En una esquina estaba la ropa que alguien había dejado apartada para él, seguro había sido Alexander. El rubio sabía que cualquiera de los dos podía estar enojado con el otro, pero eso no significaba dejar de preocuparse por su bienestar mutuo. Agarró la camisa y sobre los vendajes aún húmedos de sangre, se la abotonó, haciendo una que otra mueca o gruñido por el dolor que le palpitaba desde el hombro hasta el codo, seguro la bala había atrapado algún nervio.
—No podré dibujar en un buen tiempo, demonios —se agachó dispuesto a colocarse las botas, aún estaba un poco ido y no recordaba la mayoría de los hechos que lo habían llevado a la camilla—. Alexander.
Con las botas puestas y la camisa media abotonada, que se sentía como si no usara nada, salió de la tienda. El sol en el cielo le dio directo en los ojos y le cegó la vista por unos segundos, levantó la mano para cubrirse del resplandor y rápidamente lo volvió a bajar por el pinchazo que sintió en el codo. De un lado a otro comenzó a escanear la cabellera de cierto pelirrojo que había desaparecido de su vista luego de su enfrentamiento contra las casacas rojas.
A lo lejos, un lago recorría los límites del campamento, el movimiento a su alrededor no era tan productivo como en la tienda de curaciones, que era donde la mayoría de mano de obra se encontraba en este instante. Recordó que a él y a Alexander les gustaba conversar lejos de los demás y lo más lejos que habían llegado había sido el lago. Con espíritu firme y paso que denotaba su cansancio al cojear, avanzó hasta allá.
Las piedras sueltas del camino luchaban por colarse dentro de sus botas, que no estaban del todo bien amarradas, sino lo máximo que se podía hacer con un brazo bueno. Acercando este mismo a su cuerpo, en muestra de protección, vio como cada paso que daba fuera del campamento, sus alrededores comenzaban a cobrar el brillo que las municiones y las armas le quitaban. Algunos pájaros estaban perdiendo la timidez y sus trinos envolvían a los árboles del lugar, al ritmo de las botas, de sus pensamientos y palabras que estaba preparando decir si encontraba a Alexander.
Y el aludido estaba ahí.
A la orilla de la laguna, con un pie recogido y de la misma forma en que su cabello lo sostenía una banda azul, con la mirada perdida en las indescriptibles ondas que lentamente se extendían en el lago. No podía distinguirlo a la distancia que estaba, pero en su mano tenía un papel, una carta que había sido leída y releída con tanta determinación con tal de entender el significado de esta. Alexander no sabía si sentirse traicionado u ofendido, quizá la mezcla de ambos era una buena opción, su mandíbula retraída y sus ojos cerrados, al escuchar los pasos del rubio detrás de él, eran prueba viva de la combinación de emociones que estaba sintiendo allí sentado a merced del agua.
—Tienes esposa y una hija —levantó el papel que ya estaba arrugado de tanto leerlo—. ¿Por qué no me dijiste?
—No lo creí necesario. No pensé que sería justo —se mantuvo de pie, alejado de Alexander.
En estos momentos no sabía de lo que era capaz el pelirrojo, podía explotar en cualquier momento o mantenerse sereno, debía actuar con cuidado como si caminara sobre un piso minado.
—¿Justo, John? ¿Hablas de justicia?
—No. No conviertas esto en personal, Alexander. Tú también te casaste, tú...
—¡Pero fui sincero! ¡Demonios! ¿Es acaso mucho pedir? —los ojos furibundos de Alexander aún denotaban una pisca de aprecio por el otro, estaba enojado; sin embargo, no podía lanzar la culpa como si esta fuera una bala de cañón— Siéntate, vamos, siéntate, John.
Sus piernas se movieron solas y, con dificultad, se inclinó y golpeó el suelo con su trasero.
—No debí ocultarlo, lo sé. Fue mi error.
—No me vengas con tus patéticas disculpas, John. No quiero escucharlas. Quizá lo olvide en unos días —lanzó el pedazo de papel al agua, esta lo consumió con la misma eficacia del fuego.
—Yo debería de olvidarlo, fue una noche que quisiera no recordar. Seguí lo que el honor mandaba, me casé con ella, reconocí a Frances como mi hija, fui un buen marido.
—¿A costa de qué? ¿De tu propia política? —escupió a un costado, no lo había visto antes, pero Alexander tenía unas cuantas marcas en su rostro, en unos años, esas marcas se borrarían, no serían más que simples recuerdos de lo que pasó en una lucha sin nombre.
—Tú eres igual que yo, Hamilton. La única diferencia es que sí amas a Eliza.
Alexander, al escuchar su apellido, volteó a mirarlo con ese extraño color de ojos que traía de sus orígenes escoces y caribeño. Le parecían fabulosos, indescriptibles y, en este momento, más compasivos de lo que alguna vez fueron.
—No quiero odiarte, John. No quiero, no puedo —negó con su cabeza repetidas veces, la carta ya se había desecho y estaba en el fondo del lago.
—Debí ser mejor persona, ser buen marido no alcanza, ¿no es así?
Los labios de Alex se abrieron para responderle, sus manos lo tomaron de la cintura y sus brazos lo rodearon; sin embargo, lo que dijo, no fue nada de lo que esperaba.
—Jack, despierta. Me voy a trabajar —una mano lo sacudió del hombro, se dio la vuelta y en lugar de sentir la aspereza del suelo o el agua del lago, la comodidad de sus sábanas y la calidez del cuerpo que estaba a su lado, le hizo abrir los ojos.
—Buenos días, Alex —le sonrió a su esposo de una forma que ambos sabían que algo había pasado.
El menor se acomodó en la cama y colocó la cabeza de John sobre su regazo, sus manos acariciando su cabello.
—¿Más recuerdos? —John asintió— Sabes que vendrán periódicamente, no podemos controlarlos.
—Solo quisiera que terminaran de ocurrir o que vinieran todos de una sola.
—Si eso pasara, seguro acabarías con un colapso nervioso —Alex se inclinó y le besó la frente—. Me tengo que ir, ¿te quedas con, Pip?
—Tranquilo, yo me encargo.
—Cualquier cosa, estoy solo a una llamada, ¿sí? —recogió las sábanas y se levantó—Te amo.
—¿Aunque tuviera esposa e hija?
El rostro confundido de Alex duró poco, lo mismo que le tomó entender de lo que hablaba su esposo.
—No puedo enojarme contigo, Jack.
—Yo también te amo.
Antes de irse, Alex lo besó lentamente, como si trajera un recuerdo de otro tiempo, como si eso había sido lo que exactamente había pasado y él no se equivocaba, en algún momento de su visita al lago, un rubio y un pelirrojo se besaban con pasión contenida, de tantas emociones, por una sola conversación sin palabras.
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N/A Se me hizo tarde, es una continuación del shot Angst.
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In the Winter's Trail - one shots lams
RandomEsta es una colección de historias, algunos cuentos y por lo general one-shots de parejas que rondan a menudo en mi cabeza. Adéntrate a mi mundo si te atreves, quedas advertido. Para más información, revisar el índice. Incluye: • Lams • Kingbury • H...