Capítulo 57.1

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A penas habían pasado un par de noches de su reunión con Loira cuando la Reina anunció el juicio de Siena. Llevaba esas noches encerrado en la biblioteca buscando las respuestas que necesitaba la Reina. Agradecía el que se hubiese cuestionado el veredicto que debía imponer y hubiese intentado encontrar otra solución. Entendía que no podía mostrar un favoritismo tan obvio por su hermana ya que entonces la población podría pensar que no todos eran iguales ante la ley; que la Reina podía decidir quién estaba por encima de las leyes impuestas por sus ancestros y que se las podían saltar si tenían su favor y eso no debía ser así. El precedente que podía sentar era muy peligroso y podía suponer un caldo de cultivo para pensamientos en contra de la monarquía y las leyes establecidas. Aunque saber todo aquello no le hacía sentirse mejor, solo comprender que Loira estaba atada de pies y manos.

Se había informado a toda la población de lo ocurrido esa misma mañana y el revuelo que se había formado había sido inmenso. Los datos que se habían ofrecido habían sido escasos, pero claros. Se habían encontrado a Siena junto con Uriel en la biblioteca extrayendo información confidencial de la Noche. A Uriel se le había echado del Reino y se habían roto los acuerdos de paz y comercio ante tal situación encubierta y ser descubiertos en flagrante delito. Tenían la confesión de ambos y el juicio sería a puerta cerrada, pero se haría pública la pena impuesta a Siena. Todos sabían cuál sería, no cabía lugar a dudas y las que pudieron tener se vieron disipadas por la afirmación de que Siena había confirmado sus intenciones y que no había segundas interpretaciones a que les hubiesen encontrado cogiendo material sin el conocimiento ni consentimiento de la Reina. La admisión del delito les había bastado, aunque sorprendido igualmente.

Cuando comenzaron a preguntarle en la mesa del desayuno sobre lo que conocía al respecto, se limitó a contestar secamente que conocía los hechos y no podía negarlos. Dicho lo cual se levantó y se marchó. Había perdido el apetito y se negaba a que le interrogasen al respecto. Si bien era cierto que no se facilitaron las fechas en las que ocurrieron los hechos, nadie sabía que acontecieron tres semanas antes y que sería ahora cuando se juzgaría a Siena, ni que hacía apenas unas noches que se había echado a Uriel después de tenerle dos semanas cautivo en palacio. La información que dieron fue sesgada, pero centrada en la traición para que no hubiese dudas sobre el castigo que merecía y por qué se rompían relaciones con sus únicos vecinos.

El juicio se celebró en la sala de reuniones del Consejo, por suerte a puerta cerrada. No podría vivir una situación similar a la que vio con Tajto dirigida a Siena. Agradeció ese detalle extra por parte de Loira. Les evitaba el bochorno y el escarnio público.

Le agradó ver entrar a Siena con la cabeza alta, aseada, perfectamente vestida y sin miedo. Estaba seguro de que sabía que no tenía escapatoria e iba para aceptar la pena, simplemente. La vio increíblemente hermosa cuando se quedó en pie, erguida en su escasa estatura, orgullosa en medio de la sala y dirigiéndole una mirada dulce. Le habría gustado hablarlo todo con ella, tranquilizarla antes del juicio, pero no se lo habían permitido. Notó la tensión de los asistentes, siendo consciente de que ninguno quería estar ahí y que no querían que se la juzgase. Comprendían que la ley debía imponerse, pero no estaban de acuerdo de que fuese así en esa ocasión.

Davra estaba sentada junto a Tiberio y se agarraba de su brazo clavándole los dedos, tensa, mientras su marido miraba a Siena con un rictus serio y la mandíbula marcada por tener los dientes apretados. Vestul miraba a todo el mundo inquieto, sin parar de pasarse la palma de la mano derecha por el dorso de la mano izquierda. Eibra se había quedado de pie al fondo de la sala como sin entender qué hacía ahí ya que, normalmente, no se la requería en todas las reuniones del Consejo y menos en los juicios. Maissy estaba sentada al otro lado de Davra, tampoco entendía qué hacía en la sala puesto que ni siquiera era miembro del Consejo. Elster estaba junto a su hijo, sentada con la espalda recta y miraba a Loira con el entrecejo fruncido. Urai había hablado con Elster tras su conversación con la Reina para que no interfiriese en el juicio. Le había sorprendido que cambiase de opinión después de pedirle en varias ocasiones que ayudase a Siena para que no fuese expulsada de la ciudad. Le explicó que había hablado con Loira él mismo una última vez y que, como ella había augurado, no merecía la pena. Loira había valorado todas las opciones y no podía evitar cumplir la ley, como había estado barajando ella misma. Elster se sorprendió antes sus palabras, pero asintió, aceptando que no interferiría en el juicio. Eso no quería decir que estuviese contenta con la situación por lo que parecía indicar su mirada y el que estaba sentada en el borde de la silla con la espalda tan recta que parecía que se le había petrificado.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora