Capítulo 41

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Narra Vanesa

Ambas nos giramos hacia Melendi que había hablado sereno y sin opción a réplicas.

- ¿Estás seguro? No tienes por qué…
- Voy, y no se hable más. - Mira a Ana. - Anita, saca otro billete para mí.
- Eso está hecho. - Responde Ana.

De un momento a otro ya estábamos en nuestros asientos, apunto de despegar. Todo había sido muy rápido, Ana había encontrado un vuelo esta misma mañana, y ya que no llevábamos más que equipaje de mano, mi bolso y la mochila de Lola, entramos del tirón al avión. Dudo que esa mochila lleve cosas imprescindibles como ropa, pero no se separa de ella, yo en cambio, si necesito cualquier cosa puedo acercarme a casa, y si la situación y el tiempo me lo permitían, iría a ver a mi familia.

Sin darnos cuenta ya estábamos en el aire, Lola mirando por la ventanilla y yo en el asiento de al lado, justo a mi lado, separados por el pasillo iba Melen, con gorra y unas gafas de sol, ambos llevábamos gorra y gafas, no era momento de ser reconocidos.

Y por primera vez en la vida un vuelo corto me jodía, detestaba estar por horas sentada, encerrada, vamos que solía estar deseando llegar a tierra, y más cuando se trataba de mi querida Málaga.
Ya tan sólo faltaban 10 minutos para aterrizar y comenzaba a sudar, mis ojos y los de Melen se comunicaban sin necesidad de palabras, mirando de reojo a la niña apoyada en el cristal.

El despegue comenzó y el silencio se había apoderado del avión. Nadie decía nada. Ni él ni yo nos movíamos. Ella miraba a todos lados pensativa, intentando entender parte de la historia que la había traído de vuelta a casa tan repentinamente, miles de posibilidades en la mente y ese sexto sentido que le hacía saber que algo no andaba bien.

Salimos del avión y tomé su mano para no perderla, con Melen a un lado siguiéndonos. Tomamos el primer taxi que pasó por el lugar y nos dirigimos directamente al hospital que Ana me había indicado.

Al parecer hoy había jaleo, no paraban de pasar médicos por todos lados, enfermeras que no se detenían y una cola kilométrica en recepción. Tal vez el lugar menos apropiado para una niña, sus temblores lo confirmaban, pero si algo tenía claro es que de aquí no se iría sin ver a Luis.

Así fue como me dispuse a hacer cola, mejor dicho colarme, ya que se trataba de una emergencia. Él se quedó junto a Lola sentados en unas sillas y de lejos veía como de vez en cuando intentaba hacerla sonreír. Tal vez no funcionase con ella, pero no puedo decir lo mismo de mí.

- Buenas. - Le dije apurada al recepcionista.
- Señorita…
- Señor, es urgente. - Continúe para que no me echara a la cola. - Mi… marido ha sufrido un accidente. - Mentí. - Él está aquí, me han llamado hace un rato, he cogido el primer vuelo de Madrid y…
- Vale, vale. - Dice empatizando conmigo. - Podría decirme su nombre. - Dijo fijado la vista en el ordenador y así no perder más tiempo.
- Claro, claro. Vanesa Mar…
- El de él. - Me cortó.
- Por supuesto. - Tal vez sí que estaba más nerviosa de lo que aparentaba. - Luis, Luis… Martín. - Dije tras hacer memoria.

El hombre tecleó un rato pero finalmente negó.

- No hay ningún Luis Martín aquí.
- ¿¡Qué!? Es imposible, él está aquí. Seguro. Por favor mire otra vez.
- Le aseguro que lo he hecho y los datos no coinciden.
- Los datos… - Dije más para mí misma que para él.

Lo primero que pensé es que se tratase de un error, es algo que puede pasar, pero ¿y si él tiene razón? Tal vez los datos no son correctos. He de reconocer que Lola no es su hija biológica y aunque no es común, existe la posibilidad de que no tenga su apellido. Ahora mismo es mi única salida.

Hago un gesto a Melendi para que se acerque pero Lola se adelantó y él no llegó a tiempo de agarrarla. En cuestión de segundos ambos están a mi lado en el mostrador de recepción frente al impaciente hombre y todas las personas que me maldecían internamente por haberme colado en sus narices.

Me agacho y hablo para que sólo me escuche Lola y luego continuar mi conversación con el recepcionista con ellos a mi lado como si nada.

- José Luis Hernández ¿Necesitaba el segundo? - Dije intentando parecer segura pero rezando porque no me dijese que sí ya que no lo sabía.
- No, no, con eso está bien. Déjame ver.

El señor volvió a enfrascarse en su búsqueda del paciente, pero esta vez fue mucho más rápido, incluso su semblante cambió a uno más serio y compadeciente.

- Aquí está. Su marido está en quirófano todavía, puede pasar a esperar si quiere, los médicos la informarán más tarde.
- Gracias. - Respondí alejándome y huyendo de las miradas inquisidoras de Melen y Lola.
- La niña… - Empezó.
- La niña viene. - Declaré sin un atisvo de duda en la voz y firme. - Y él también. - Añadí por si acaso.
- ¿Parentesco?

Dudé unos segundos y Melen se me adelantó.

- Yo soy su… hermano, de ella, y su mejor amigo. Y bueno, ella es obvio, es su hija.

Al principio el hombre dudó unos segundos, su mirada viajaba de Lola a mí, y viceversa, pero finalmente, haciendo alusión a nuestro supuesto parecido madre-hija, nos dió paso.

Nos sentamos en frente del quirófano, los tres juntos y muy nerviosos, intentando interceptar a los médicos que entraban y salían de la habitación sin mucho éxito.
Sentados, sin apenas movernos o hablar pasó el día.

Cuando ya empezaba a anochecer Melen se levantó para volver al cabo de unos minutos con tres bocadillos en sus manos. Ni siquiera nos habíamos acordado de comer, pero lo cierto es que no me entraba nada y creo que a Lola tampoco.

- Tomad. - Dice extendiendonos los bocadillos.
- Gracias, pero no. - Dice rechazando amablemente el suyo.
- Tienes que comer, llevas todo el día sin comer. - Intervengo.
- No tengo hambre. De verdad.
- Si te creo, pero tienes que comer. - Me pongo en pie y cojo el bocadillo que seguía en manos de Melen. - Te entiendo, soy consciente del terrible nudo que tienes, de la angustia, nada te entra, pero tienes que comer. Ya no sólo por tí, hazlo por Luis. Tienes que estar fuerte para verlo, si te ve sin comer se pondrá más triste. - Parecía dispuesta a ceder mientras hablaba. - Siempre que te has encontrado mal él estaba ahí, con una sonrisa y feliz, sólo para tí, porque si él estuviese triste también tú te hubieses puesto peor. ¿Entiendes lo que te digo?
- Sí, creo que sí. - Contestó mirando al suelo.

Desconfiada tomó el bocadillo y empezó a comer, poco a poco, y al cabo de una hora terminó con la mitad del bocadillo, algo es algo. Ramón fue el único que al parecer no perdió el apetito terminando con su bocadillo y parte del mío.

El tiempo seguía pasando y las noticias no llegaban, los nervios nos carcomían, al igual que el sueño que tenía vencida a la pobre chiquilla con el único consuelo de mi hombro cómo almohada. Algo me decía que por más que esperásemos esta noche no obtendríamos respuestas, sólo un terrible dolor de cuerpo al despertar en estas sillas de mala muerte.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora