Parecía que el sentimiento de soledad lo perseguía hasta en sus sueños donde debería sentirse más seguro, era extraño, hace unos días no podía dejar de ver parejas contentas realizando sus compras de navidad, niños corriendo por el parque junto a sus perros, amistades que se convertían en mucho más y novias que decían el «sí» a la pregunta que tantos hombres sufrían por formular. Pero ahí estaba él, observando el horizonte de una noche fría, sin amigos que lo hicieran reír, sin familia que lo acogiera en un hogar y sin pareja que le profesara su amor eterno.
Si comparaba la navidad pasada con esta, llegaba a la conclusión que las dos fechas no pertenecían a la misma línea temporal y ni siquiera entendía cómo había logrado descarrilar todo. Ahí, en medio de la lluvia del invierno que luego se convertiría en una humedad que atraería a los mosquitos —que parecían ser los únicos con ganas de besarlo—, intentaba entender los últimos eventos.
La cena de la semana anterior había sido su primera metida de pata, luego la siguió el incidente en el parque de diversiones, la florería, el alquiler del apartamento y sus notas en la universidad que de excelentes solo quedaba el recuerdo de un halago lejano por su discurso en contra del término inclusión ya que le parecía ser aún más excluyente.
Era complicado, lo sabía, venir de una isla remota en el Caribe con casi nada de dinero en su bolsillo a un lugar donde pensaba que marcaría la diferencia, los primeros meses no habían sido sencillos, pero igual se sentía como si fuera el Rey George III, capaz de conquistar cualquier pequeño pueblo que se encontrara cruzando el charco que era el Pacífico, era indomable, cotizado por todas las señoritas por su apariencia y con un dolor inexplicable que se extendía en su pecho cada vez que recordaba la verdadera razón de su huida. También un veinticuatro de diciembre.
Esa fecha estaba maldita y ni siquiera Dickens le haría cambiar de opinión, su madre murió un veinte de diciembre, su padre los abandonó dos días antes, él se fue de la isla una semana después y a la mañana siguiente se veía peor que sobreviviente de la Guerra de Vietnam y de lo que las personas llamaban como «espíritu festivo» no había recibido más de lo que un ratón esperaría del humano al que le pertenecía la casa que invadía.
Con un sabor amargo subiendo por su garganta, tiró el vaso de plástico al basurero público del parque, no había llevado paraguas, ni abrigo o medias, para él se trataba de un desperdicio de energía luego de que a las nubes se le pasara el arrebato emocional; resignado, con el cabello empapado cubriendo sus ojos y las manos enfundadas en sus pantalones, comenzó a caminar de regreso al apartamento que posiblemente en unas semanas tendría que devolver.
Observó a su alrededor en busca de personas tan estúpidas como él para salir en medio de una noche lluviosa, sin ninguna preocupación, conscientes del clima tan indeciso como un niño engreído en una juguetería. En su espalda podía sentir el lento rasgueo de las gotas que se colaban por el cuello de su camisa desde su desordenado cabello, bien podía estar en un bar perdiendo las últimas neuronas que le quedaban en un güisqui seco o en el borde de un puente con la excusa de apreciar la vista, sabiendo muy dentro de sí que lo único que quería era saltar y no volver a tomar una decisión en su vida.
Las decisiones podían marcar el futuro de una relación, el final de otras y el inicio de unas pocas, las decisiones no tenían que ser tomadas a la ligera, las decisiones eran importantes y necesarias y era solo ahora que lo entendía, solo y acompañado por un chico que le había colocado su abrigo de lana sobre sus hombros sin siquiera preguntarle la razón por la que caminaba en la oscuridad de una ciudad tan iluminada y aceptando el acuerdo silencioso de no formular ninguna pregunta por su presencia. Con el mismo inicio de una sonrisa, asintió y caminó junto a él.
En su cabeza no cabía ninguna explicación por la que un chico sin ningún motivo se detendría a realizar una acción altruista en marzo, cuando todo mundo estaba recuperándose de la bomba de amor que era febrero y bajando el peso ganado durante diciembre y enero; era obvio, este chico aprovecharía cualquier oportunidad para aprovecharse de su situación y quizá lo dejaría medio muerto en un callejón con una nota que dijera: «Luego me agradecen».
Sin embargo, había algo extraño en su caminar, un tipo de cojeo, una evasión de mirada, un sentido de confianza que irradiaba de algún lugar, fue más por eso que lo siguió sin dudar, necesitaba saber la razón, motivo o circunstancia por la que una persona dejaría de lado su beneficio personal por ayudar un alma en desgracia, ¿o acaso se veía peor de lo que se sentía? ¿Sus ojeras se habían extendido tanto que no se notaban donde empezaban y terminaban? ¿Parecía que tuviera un nido de pájaros en su cabeza y era por lo que esta alma piadosa lo había notado?
—Podemos seguir caminando toda la noche si es que quieres, pero te puede dar una neumonía.
Su voz tranquila interrumpió su tren de pensamientos que no conocía frenos, pero que dada la ocasión había aceptado disminuir un poco la velocidad.
—Solo te estaba siguiendo, no tengo idea a dónde vamos. Podrías ser un secuestrador serial y no me importaría ni un poco.
—Creo que solo existe lo de «asesino serial», no creo que secuestrador serial es el término adecuado.
—Me da igual, ¿entonces dónde prefieres que me coloque? Si quieres puedo voltearme para que no tengas que verme mientras me disparas.
—¿Qué? —su tono subió unas octavas y lo miró con sus ojos completamente abiertos como naranjas— No pensé que hablabas en serio. Dios... ¿Estás loco? Hay tantas personas que desearían tener tu vida y tú solo la tiras a la basura.
—Nadie quisiera tener mi vida, te lo aseguro. Y no pagué por una sesión del psicólogo anónimo del siglo, solo quiero caminar un rato y ver si puedo despejar la cabeza. Estoy abrumado, siento que voy a empezar a quemarme en cualquier minuto.
—Sal del fuego y busca una nueva salida, no es tan complicado, a menos que quieras que lo sea...
Finalmente lo estaba entendiendo, no se tomó la molestia de ver su rostro, sino que siguió caminando.
—¿Por qué haces esto? A menos que te hayas encaprichado con un extraño empapado y acabado, no le veo sentido a tu intromisión. ¿Soy tu proyecto de caridad? Ni siquiera estamos cerca de alguna festividad como para que la uses de excusa barata.
—Te vi en el parque, siempre te veo a la misma hora, los mismos días, pero hoy no era ninguno de los dos, solo sentí las ganas de llevar mi tortuga al veterinario y te vi pasar, mojado, triste y desconsolado, era mi deber como buen ciudadano ayudar a un alma en pena. Además, no hay necesidad de que sea navidad para hacer algo bueno.
Se encogió de hombros y levantó la mirada, logrando que algunas gotas se quedaran pegadas a sus pestañas.
—Quién dijo algo sobre la navidad, pero ya que estamos hablando de ella, me diste cuerda y lo siento, tendrás que escucharme hasta que me aburra y eso implica escucharme en tus sueños.
Empezó a hablar, le contó cosas que no le había dicho a nadie más, sentimientos que guardaba en lo más profundo de su ser, los mismos que no era capaz de aceptar. Eran esa parte de su alma que prefería ocultar de todos hasta de él; y, sin embargo, con este chico había sido tan sencillo solamente hablar y dejarse llevar por el ritmo de las gotas que se estrellaban contra la calzada y que empapaban sus zapatos. Cuando terminó, un silencio cómodo se apoderó de sus pasos y le respondió con el sonido de su voz:
—Quien diría que hasta las piedras tendrían corazón —bromeó un poco para aligerar el ambiente—. Te diré algo que escuché hace tiempo y que hasta ahora no había entendido, quizá porque siempre pensé que era dirigido a mí: «Puede ser navidad en cualquier parte del mundo, pero si no lo sientes, no es aún tu tiempo, el día poco importa, la hora también y cuando sientas que puedes hablar hasta cansarte, reír sin darte cuenta y dejar atrás tu pasado para aceptar tu futuro, entenderás su verdadero significado».
—Es una frase larga.
—¿Y sabes qué es lo mejor? —lo miró esperando una respuesta— Que puedes cambiar «navidad» por cualquier cosa y sigue funcionando.
Entonces supo que no era un sueño. Él no sería capaz de inventar cosas tan cursis.
—¿Sabes que nada de lo que acabas de decir tiene sentido?
Inició como una pequeña sonrisa que fue regada por la alegría de sus pupilas y creció hasta ser la carcajada más monumental que había salido de él desde hace tiempo.
—Lo sé, pero valió la pena.
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In the Winter's Trail - one shots lams
عشوائيEsta es una colección de historias, algunos cuentos y por lo general one-shots de parejas que rondan a menudo en mi cabeza. Adéntrate a mi mundo si te atreves, quedas advertido. Para más información, revisar el índice. Incluye: • Lams • Kingbury • H...