Capítulo 65

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Me queda

dispararte un beso en medio de esta guerra.

Narra Vanesa

Se levantó de un salto, casi como si estar sentado le quemase, pero lo que le dolía era yo. Y no podía soportar que estar a mi lado le doliese tanto.

Me había hundido más en el sofá y me había envuelto más en mí misma, pero esta vez dando la cara. Total, ya no podía ser peor. No me quedaba cara para dar.

- Lo sabías. - No era una pregunta, no esperaba una respuesta, y siguió dando vueltas sin desplazarse demasiado pero sin poder estar quieto. - ¿Cómo? ¿¡Cómo has podido... ocultarlo.. - Y las palabras murieron en su boca. - ¿¡Por qué!?

Las lágrimas cubrían ambos rostros y parecía que la temperatura había bajado considerablemente, a pesar de la discusión.

- Te juro... Yo... te lo iba a decir. - Dije como pude, terminando en un susurro, sintiendo la batalla perdida con cada palabra que decía. Esto no tenía justificación.
- ¿Cuándo? ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿¡De verdad...
- ¡Te lo juro!
- NO TE CREO. - Soltó sin pensar, haciéndolo más real, más doloroso.

Sus palabras me habían atravesado como espadas. Quería llorar, pero ya no podía llorar más, quería gritar, pero en teoría debíamos guardar silencio, hacer una rabieta, patalear, pero para eso ya estaba la niña.

- Lo s... perdóname. - Supliqué.

Y esperé pero era mucho más fácil escuchar los pedazos de nuestros corazones caer al suelo que su perdón.

- Lo intenté, - quería jurar, pero no podía, no tenía sentido. Él ya no me creía. - No sabía como...
- De verdad, ¿tan difícil era? - Me echó en cara. - ¿o es que tú no querías? No te hacía ilusión.
- No, no es eso, sabes que no...
- Entonces, por favor explícate porque no entiendo las razones que has tenido para... - Aunque hubiese podido no hubiese hecho falta que continuase, sabía lo que quería decir. Lo que no sabía era cómo explicarme.
- Yo... no sabía como...
- ¿Acaso lo intentaste?
- ¡Sí! - Me levanté y dí un par de pasos hacia él aunque seguíamos bastante lejos para lo que estábamos acostumbrados. - Varias veces. - Negó
- No lo entiendo, no te entiendo. - Dijo dando un paso también hacía mí. - ¿Por qué? Tanto te costaba creer en mí. Tan malo es que lleve mi apellido...
- NO. - Dije evitando que continuara. - No es eso... - Alargué mi brazo para intentar tomar su mano, pero rehusó mi contacto. - Tú no piensas eso.
- Pero tú sí.
- Te juro que no.

Y su mirada me quemaba, no sabría decir si dolían más que sus palabras, pero yo solo quería morirme. El camino fácil.

- Es increíble, - soltó - me he corrido media Málaga, he peleado con medio aeropuerto para sacar dos billetes y llegar de madrugada a Madrid, ilusionado, para contarte algo que ya sabías... - Sus palabras dolían, pero ya daba igual, estaba hundida y un par de pisotones más no me importaban. - No sé... no sé como has podido mentirme tanto tiempo, me mirabas a la cara y lo sabías ¡Sabes lo que he llorad... lo que hemos llorado - Se corrigió. - Y aún así decidiste esconderlo.

- Tengo mis motivos. - Fue casi un susurro, pero lo escuchó.
- ¿Cuáles?

Aparté la mirada y dejé que el silencio nos envolviera nuevamente, siendo esa toda la respuesta.

- Pues que sepas que tengo el mismo derecho que tú, que soy su padre, lo sé, ella es MI hija... - Tenía tantas cosas que decir, pero paró. - Haz lo que quieras. - Su tono fue frío, y su falta de sentimiento me hacían temblar.
- ¿Qué?
- Pues eso. Sigue a tu bola Vanesa Martín, sola, como a tí te gusta. Yo ya no seré un estorbo, no tendrás que hablar conmigo si no quieras, eres libre, de mí, de tus responsabilidades, de lo que quieras. Porque tú conmigo puedes hacer lo que quieras, lo sabes. Pero no voy a permitir que esa niña derrame una lágrima por tí.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora