Capítulo 32

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Más de lo que aposté
Aitana & Morat

Narra Vanesa

- Amor, mira.

Me vuelvo y ahí está Melen, saliendo del baño con mi camiseta puesta. Giraba sobre sí mismo luciendo la camiseta que apenas pasaba por debajo de su ombligo, y no pude evitar soltar una carcajada.

- Pero... jaja... estás - Pensaba repetirle lo loco que estaba, pero la risa me impedía hablar.
- Tremendo, ¿verdad?
- Si, sí... tremendo.
- Elegí mal mi vocación, está claro que voz no tengo, pero mira que cuerpo.
- Te queda mejor que a mí.
- Bueno, tampoco te queda mal. - Se acerca a mí y se acerca como cuando de niños le cuenta un secreto a tu compañero. - Pero a tí te luce hasta la sábana.

El tiempo se nos fue de las manos y bajamos casi una hora más tarde.
Antes de bajar recogimos todo lo que desordenamos, cambiamos las sábanas y buscamos una camiseta para Melen.

Bajábamos cautelosos por las escaleras, yo delante y unos pasos detrás iba él. Yo entraría delante, y unos minutos después él, que aprovecharía para recoger las cosas que dejamos anoche en el salón.

Pasé y por suerte sólo David, Rosario y Pastora estaban despiertos, él con un dolor de cabeza terrible.

- Buenos días. - Saludo notablemente feliz.
- ¡Shh!, no grites Vane. - Dice David aunque apenas había levantado la voz, tampoco podía.
- Vanesa, estás ronca. - Dice mi amiga con preocupación.
- Sí, creo que cogí frío anoche.
- ¿No se ha levantado Pablo? - Me pregunta Rosario.
- Yo... yo no lo sé.
- Ah, perdona. Pensé que...
- Nada, nada... - Bajo la mirada, pero no por mucho ya que instantes después Melendi hace acto de presencia.
- ¡Buenas! - Dice con la misma felicidad que yo al entrar. - David te he cogido una camiseta...
- Sí, sí. Jodíos, que mala noche he pasado y vosotros con cara de haber dormido 10 horas seguidas.

Melen y yo nos miramos y una sonrisa cómplice y pícara se forma en nuestros rostros.

- Se trata de cómo empleas el tiempo, no de la cantidad. - Afirma Melen.

- Sentaos. - Nos invita Pastora. - Nosotros ya hemos desayunado, pero os acompañaremos.
- Vosotras, yo me voy a la cama. - Dice David saliendo de la cocina.
- Pobre. - Digo mirando por donde se fue.
- Déjalo, pasó una buena noche. - Dice a Rosario.
- Creo que hay quién lo ha pasado mejor. - Dice Pilar mirándome discretamente.

Me hago la desentendida desviando la mirada, y junto a Melen nos preparamos el desayuno entre risas, miradas, y alguna que otra indirecta. Una vez está todo listo nos sentamos a comer uno al lado del otro. De vez en cuando nuestras manos se tocan sobre la mesa y nuestras piernas por debajo de ésta, en cuanto notamos el contacto del otro una sonrisa se nos dibuja en el rostro y olvidamos todo lo demás, incluidas nuestras compañeras que hablaban.

- Buenos días. - Dice una voz a mi espalda, seguida de un bostezo.
- Buenos días Pablo. - Dice Pastora cediéndole su sitio amablemente.

Un escalofrío recorre mi cuerpo y me separo de Melen, él solamente mira al frente y saluda sin mucho entusiasmo. Yo en cambio no respondo, sigo de espalda a la puerta y en total silencio, ¿qué debía hacer?

- Bue... buenos días Pablo. - Digo sin volverme, aunque ya no es necesario.

Él está justo a mi lado, con una mano apoyada en mi hombro y mirándome con una sonrisa perfecta en sus labios.
Poco a poco se agacha quedando a mi altura, aparta parte de mi flequillo y se acerca a mí. Yo sigo sin poder reaccionar, helada, sin control sobre mí. Son sus labios los que me hacen reaccionar.

Sí, me había besado.

Con todos mirando.

Con él a mi lado.

Y yo no puedo más que volver a mi realidad, bajar de mi nube, volver a las apariencias y asumir que todo lo que hemos vivido esta noche ha sido un sueño, y ya ha amanecido.

Él lo ha dicho, no es la cantidad, sino la calidad, y el tiempo no es una fuente ilimitada de la que disponemos a nuestro antojo. Para nuestra desgracia.

- Vaya niños, quién lo diría. - Exclama Rosario. - Debí haberlo imaginado. Ayer estábais muy juntitos jaja.

Él sólo me mira feliz y yo le devuelvo el gesto, pero este se descompone cuando escucho correrse la silla de mi lado.

- Chicos, debo irme. Tengo un par de asuntos pendientes. - Dice ya de pie. - ¿Vienes? - Pregunta a Pablo.
- Yo... bue...
- Puedes quedarte, hay espacio de más en nuestros coches. - Dice Rosario despreocupada, ajena a todo lo que realmente pasaba.
- Vale. - Acepta encantado Pablo.
- De acuerdo.

Tras esta respuesta fría y seca, Melen sale por la puerta, pero cuando creí que no lo vería más vuelve a aparecer. Ingresa nuevamente a la cocina y desenvuelve las taquillas en busca de algo, mis compañeras preguntan, pero él hace caso omiso a sus cuestiones y sigue revolviéndolo todo. Al fin parece haber encontrado lo que busca cuando comienza a recoger todo lo que había desarmado.

De una de las taquillas que anteriormente había abierto saca un vaso y lo llena de agua, se acerca y lo deja frente a mí.

- No olvides tomarlas. - Dice extendiéndome unas pastillas. - Cuídate esa voz. - Su mirada se vuelve dura, pero no para mí sino para Pablo a quién dirige sus últimas palabras. - No permitas que se hiera, ni que salte a piscinas de madrugada... no queremos que enferme.
- No. - Responde cohibido.

Le da un toque en el hombro, sin mala intención, y de nuevo se dirige a la puerta volviéndose a detener.

- No te olvides de tomarlas Martín, sino seré yo quién te lleve personalmente al médico, y sé que odias ir. - Apoya ambas manos en mis mejillas y deja un beso en mi frente. - Cúrate.

Esta vez sé que no va a volver, y noto cómo vuelve a llevarse una parte de mí y deja esa extraña sensación de vacío en mi interior. Porque por muy lejos que estemos él siempre está ahí, de una forma u otra, para mí. Y aunque a ojos de los demás es sólo un bonito gesto de amistad, de hermano mayor protector, esto no puede estar más lejos de la realidad.

Mis ojos, fijos en el marco de la puerta que parecía lo más interesante esta cocina, y en mi cabeza retumbaba fuerte su última palabra, «cúrate», no sólo del resfriado quería decir.

¿Cómo?

¿Cómo si cada vez que lo intentaba él volvía y me hacía dudar hasta de mi nombre?

Abro mi mano, ahí había depositado las pastillas, tomo una de ellas junto con un sorbo de agua y envuelvo las demás en una servilleta. Me despido rápido de mis amigos, dejando un escueto beso en la mejilla a Pablo y subo aceleradamente a la habitación, aquella que esta noche fue testigo de todos nuestros besos y caricias, entre otras cosas.

Abrí la puerta y me dejé caer sobre la cama hecha, tirando al suelo algunos cojines en el proceso.

Se había ido, para siempre.

Y siempre es mucho, mucho tiempo.

Cerré mis ojos y dormí, dejé que el sueño me venciera, para no pensar, no sentir, simplemente no estar. Dormir, es a veces lo único que te queda, es doloroso, pero estar despierto lo es todavía más. Prefieres evadirte de todo, aunque sólo sean 30 minutos o 3 horas, porque con cada pensamiento nacen cinco nuevos.

Dormí, pero no descansé más que esta noche.

- Hola.

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¿De quién creéis?

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora