Reading (Lams Month)

141 17 17
                                    

El olor a libros era una de las cosas que John más amaba, eso y los animales que podía dibujar en el parque cuando el clima era favorable. Su trabajo como bibliotecario le estaba dando los recursos para no pedirle ni un centavo a sus padres y poder vivir, más o menos, cómodo en Nueva York. Además de eso, las personas que conocía durante su turno eran una historia aparte. Él había visto parejas formarse, amigos ser novios y luego prometidos, unas cuantas peleas y otras cosas en las que tenía que aparentar que no había visto nada fuera de lo común en las secciones de arte contemporáneo.

Aunque lo había visto todo, el pelirrojo que siempre se sentaba en la misma mesa, se había convertido en su nuevo sujeto de estudio. Los lunes leía un nuevo libro de ciencias políticas, de martes a miércoles llevaba su computadora y no despegaba la vista de la pantalla hasta cuando debían cerrar la biblioteca e intercambiaban algunas frases que se resumían en "¿vas a terminar? Ya vamos a cerrar", los jueves parecía, en cambio, escribir en una libreta, quizá tomaba notas y a veces hacía mapas conceptuales; los viernes, la melena de fuego era extrañada por John, ya que esta parecía desaparecer y los fines de semana eran libres para el rubio, por lo que no tenía ni idea si el chico con pecas se aparecía por ahí.

Definitivamente, John necesitaba hablarle porque no se iba a quedar toda la vida admirando de lejos peor que un stalker, a menos que ya fuera uno y no se haya dado cuenta. Hace tres semanas, el chico había sacado un libro prestado, por lo que de forma directa y sin él quisiera, supo su nombre.

—¿Thomas Bender? —el chico le pasó el libro de tapa azul y él lo pasó por uno de esos dispositivos que los pesaban y catalogaban.

—Es un buen autor. Muestra la verdad —sencillamente fueron dos frases, pero le habían dado la oportunidad a John de escuchar su tranquila y despreocupada voz.

—¿Apellido? —se volvió a sentar en su silla giratoria y escribió unas cuantas cosas en la computadora.

—Hamilton.

Entre los demás Hamiltons que estaban registrados en la plataforma de la biblioteca no sabía con qué nombre identificar al lindo pelirrojo que estaba esperando que él terminara rápido de separar el libro para irse a dormir. Semejantes ojeras debían haber sido el origen de su deducción.

—¿Hamilton...?

—Alexander.

Esperando que el chico —no, Alexander— no lo odiara por tomarse más tiempo del debido para revisar la fecha plazo en la que debía devolver el libro, se lo entregó de vuelta y tan pronto como había llegado a su escritorio, se fue. Más tarde, en su dormitorio, Gilbert era el único que podía soportarlo —o al menos aparentar—.

—Se llama Alexander Hamilton, Gil —lanzó su bolso a la cama y, en el proceso, se quitó los zapatos, dejando que sus pies respiraran por las medias.

—Y ahí está mi amigo, John Laurens, quien parece estar en las primeras faces de convertirse en un asesino serial. ¿Qué se siente, Johnny?

El francés podía jurar que escuchó el cuello de su amigo tronar al momento de girarlo a su dirección. A John no le gustaba ese apodo.

—Lafayette —advirtió con su tono, dobló sus piernas y se sentó en el suelo.

—Como quieras. Su nombre es Alexander Hamilton, ¿y?

—Y que si vieras cómo es... pero mejor que no, porque después me lo robas —el cambio de humor se notó cuando se lanzó boca abajo al suelo de la habitación y desvió su mirada del más alto.

—¿Estás insinuando que te gusta?

—Podría ser, no lo niego ni lo afirmo.

—¿Vas a hacer algo o te quedarás asechándolo desde las sombras de los libros? —una envoltura de caramelo cayó en el lado de John.

—No lo asecho. Solo me tomo mi tiempo para analizar la situación. Una cosa es el suicidio y otra es el suicidio social —sus dedos se dirigieron a la envoltura y comenzó a jugar con esta.

—Claro, John. Y yo soy la reina de Inglaterra —la risa de Laff subió hasta el techo y se derramó por las ventanas.

—Voy a esperar a que devuelva el libro. El plazo es hasta el sábado.

—Genio, tú el sábado tienes como cuatro clases.

—Tendré que solucionar eso. No voy a esperar más.

Ese sábado, John se pasó todo el día en la biblioteca esperando que Alexander apareciera. Como no pudo tomar horas extras, se había sentado junto a la mesa donde el pelirrojo se quedaba leyendo; sin embargo, no se había presentado. Ni una señal de Alexander y su rostro pecoso, ni una. Decidió que lo mejor sería revisar la base de datos, no sería bueno que alguien no entregara un libro en el plazo señalado.

Fue el martes que John pudo revisar ya que el lunes tuvo que tomar las clases a las que faltó el sábado. Alexander había renovado el libro, ahora su plazo era el viernes. Esa semana pasó rápido, Alexander llegaba, se sentaba y parecía que creaba una fortaleza invisible a su alrededor porque nadie se atrevía a perturbar su lectura. Además, que se viera super tierno leyendo, eran puntos extras para John. Finalmente, el viernes había llegado y antes de que se acabaran las horas reglamentarias, el pelirrojo se había acercado al escritorio de John.

—¿Jonathan? —le habló directamente, a John le costó segundos en notarlo.

—John, me llamo John.

—Por supuesto. ¿Podría renovar el libro?

—¿Otra semana más? —soltó sin darse cuenta de que eso le podía costar la discreción que había tomado todo este tiempo.

—¿Acaso no se puede? No sabía que hubiera límite...

—Lo hay —interrumpió extendiendo su mano para tomar el libro—. Si lo extiendes por la plataforma digital, si vienes acá personalmente, no lo hay.

Alexander le dio el libro y John siguió el procedimiento de siempre. La mirada del pelirrojo desviaba sus movimientos. Era ahora o nunca.

—Lo sabré para la próxima.

—Aunque puedes hablar conmigo directamente, no me molestaría —al escucharlo, Alexander levantó su rostro que tenía un leve sonrojo—. Puedo ingresarte al sistema y listo. No está en contra de tus ideales, ¿no? —levantó el libro y antes de devolvérselo lo mantuvo unos cuantos segundos más en sus manos.

—Para eso necesitaría saber quién eres.

¿Esa era una pregunta directa? ¿Alexander le estaba preguntando su nombre? ¿Quería saber, en realidad, cómo se llamaba?

—Toma, tráelo a tiempo la próxima vez —le dio el libro, sus dedos se rozaron como en esas películas románticas que veía con Gilbert.

—Gracias.

—Laurens, mi apellido es Laurens. Y estoy en el 174, edificio Adams.

—Quizá pase por ahí un sábado.

—¿Cómo sabes que...? —su corazón se detuvo por unos segundos.

—Porque te veo entrar y salir con tus libros todos los sábados, excepto el anterior —le sonrió y dejó un papel en el escritorio.

Alexander Hamilton

212 xxx xxx

Edificio Adams #175

Ese mismo sábado, Alexander tocó su puerta, John estaba listo para salir con él y Gilbert finalmente podía descansar de su compañero de habitación.


_____________________________

N/A No me molestaría seguir con este Lams. Me gustó demasiado la dinámica entre estos dos.

In the Winter's Trail - one shots lamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora