Capítulo 57

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Segundos platos
Morat

Narra Vanesa

- Vanesa Martín, te a-mo. - Marca cada sílaba de la última palabra. - Estoy loco por tí. Y ojalá me digas que sí.
- ¿A dormir?
- ¿Quieres ser mi novia? - Suelta haciendo que mis ojos se abrieran de par en par. - Sé que no eres de eso, de etiquetas, de algo, solamente dime que sí, que me quieres y quieres tener algo conmigo, lo que tú quieras. No te pido que lo gritemos al mundo, pero sí a nosotros, a los que nos rodean si quieres. Déjame ir de tu mano tanto en sentido literal como figurado, acompañarte al trabajo, al parque para pasear a los perros, en las noches de insomnio, porque no dormir a tu lado me parece un planazo. No quiero que te asustes, ya que no sé si me precipito, pero no quiero cagarla, esta vez no, dime sí, pero no tiene que ser hoy o mañana. Sólo déjame tenerte porque yo, hace tiempo que soy más tuyo que mío. - Dice todo seguido, casi sin respirar, sin darme tiempo a procesar ni a él de retractarse cada vez que titubeaba al hablar. - Vane, ¿qué me dices, quieres... Quieres ser mi novia? - Me pregunta sin más rodeos.
- Eh… yo…

Intentaba hablar, cualquier cosa, pero todo lo que salía de mí era incomprensible, como mis pensamientos. En mi interior todo se había revolucionado, quería hablar y no podía, quería moverme, y tampoco.

La respuesta era clara en estos casos, un rotundo "sí", pero no, no era tan sencillo. Lo quería, no tenía duda, pero dar este paso nunca me había costado tanto, no me había hecho temblar o dudar.

Tampoco quería comparar, hace unos años viví algo similar, pero en esa ocasión no hizo falta ni terminar de formular la pregunta.

No sé si es el miedo que me tiene presa o el recuerdo y los "y si…" del pasado. Porque cada historia era diferente, cada persona un mundo y el momento solamente llegaba.

Pero yo no me veía lista, necesitaba más tiempo y eso me agobiaba, el miedo a joderlo todo.
Él seguía mirándome, esperando una respuesta que no llegaba y eso le empezaba a preocupar, al igual que a mí.

No sabía qué decir, ni cómo, porque era un querer y no poder.

- Pablo… yo… - Sigo temblando y él lo nota cuando toma mis manos. - quiero. - Hablo como puedo. - Pero no, lo siento… - Acepto tras debatirlo conmigo misma. - Yo sí que no quiero cagarla, y me siento como una mierda, porque quiero decirte que sí y no puedo. - Digo mirando su rostro serio con los ojos vidriosos. - Perdón… es que…
- Vale, no pasa nada. - Me corta suavemente, con una mano acariciando mi hombro y una sonrisa, pero sin el brillo en sus ojos.
- Lo siento. - Susurro contra su pecho. - Joder… perdóname. - Me disculpo mientras tomo mi chaqueta de una de sus manos. - Gracias, ha sido una noche mágica. - Sigo hablando pero de espaldas a él, mirando a la puerta lista para pasarla.

Solté mis hombros al dejar escapar todo el aire que contenía y abrí la puerta abrazándome a mí misma cuando el frío de la noche me golpeó. Metí las manos en mis bolsillos y me dispuse a salir cuando unas manos me agarraron por la cintura.

- ¿A dónde te crees que vas?
- Voy a mi casa. - Respondo cansada.
- Ya te he dicho, quédate. - Vuelve a decir.
- ¿Qué? - Vuelvo a mirarlo a los ojos. - ¿Todavía… quieres que me quede?
- Ya te lo he dicho, no hay prisa. Ahí está la propuesta, para cuando quieras tomarla, mientras, aquí sigo.
- Gracias. - Me giro dándole la espalda a la puerta y quedando frente a él y cerca, muy cerca.
- Te quiero.

Escuchaba su respiración y notaba su aliento contenido. Sus manos seguían apoyadas en mis costados, tocando lo menos posible, pero con la suficiente fuerza para no dejarme marchar.

Nos perdimos en un bucle de eternas miradas, una guerra que ninguno quería perder, sus ojos clavados en los míos y viceversa.
Por primera vez fui yo quien bajó la mirada, hasta sus labios, posé mis ojos y luego mi boca.

Lo que empezó por un tímido beso terminó siendo un beso intenso, abrasador, lleno de arranque y pasión. Habíamos dejado de comernos con la mirada para hacerlo de forma más literal con nuestros labios.
Y aunque el plan no era este, sino salir huyendo una vez más, mi cuerpo no me hacía ni caso, mi cuerpo a su bola.

Con mis manos afirmé su agarre en mí dándole paso a algo más. Se separó un momento y me miró para así confirmar, como toda respuesta dí un paso más hacia él eliminando todo espacio entre ambos y cerrando la puerta con mi pie.

Rápidamente volvió a atacar mis labios con tanta fuerza que mi espalda chocó contra la puerta. Sentía sus labios atrapar los míos y sus manos acariciar mi espalda por debajo de la chaqueta y enredándose en mi pelo, mientras las mías luchaban por quitar su sudadera hasta lograrlo y tirarla lejos.

Lo que empezó como un tímido beso fue pasando a mayores, con mis manos recorriendo su torso desnudo y mi chaqueta junto a su sudadera.

Dejaba besos regados por mi cuello y caricias mientras torpemente llegamos hasta su sillón dónde simplemente nos dejamos caer. Sentía sus manos subiendo por mi cintura, ya sin timidez, tocando, acariciando a su antojo como yo, que me aferraba a él buscando más.

Levanté mis brazos para ayudarlo en la tarea que él realizaba con cierta delicadeza, mientras sus labios intentaban contener toda su fuerza. Mis manos se apoderaban de su espalda, uno sobre el otro, tocándonos y besándonos. Besaba mi cuello, mi pecho, y todo haciendo que me arquease mientras él me llenaba de besos

- Vanesa Martín - Dice en mi oído, agarrando mis muñecas, en un pequeño aire de cordura. - Si no has venido a esto dímelo, que me vuelvo al sillón y con un poco de agua esto se supera.
- ¿Y si la respuesta es sí? - Reté en un susurro.
- Pues enloquecería, pero tendrás que decírmelo, no quiero que el alcohol te juegue una mala pasada y luego te arrepientas. - Dijo girándome hacia él, uniendo nuestras manos en su espalda baja, continuando con los besos.
- Realmente crees que - Decía entre gemidos ahogados, sin poder moverme. - estoy tan loca, que he venido a tu casa de madrugada, con vino y todo planeado, para que hagas lo que quieras...
- Respóndelo tú.
- Sí. - Contesté lanzándome a su boca, con tanta fuerza que caímos al suelo y no nos había importado lo más mínimo.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora