Forgotten by time (Alan Turing)

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20 de abril de 1940, Buckinghamshire, Inglaterra

Llevaba quizá unos veinte minutos mirando el constante movimiento de las manecillas del despertador que tenía en su mesa de trabajo, junto a esta estaba la calefacción donde su taza del té seguía encadenada desde que había empezado a trabajar en el Bletchley Park. Según las personas comunes y corrientes no era más que una fábrica de radios, según los altos mandos británicos se habían convertido en regentes de la vida y la muerte en un mundo donde el caos reinaba, según él seguía siendo un matemático antes que profesor y aún antes que criptógrafo o maratonista. Era Alan Turing con el ritmo del reloj en su cabeza que trataba de enfocarse en una sola cosa que no fuera la cuenta regresiva de la bomba. Porque cuando las alarmas se soltasen, ella sería la bomba que daría el conteo regresivo a las posibilidades de salvar o no vidas.

He ahí sus títulos de regentes.

Y he ahí su insistencia de esperar y saltarse el almuerzo.

El mapa de los recientes ataques continuaba colgado al otro lado de la habitación, los escritorios estaban copados de papeles hasta el tope y el viento ni siquiera entraba por las dos ventanas. Y aquella simple calma se rompió con dicha cuando la bomba arrojó su resultado. Tropezándose con sus propios pies, se sacudió el pantalón caqui, dejándole rastros de grafito que luego debería lavar y llevó el mismo lápiz y una hoja consigo.

Der Bombardierung. Francia. 10 de mayo —leyó en voz alta y continuó anotando en una hoja limpia que luego sería recopilada y llevada a Welchman—. Luxemburgo.

Justamente como si aquello hubiera sido una alarma, por las puertas entró el resto de su equipo: su amigo, Hugh; la Srta. Clarke; Knox y unos cuantos más quienes se habían presentado al inicio del programa, pero de quienes había olvidado sus nombres y ya había pasado un año entero como para volver a preguntárselos.

—¿De nuevo nos lo perdimos, Alan? —Hugh le dio una palmada en el hombro, viendo con orgullo el mensaje desencriptado y a la máquina que lo había creado. Él asintió y le señaló la fecha con el lápiz.

—Son casi veinte días. Nunca nos habían dado tanta diferencia de tiempo. Nunca nos habían dado tanta ventaja —sacudió el papel, casi arrugándolo con sus dedos.

—¡Joan!

Ella estaba archivando unos documentos en las carpetas que les entregarían a Menzies y que luego serían llevados a Downing Street. Un viaje largo con varias intercepciones en el camino que podrían poner información valiosa en peligro.

—¿Qué dijimos de estar gritando? —ella le reprochó, Alan solo pudo sonreír ante su respuesta y esperar a que Hugh le dijera.

—Veinte días exactos si descontamos las horas que quedan de hoy.

—Es... es demasiado extraño. ¿Qué dice la fórmula?

Por su parte, Alan estaba desde hace unos minutos encargándose del balance de probabilidad, según los cálculos era un alcance no mayor ni menor al cincuenta por ciento, tanto como si los nazis lo lograsen como si no. Aunque igual se trataban de vidas humanas.

—Welchman deberá decidir, nosotros ya hicimos nuestra parte —Hugh musitó sobre su hombro al leer los resultados.

—Sí... sí, no digo que no. No... no me puedo oponer. Deberíamos continuar, ¿qué más arrojó la bomba?

Joan le dio un vistazo, no estaba seguro si esa mirada iba para él o para la ventana tras suyo. De lo que sí se dio cuenta era de la preocupación que emanaba detrás de sus anteojos. Quiso decir algo que levantara el ánimo lúgubre que se había instalado de repente. Pero, aunque estuviera pensando en mil y un consejos, ninguno los podía poner en práctica, porque la suerte ya había sido echada y no eran jueces de esa carrera, sino solo maratonistas.

In the Winter's Trail - one shots lamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora