Abran fuego
MalúNarra Vanesa
- Vanesa ¿Dónde estás? Tienes que regresar cuanto antes.
- Ana, ya te he dicho que ahora no puedo.
- ¿Y cuándo piensas volver? El trabajo se te acum…
- ¡Me importa una mierda el trabajo! ¡Te repito, que todavía no puedo volver!
- Porque soy tu amiga, sino yo sí que te mandaba a la mierda. - Respondió firme. - Vanesa, han pasado días y tienes responsabilidades, responsabilidades de verdad. Yo sé lo que aprecias a esa niña, pero no puedes dejarlo todo por ella, despierta Vanesa, sé respon…
- ¡Eso intento! - Y colgué.No soportaba los reproches diarios de Ana al teléfono. Al principio podíamos hablar sin terminar en discusión, pero la situación empezaba a rebasarme y ella no lo entendía. Nadie lo hace.
Tenía llamadas de trabajo que Ana intentaba posponer, de mis amigos, mi familia y cómo no, de Pablo. Llevaba días sin descolgar el teléfono, a excepción de Ana que estaba un poco más enterada de la situación, estaba desaparecida a ojos de los demás. Sólo pendiente de que la niña comiese y durmiese las horas suficientes, pues el resto del tiempo lo pasaba llorando, sola en algún rincón de la casa, sin ganas de hablar con alguien más.
Aunque Melendi no decía nada sabía que las cosas a él tampoco le iban de la mejor manera. Da igual lo mucho que insistiese alegando que con que uno de los dos faltase a sus trabajos era suficiente, pero él se negaba en rotundo a marcharse.
De vez en cuando intentaba sacar una sonrisa a Lola, jugaba con ella a pesar de su poco interés, siempre más que dispuesto a cualquier cosa que hubiese que hacer. Tanto así, que casi teníamos una especie de “rutina”, casi porque éramos muy de improvisar. Y “rutina” porque este no será nuestro día a día para siempre.- Umm huele que alimenta. - Dijo entrando a la cocina.
Con una sonrisa, Lola en sus brazos, con la cabeza escondida en el hueco de su cuello, duchada y con su pijama nuevo. Ya que los días pasaban decidimos comprar algo de ropa, un par de mudas y eso, pero no podíamos vestirla día a día con aquella ropa con olor a hospital.
Cómo era ya costumbre ella se limitó a asentir sin emoción alguna y se sentó en la que ya era su silla, entre Melen y yo. Llegados a este punto ya nadie tenía ganas de intentar una conversación, comíamos cada uno sumido en sus propios pensamientos, lidiando con nuestros propios problemas. Turnandonos para dar de comer a Lola que de vez en cuando se olvidaba del plato que tenía delante.
Hoy, por primera vez en días, se lo había tomado, no es gran cosa pero sabiendo que al principio se negaba en rotundo a comer esto es un gran paso.- ¿Te apetece algo más? - Intenté.
Como toda respuesta negó con su cabeza mientras se levantaba con su plato dando por finalizada aquella breve interacción.
Salió de la cocina con nuestras miradas puestas en ella hasta que ya era imposible verla y fueron a parar a los ojos del otro.
- ¿Cómo estás? - Preguntó recogiendo conmigo.
- Mal, Melen, mal.
- Ya… Joder qué pregunta más tonta.- ¿Y tú cuándo vas a volver? - Le pregunté mientras enjuagaba los platos y él los metía en el lavavajillas.
- ¿Me estás echando? - Bromeó.
- Tío no. No te hagas el tonto.
- Pues bueno, no sé. Supongo que cuando tú lo hagas.
- Vamos que tampoco sabes.
- ¡No! Yo no he dicho eso.
- Sí.
- No. Te estoy diciendo que volveré contigo.
- ¿Y si no vuelvo?
- Pues tendrás que acomodarme una habitación. O no...Lo había vuelto a hacer, había logrado sacarme una sonrisa, bromeando ante la situación, haciéndola ver mucho más fácil de lo que realmente es. Y es que es muy fácil enredar las cosas, complicar lo simple. Lo realmente difícil es hacerlo a la inversa, y él era de esas personas que hacía que lo malo no fuese tan malo, ni lo complicado tan difícil.
Y una vez más me preguntaba si sería el momento, la hora de tener esa conversación que llevaba tanto tiempo aplazando, todo sumado a las nuevas noticias. Pero sólo de pensarlo se me hace un nudo en el estómago imaginando todo lo que puede salir mal.
Algún día tendría que contárselo, es lo justo. Aún sabiendo que eso puede terminar con nosotros, si es que todavía hay un nosotros.
- ¿En qué piensas? - Pregunta de camino al salón.
- Muchas cosas. - Digo sentándome a su lado en el sofá.
- ¿Quieres compartirlas conmigo?
- La verdad, no.Tenía que hablar, pero ¿cómo?
Es que no le voy a dar la receta de los macarrones, esto puede cambiar nuestras vidas para siempre, no sé si a mejor, pero ya sería difícil que fuera a peor. Pero la duda…
- Tenemos que hablar. - Declaré con voz y manos temblorosas. Acomodándome bien en el sillón, sin zapatos y con los pies sobre este.
- Estaba esperando el día. - Respondió buscando una posición más cómoda, pues esto tenía pinta de ir para largo. - Cuando quieras. - Dijo serio pero sin sonar brusco, dándome toda su atención.
- Emm es que… no… no sé, ¿por dónde empiezo? - Tartamudeo a la vez que froto mis manos nerviosa.
- ¿Qué tal por el principio? - Dijo como si fuera obvio, pero en sus palabras se apreciaba nerviosismo también, algo raro en él.
- Sí… claro. - Mi garganta estaba atorada y el nudo en mi estómago era terrible. Y sí me arrepentía. Yo misma me maté. - Sabes, yo… no puedo. No puedo, no sé… joder… di algo.
- ¿Por qué me alejaste? - Preguntó mirándome directamente a los ojos.
- Vaya… directo. - Titubeé.
- Creo que ya hemos dado demasiadas vueltas.Y qué razón tenía.
- Yo… - Pensé, juró que pensé, le dí vueltas, lo medité, pero no encontraba la verdad a esa pregunta. - No… no lo sé. Yo qué sé, tenía miedo.
- ¡Joder, y yo! Pero podríamos haberlo enfrentado juntos. ¿Por qué Vanesa, por qué me apartaste? - Repitió más fuerte que antes.
- Te estoy diciendo que no tengo ni puñetera idea. Qué estaba mal…
- Mira, no sé cómo decírtelo ya… los dos perdimos. Lo perdimos todo en ese momento, incluida a tí que te cerraste en banda. ¿Es que te crees que yo no lo pasé mal?
- No…
- Pues deja de poner excusas y…
- ¡Vale, sí joder, lo admito! Me equivoqué. Pero no me arrepiento.
- ¿¡Pero qué!?
- ¡Podrías haber muerto!
- Y tú…
- Por mi culpa. - Exploté. De un salto me levanté de aquel sofá situándome frente a él, con nuestros ojos cristalinos puestos en el otro.
- ¡Cabezona, no fue tu culpa! - Coje mis muñecas que no paraban de temblar y se pone de pie encarándome.
- Ella nos sigue.
- Te lo estás inventando.
- Mírame a los ojos. - Como si ya no lo hiciera. - No miento.
- ¿La has visto?
- No, de momento. Pero lo sé, tengo información de primera mano…
- Esa puta loca, me la voy a cargar.
- No. - Lo paro cogiéndolo de los hombros.
- Encima la defiendes.
- Ni loca, ya no más. Te lo digo para que te alejes.
- ¡Qué, otra vez!
- Sí, no puede vernos juntos. Ni con…
- No pienso hacerte ni puto caso, no esta vez.
- Pero que te estoy diciendo…
- ¡Me importa una mierda! Qué esté dónde le dé la gana, qué mire y se regodee mientras pueda, porque yo ya no le tengo miedo, ya no.
- Y cómo estás tan seguro de eso.
- Porque ya no tengo nada que perder.Y lo soltó, así tan normal, como el que da la hora. Sin grito, sin reproches, sin sentimiento alguno, dejando nada más esa sensación de vacío.
¿Cambiaría de idea si supiera lo que yo? Que todavía no ha perdido.
- ¿Y si todavía no lo has perdido todo?
- No digas tonterías. - Dice cansado.
- Te lo estoy diciendo muy en serio.
- Ilumíname.Y buscaba las palabras, bajo su atenta mirada, agazapado en su pensamiento vengativo y yo buscando una nueva forma de mantenerlo al margen, sólo dando la información estrictamente necesaria.
- Verás…
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Segunda oportunidad
DiversosVanesa Martín está en el mejor momento de su carrera musical. Para ella todo está bien hasta que La Voz kids trae a ella su pasado, y tira todos sus planes y esquemas al suelo. "¿Acaso existía un anhelo humano más triste -o más intenso- que desear u...