Capítulo 29

168 12 13
                                    

Besos en guerra
Morat

Narra Vanesa

Un pequeño estornudo nos sorprende en mitad de nuestro abrazo. Parece que el frío empieza a pasar factura.

- Vamos, aquí hace frío. - Dice Ramón.

No nos separamos hasta que llegamos al coche. Él se sentó en el asiento del conductor y yo a su lado de copiloto.
Pasamos un rato en silencio, lo necesitábamos. Duró el tiempo justo para entrar en calor.

- ¿Se puede saber qué coño haces sola en la noche, y con este frío?
- Te estaba buscando. Y no tendría que estar sola por aquí si tú no hubieses huido sin decir nada a nadie. - En su mirada veo reflejado todavía su enfado, realmente no está contento con mi actuar, ni siquiera yo lo estoy. - ¿Y tú?
- Marcharme.
- Estás loco.
- Sí, así que haz el favor y bájate. Esperaré hasta que estés dentro... mejor te acom...
- No. - Interrumpo.
- ¿No qué?
- No pienso bajarme, no para que te largues.
- No te importa lo que haga o deje de hacer. - Sus palabras son bruscas, pero no tenían intención de herirme aunque lo hicieron.
- Soy tu... - la palabra se quedaba atragantada en mi garganta, pero haciendo mi mayor esfuerzo y con todo el dolor de mi corazón lo dije - amiga. - Ví como sus ojos se abrían. Habíamos sido muchas cosas, pero nunca simples... amigos. No de esta forma. - Y sí me importa lo que haces y lo que no. No estoy dispuesta a dejarte marchar, no en ese estado deprimido y borracho.
- No estoy borracho.
- Has bebido.
- Te aseguro que ese es el menor de mis problemas esta noche. - Lo miro pero no continúa.

Esto va a ser más difícil de lo que pensaba.

- Baja, por favor.
- No pienso volver.
- ¿Por qué? - Vuelve la cabeza para evitar el contacto visual. Sabe lo mucho que me jode que haga esto. - Dime qué es lo que ha pasado, te prometo que juntos encontraremos la forma de solucionarlo. Pero no te vayas.
- Tú no vas a solucionar nada.
- No, sí no sé cuál es el problema. - Me mira. - ¿Soy yo? ¿He hecho algo que te haya molestado?

No responde.

- ¡Joder! Lo siento vale. Siento cualquier cosa que por mi culpa te haya dolido. Y siento que no tengas la confianza suficiente en mí para contármelo. - Eso ha sido un golpe bajo.
- Sabes que eso no es verdad. - Dice desafiante.
- Demuéstramelo.
- Capulla.

Cada vez el silencio es más incómodo y distante, por lo que prefiero seguir hablando. Sin embargo no da tiempo a retomar la conversación cuando un nuevo ataque de estornudos me sorprende.

- Lo que faltaba. - Dice llevando sus manos a su cara. - ¡A quién coño se le ocurre meterse en la piscina con este frío, joder!
- Ese es mi problema, no el tuyo.
- No sería mi puto problema sino me hubieses buscado durante media hora por la calle. Si con las mismas te marchases a la casa y te dejases de tonterías.
- No son tonterías. Y si eres capaz de arrancar este coche lo harás conmigo en él. Y esto es todo.

Me echo hacia atrás y me apoyo en el respaldo del asiento dejándome caer un poco y cruzando mis brazos encima de mi cuerpo en un discreto intento de entrar en calor.

- ¡Dios, por qué! ¡Por qué no la bendeciste con un poco más de obediencia y menos cabezonería! - Dice alzando sus brazos y haciendo gestos y muecas exageradas. - ¡¿Por qué?!

No soy capaz de reprimir una pequeña carcajada cuando grita esto último, es realmente gracioso verlo así.
Él se gira hacia mí y sonríe. De nuevo nuestras miradas se conectan, nuestras sonrisas hablan por sí solas y todo a nuestro alrededor se detiene, sólo somos él y yo. Nosotros en nuestro estado más puro.

Veo como Melen sale del coche, se dirige al maletero y vuelve para abrirme la puerta.

- Anda, ponte esto - Dice pasando el abrigo que ha sacado del maletero por encima de mis hombros.

Le agradezco y juntos entramos nuevamente a la casa. Pasamos y una vez dentro le devuelvo el abrigo.

- Gracias.
- No es nada.

Mis pasos se dirigen al salón, pero se vuelven rápidamente cuando lo veo acercarse a la puerta.

- Ni se te ocurra. Te seguiré.
- Solo voy a guardar el abrigo.
- ¿Crees que soy tonta?
- No, pero tenía que intentarlo. - Le lanzo una mirada de mala muerte. - Hasta aquí, me voy. - Declara con firmeza.

Haciendo caso omiso a mis quejas lleva su mano hasta el manillar de la puerta, pero no se lo espera cuando me lanzo encima suya. Inconscientemente deja caer el abrigo y me agarra. Quedando tan cerca que noto su respiración en mi cuello y por un segundo deseo irme con él, sin importarme el destino.

- Estás loca. Podías haberte hecho daño, ¡y yo!
- Sabía que no me dejarías caer. Ahora ya sabes que estoy dispuesta a todo, así que deja ese abrigo donde está y vente al salón.
- Joder, eres insoportable.
- Insoportablemente adorable.
- Insipirtibliminti idirible. - Dice con voz chillona y a modo de burla.

Aún conmigo en brazos llegamos al sillón dónde me deja caer y luego él, pero cada uno en una esquina.

- ¿Se puede saber porqué querías marcharte?
- No me encuentro agusto aquí.
- Eso ya me lo imagino, pero ¿por qué? Así tan de repente.
- Porque así es como suceden las cosas. - Me mira serio. - El cerebro humano tarda alrededor de 200 milisegundos en procesar y ser consciente de las señales del entorno. - Vuelve a apartar su mirada. - En ese tiempo tu mundo puede cambiar.
- ¿Y qué has visto que te ha marcado tanto?

El ambiente cálido y cariñoso que siempre nos había acompañado había desaparecido y ahora sólo había una fría distancia entre ambos.

- Ibas a dejarnos tirados, preocupados por ti. Y Pabl...
- No quiero saber nada, de él. - Me corta enfadado.

Estás palabras retumban con fuerza, activándose todas mis alarmas, notando como el sólo pensamiento me provoca un miedo irracional que me eriza toda la piel. ¿Sabría él lo mismo que Pili?

Un nuevo escalofrío me recorre y no puedo contener un nuevo estornudo. Noto mis ojos enrojecidos y mi cuerpo temblar.
Inconscientemente espero a que él venga a mí, me abrace, y su cuerpo y su mirada me hagan volver a entrar en calor, pero esto no ocurre así.

Giro mi cabeza hacia él y lo que veo me destroza. Ahí está él, en una esquina envuelto en sí mismo y conteniendo inútilmente las ganas de llorar.
No lo puedo evitar y me acerco a él. Lo abrazo dejando su cabeza en mi pecho y dejo que se recomponga en mí, como él hace conmigo.

La mierda que sea que lo tiene así comienza a enfadarme y preocuparme a parte iguales.

Al cabo de cinco minutos sus sollozos casi desaparecen y su respiración se normaliza. Abro mis brazos pero no lo separo de mí, sólo le doy la opción de hacerlo él libremente cuando quiera.

- No puedes tenerme así. Cualquier cosa que te esté afectando tanto, por favor dímelo. Si es tan importante para ti no te lo calles. - Bajo mi voz y casi en un susurro digo lo siguiente. - Entre tú y yo no hay secretos.
- Sabes que hace tiempo no es así.
- Sí, sí es así. Y así será por siempre.
- ¡No mientas! ¿O niegas que me ocultas... cosas?
- No... no.. no sé a qué cosas te refieres. - Digo tremendamente nerviosa.
- A aquello que no me cuentas. - Me mantengo en silencio con la mirada perdida pero atenta a cada una de sus palabras. - ¿Sabes? A veces es mejor hablar las cosas aunque duela, porque es peor enterarse por uno mismo. No se lo deseo ni al peor de mis enemigos. Es tan doloroso que aquella persona a la que le confiarías hasta tu propia vida, te oculte...

Ya no me quedan dudas. Él nos ha visto. ¿Qué debo hacer? ¿Negarlo, mentirle, dejarlo...?

¿Tan mal lo estoy haciendo?

- Yo... yo, no te oculto cosas. - Las palabras no salen, mueren a mitad de camino y las que lo logran me atraviesan como cuchillas.

¿Por qué?

- Esto... te refieres... a
- Sí.

Ahora que él lo sabía qué debía hacer. Esto no sería un secreto, pero tampoco quería que se entrase así, que sacase sus propias conclusiones. Necesitaba explicarle, contarle todo, sin tapujos, con la verdad por delante, como siempre.

¿Realmente le mentí?

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora