Helpless (Lams Month)

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Alex lo veía todas las mañanas y todas las tardes. Su cabello rizado siempre en un perfecto moño y los trajes que usaba. El aroma que lo llenaba cada vez que entraba al auto y su voz, su perfecta vos cuando le indicaba a qué lugar iba. Él había sido contratado como chofer de los Laurens, específicamente del heredero del bufete de abogados, John Laurens, un joven del que Alex estaba enamorado desde el primer día en que se subió a su auto.

No importaban cuantas calles hubieran pasado, Alex tenía memorizados cada uno de los gestos que John hacía en el asiento trasero. En el tiempo que había manejado para los Laurens, se había dado cuenta de la confianza que existía entre John y su madre; y el otro lado de la moneda con su padre. Los días malos en los que subía con una chica diferente y los buenos cuando su sonrisa de mil vatios amenazaba con competir contra las luces que iluminaban los estadios.

John Laurens era un completo misterio para Alexander Hamilton, y como persona curiosa que era, estaba listo para descubrir qué lo hacía tan interesante. Primero fueron las preguntas.

—¿Ansioso por el día de hoy? —acomodó el espejo retrovisor y aprovechó para darle una mirada a John desde ahí sin que se diera cuenta.

El mayor parecía cabizbajo, con los brazos cruzados y la vista hacia la calle. Esa semana no respondió.

La siguiente semana, se subió con un arreglo floral de dalias rosadas: el compromiso de hacer feliz a la otra persona.

—¿Ansioso por el día de hoy? —repitió la pregunta con un nudo en la garganta, se acomodó el sombrero reglamentario y evitó pensar en el significado de la flor.

—Un poco, sí.

Donde Alex lo dejó ese día, un hombre más alto que él y con la oscuridad de la noche por cabello, recibió a John en la puerta de su casa. Durante esos días, su deber consistió en recoger a John y dejarlo en la misma casa. Los sentimientos de Alex embotellados y lanzados al mar. Aquello duró un mes, cada día, una flor nueva. Aún podía recordarlas: claveles, girasoles, geranios, margaritas, orquídeas y finalmente una hortensia.

La fidelidad del clavel blanco, la felicidad del único girasol, los constantes pensamientos al llevar el geranio rojo, el optimismo de las muchas margaritas de ese miércoles, las orquídeas rojas... especialmente no quería pensar en esa, y luego la hortensia con las lágrimas de John que la regó.

Soledad.

—¿Ansioso por el día de hoy? —soltó un suspiro cuando John bajó la ventana y lanzó la hortensia a través de la calle mientras Alex manejaba.

Ese día no había llevado una flor, al igual que la semana anterior, sino que regresaba con una en sus manos. John no respondió.

—¿Cómo se llama? —cambió la pregunta, si era lo que creía, Alex estaba seguro de que solo necesitaba una orden para acabar con el causante de la miseria de John.

—Alexander continúa manejando.

—¿Cómo se llama? ¿Era uno de los prestamistas? ¿Un socio de la firma?

—¿Por qué te importa tanto? Solo fue un estúpido error —se cruzó de piernas y llevó su manga a su rostro.

Al bajarla estaba empapada.

—Un error y más un estúpido error no es causa de lágrimas.

—La orquídea roja y luego la hortensia.

—Lo imaginé. ¿Cómo se llama? —giró el volante y cambió de dirección, tal vez lo mejor era ir por la ruta alterna más larga.

—¿Por qué te importa tanto?

En ese momento, Alex tomó una decisión, bajó sus armas y dejó su corazón indefenso ante John.

—Porque lo te visto todos estos años, he visto como sonríes, como lloras, como tu nariz se arruga cuando piensas. Y me gusta, John. Me gustas mucho y cualquier idiota que te haya hecho llorar no te merece. Ni una sola pizca de ti.

El aliento había expirado de John. De alguna forma se sentía más liviano al haber escuchado a Alex.

—Gracias.

—Gracias a ti por no despedirme luego de esa imprudencia, no se supone que debes lanzarle piropos a tu jefe —hizo lo posible para no verlo a los ojos y enfocarse en el camino.

—Nunca te consideré un empleado —confesó inclinándose en el espacio donde la ventana, que dividía las dos secciones del auto, debía estar—. Siempre fuiste un amigo muy callado.

—¿Callado? ¿Yo? Tú eres el que nunca respondía a mis preguntas.

—Porque pensaba que eran de rutina.

—No lo son. Solo eran un intento, al parecer fallido, de empezar una conversación.

La risa de John opacó sus anteriores lágrimas, quizá no podía cambiar lo que pasó, pero sí empezar un nuevo comienzo con Alex.

—Entonces supongo que nunca te callas.

—No a menos que tú me obligues —desde el espejo retrovisor le guiñó un ojo.

Eso lo fue todo. John estaba indefenso, perdido e incluso satisfecho con lo que Alex le podía ofrecer.


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N/A La orquídea roja es deseo sexual y la hortensia es soledad. Resumen: Francis solo se aprovechó de John. Sinceramente, tenía pensado en que quedara mejor pero ando con sueño.

In the Winter's Trail - one shots lamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora