y en sus oídos, las gotas de lluvia que golpeaban con fuerza los vidrios del estudio, como si con esos sonidos percutivos pudieran ocultar lo que ocurriría en la habitación.

—Estoy seguro de que no le gusta compartirme, Alexander.

Esa fue la señal que necesitó para reclamar con hambre los labios de John en un solo beso que contenía todos estos sentimientos que llevaba guardando, esta necesidad contenida y frustración de no poderlo llamarlo como quería en horas de trabajo. Alexander. Una sola palabra, su nombre, que marcó la diferencia porque John le devolvió el beso con la misma o mayor intensidad que Alex. Se sentía como si estuviera en el paraíso y solo había bajado unos segundos al infierno para visitar a un viejo amigo.

—No, no me gusta compartirte con nadie, Jack.

Un trueno se escuchó en el fondo como si este respondiera su pregunta, las nubes en el cielo se arremolinaban sobre el estudio y el viento se mantuvo fuera de ese apartamento.

Alexander Hamilton-Laurens dormía con el sonido de la tormenta y con los dedos de John dibujando surcos en su cabeza. Había sido una idea muy tonta mantener su relación oculta en el trabajo. Definitivamente necesitaban encontrar las grabaciones de lo que hicieron y eliminarlas, en unos años quizá invitarían a Frederick y Thomas a su aniversario y qué mejor forma de enterarse que los mayores rivales compartían algo más que solo trabajo.

—A mí tampoco, Alexander Hamilton-Laurens.

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N/A Esto es producto del sueño y de un shuffle de ideas random en internet que tiré más de cinco veces hasta que me salió "Fashionista" y bueno, tómenlo como el AU que no sabían que necesitaban, pero ahora existe y tienen que amarlo. Y bien, Bar. ¿Cuál es el tema para mañana?

In the Winter's Trail - one shots lamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora