Capítulo 2

297 24 0
                                    

Al salir de la reunión, bastante tiempo después, Siena se marchó a la zona de entrenamiento. Esperaba encontrar a alguno de sus cazadores para poder ejercitarse un poco y desahogarse. No encontró a nadie, pero eso no le quitó las ganas de hacer algo de deporte. Se cambió de ropa y empezó haciendo un circuito de obstáculos y después golpeando un rato el saco de boxeo.

Ese era su sitio favorito. Tanto si había gente como si no. Adoraba el olor a sudor, cuero, madera y hierro. Cuando empezó a sentirse cansada miró el reloj: era muy tarde. Se marchó hacia su dormitorio dando un rodeo para poder pasar a través de la nueva área de animales calefactada. Ese era otro de sus sitios favoritos. A pesar de que adoraba el frío, le agradaba ese calor de origen animal. Ellos tenían la temperatura corporal bastante baja, apenas llegaban a los veinticinco grados, por lo que no desprendían mucho calor corporal. Sin embargo, los animales sí.

Paseó mirando varios especímenes de oveja y vaca. Eso les daría gran cantidad de comida y leche en el futuro. Aunque tenía que reconocer que el olor no le gustaba tanto...

Siempre le pasaba lo mismo, le encantaba ir allí, pero luego, el excesivo calor la agobiaba y el olor intenso se le metía hasta los pulmones, haciendo que tuviese que irse más rápido de lo que querría. Aunque siempre que podía volvía. No dejaba de ser un contacto con una naturaleza que de otro modo vería muy poco. Y acostumbrarse al calor tampoco era mala idea. Era un buen entrenamiento para cuando iban a la Zona Neutral. El calor sofocante y la humedad del ambiente hacía que fuese complicado respirar. Como cuando se acercaban en exceso a la Zona No Habitable. La diferencia es que en el Trópico no podías respirar por el calor mientras que la Zona No Habitable, simplemente, no había oxígeno.

Prefería cazar en el hielo y la nieve. Ir a al Trópico no solo implicaba el calor y la humedad, sino la posibilidad de encontrarse con cazadores del Reino del Sol. Solo se los había cruzado en una ocasión ya que, según el tratado, no debían adentrarse en el Trópico demasiado para no interferir en las zonas de caza y cultivo del reino contrario. En esa única ocasión, se había despistado siguiendo el rastro de un precioso zorro que quería capturar vivo para la granja y se había adentrado en la zona de caza del Reino del Sol. Se dio cuenta justo cuando escuchó que alguien le preguntaba si se había perdido. Y, cuando alzó la mirada, se había quedado de piedra contemplando a dos hombres diametralmente opuestos a los que ella conocía. Los habitantes del Reino del Sol. Acostumbrada a su gente de pieles tan blancas como la nieve, ojos azules tan claros que parecían desprender luz propia y a cabellos tan rubios como ese Sol que solo veía cuando iba a la Zona Neutral, para ella esos hombres fueron una atracción para su vista. Eran hombres de piel oscura como la tierra mojada, ojos castaño oscuro, o quizá negros, y pelo largo y liso tan negro como la noche. Había oído miles de descripciones sobre ellos y sabía lo que podía encontrarse, pero nunca los había visto en persona hasta ese momento y eran... ¡tan diferentes! ¡Impresionantes!

Recordaba haberse quedado quieta como un animalillo asustado, agachada tras la gran roca donde se camuflaba para que el zorro no la viese. Ellos bajaron las armas al ver su actitud asustada y sus ojos curiosos que los recorrían, grabando en su mente cada detalle sobre ellos. Rememoró la multitud de preguntas que se le habían pasado por cabeza en ese momento, pero que no pudo formular porque estaba paralizada. Habían pillado a la cazadora desprevenida y eso le dolía y avergonzaba. Se limitaron a sonreírla e indicarle que volviese a su zona, que se había pasado un kilómetro, y se marcharon sin más.

Siena caminaba por las gélidas calles de la ciudad de vuelta al palacio mientras recordaba aquella anécdota, sonriendo. Las edificaciones, la alta muralla y el palacio creaban un microclima libre, casi, de la ventisca. Todo eso terminaría cuando se finalizase la cúpula. El cristal radiante derretiría la nieve que cayese encima, lo que iría a las reservas de agua de la ciudad, protegería de las ventiscas y crearía un ambiente algo más caldeado que permitiese que los ciudadanos saliesen más a la calle, se conocieran mejor y favorecería las relaciones interpersonales y encontrar pareja. Parecía una tontería, pero si no puedes salir de tu casa, no puedes conocer a nadie con quien congenies y terminar uniéndote a él y teniendo hijos. Debían tener más descendencia para aumentar más la población. Esta cúpula había sido diseñada para obtener resultados positivos muy diversos y había surgido ante un montón de necesidades básicas.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora