Capítulo 28

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Aitana

Narra Vanesa

- ¿A dónde ha ido? - Pregunto. Continúo ante la negativa de mi amiga. - Antes he intentado hablar con él, pero no se ha dignado ni a mirarme, ¿es por mi culpa?
- ¿Quieres? - Dice levantando una taza de té e ignorando olímpicamente mi pregunta.

La miro incrédula esperando una respuesta que nunca llega.

- Voy a buscarlo. - Declaro.

No le dí tiempo a decir nada más, ni a mi cerebro de procesar, no porque me echaría atrás y lo necesitaba, necesitaba que estuviera bien.

Caminaba con la mirada baja y absorta en mis pensamientos. Al menos hasta que unos fuertes brazos me agarraron al pie de la escalera, de no haber sido así seguramente me hubiese metido un castañazo con el suelo tras chocar contra él.

- ¡Cuidado!
- Pablo. Perdona, no te había visto.
- Ya, ya me he dado cuenta. - Dice formando una bonita sonrisa.
- Sí, jaja.
- Bueno, venía a ver cómo ibas.
- Bien, ya me he quitado toda la humedad y estoy mucho mejor.
- ¿Segura? - Mientras pasa sus manos por mis brazos y mi cabello para cerciorarse de que es así.

¿Se puede ser más afortunada? Es un amor de persona, y yo...

- ¿Y adónde ibas con tanta prisa? - Su pregunta me hizo volver a la realidad y recordar mis intenciones anteriores.
- Iba a por mi móvil. - Digo lo primero que se me ocurre, mintiendo descaradamente.
- Ah, vale.

Me suelto de su agarre y paso por su lado para terminar de bajar las escaleras y volver a mi objetivo inicial.

- Oye. - Dice mientras me coje del brazo para que me gire de nuevo hacia él.
- ¿Sí?
- Me... no... lo que te quería decir... bueno, voy a acostarme, y... ¿quieres venirte? - Dice esto último rápido y seguido. - La cama es lo suficientemente grande para los dos, ya sabes que al final siempre hay que compartir habitación...
- Lo sé. - Levanta una ceja esperando mi respuesta y yo cada vez me hago más pequeña.

Es uno de esos momentos en los que solo quieres desaparecer o que la tierra te trague, porque sabes que estás a punto de hacerle daño a alguien que es importante para ti.
Por eso digo lo primero que se me ocurre, la primera excusa que se me pasa por la cabeza.

- Lo siento, justo antes lo he hablado con Pili... - Veo como baja su mirada y la sonrisa que minutos antes tenía era solo cenizas de lo que fue. - Aunque, - Vuelve a mirarme, con esperanza. - puedo hablarlo con ella, estoy segura de que lo entenderá.
- Gracias.

Se acerca a mí y me envuelve en sus brazos en un abrazo lleno de sentimiento y yo no puedo más que sentirme miserable.

¿Por qué?

¿De verdad es tan difícil enamorarse? Estaba claro que no sería algo de la noche al día, pero ¿por qué me siento así, así de... vacía? Joder.

Me separo de él y le doy un pico antes de marcharme.

Llego al salón y hago tiempo hasta que dejo de escuchar pasos en las escaleras y el piso de arriba. Saco mi móvil del bolso y salgo fuera donde mis amigos seguían festejando. Parece que esta será una noche especialmente fría, en todos los sentidos.
Agarro fuerte la chaqueta para cubrirme en un intento de entrar en calor. Aunque la verdad es que la chaqueta no ayudó mucho. Tal vez el baño me haya dejado un poco tocada.

Comienzo a preguntar a mis amigos por Melen pero al parecer nadie sabía nada, nada más allá del miserable estado en el que se encontraba antes.

Enciendo la linterna del móvil y sintiendo el frío calar en mis huesos me alejo de la fiesta y comienzo a dar vueltas por la finca en su busca.
Tras 15 minutos sólo me quedaba buscar en un sitio, la piscina.

Aceleré el paso debido a que el frío comenzaba a hacer mella en mí y no podía permitir estar ronca mañana. Sin importarme el ruido de mis pasos al correr llego a la piscina, pero tampoco está ahí.

¿Dónde se habrá metido?

Paso mis manos por mi cara desesperada. Pero no pierdo el tiempo, echo a correr de nuevo sin importarme las miradas curiosas de mis amigos al verme entrar en la casa a esa velocidad. Entre las cosas por las que corría estaban el frío, la oscura noche, y mis ganas de encontrarle.

Subo despacio las escaleras para no hacer ruido y no despertar a nadie, a la única persona que dormía mejor dicho.

Habitación por habitación abría lentamente la puerta sin hacer ruido y lo buscaba. Cuando abrí la habitación de Pablo, que a diferencia de lo creía no dormía, tuve la suerte de que estaba de espaldas a la puerta y aunque se giró fue tarde yo ya había cerrado y me alejaba de ahí a grandes zancadas. Esa era la última habitación.

Llegué al salón y me dejé caer rendida en el sillón. Abrazada a mis rodillas pensaba ¿dónde puede estar? En una de mis reflexiones se me vino a la cabeza que tal vez pudo haberse ido.

¿Puede ser eso cierto?

Aun siendo consciente de lo que hemos bebido, lo tarde que es, dejando tirado a Pablo, ¿habría sido capaz?

En mi cabeza resonaba con fuerza la respuesta: sí. Pero no, no quería asumirlo, no estaba dispuesta a rendirme, no sin hablar antes con él.

Agarro fuerte mi chaqueta nuevamente y sin hacer ruido abro la puerta de la entrada.
Una corriente de aire frío es el primer contacto que tengo con el exterior tras abrir.

Bienvenidos a la noche de Madrid, el nuevo Polo Norte, pensé.

Justo cuando cogía mi móvil para encender la linterna advertí una luz a lo lejos. Encendí la linterna y sin perder tiempo me dirigí hasta el lugar del que provenía la luz. Conforme me acercaba estaba más segura de que era la luz de un coche.
Frené a unos pasos de ver con claridad el coche, antes de que la persona en él pudiera verme.

¿Y si no era él?

El temor me hizo su presa. Podía ser cualquiera con tanto loco suelto por ahí.

Aún con esa sensación angustiosa recorriendo todo mi cuerpo me acercaba lentamente, con el teléfono agarrado fuertemente y en guardia para correr si fuese necesario.

A unos diez metros del objetivo ví como la puerta de este se habría, mi primer impulso fue correr debido a ese miedo irracional que sentía, pero la curiosidad me ganó la partida y levanté mi brazo para verlo a la luz de la linterna.
Tan pronto como había aparecido esa sensación de temor se esfumó. Debido al miedo había olvidado hasta el frío que tenía, y cuando lo ví no pude evitar echar a correr. Corrí como alma que lleva el diablo, sin importarme nada ni nadie, con lágrimas de alegría en los ojos y la sensación de estar de nuevo en casa.

Cuando vió que no me detendría abrió sus brazos y también dió unos pasos hasta mí. Me lancé a sus brazos solamente siendo consciente de que estaba aquí, y yo con él. Él, en cambio, me envolvía en un abrazo protector como si hubiese olido ese miedo e intentase auyentarlo. Pero también sintiéndome, haciéndome ver que él también lo necesitaba.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora