Capítulo 17.2

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Se quedó apoyada contra el lateral del todoterreno cuando todo estuvo acabado. Necesitaba un buen baño y relajarse. Aún tenía los músculos ateridos del frío, del esfuerzo y de la tensión de los momentos vividos extramuros. Hoy habían tenido mucha suerte.

— Siena, nos vamos a la cantina a tomar algo. ¿Te vienes con nosotros? —le preguntó Arno yendo hacia la puerta. Al verla dudar añadió— Vamos, te vendrá bien tomar algo y reírte un rato de todo.

Para sorpresa de Arno, y suya propia, accedió a ir con un leve asentimiento de la cabeza. Comenzó a andar tras él poniéndose el abrigo, las gafas y el gorro, lista para salir de nuevo a la ventisca. No pensó en por qué decía que sí cuando solo unos segundos antes era incapaz de dejar de pensar en un baño caliente. Simplemente fue.

Entró en la cantina donde la recibió un agradable aroma a alcohol y el bullicio de la gente. De la vida. Era un gran sitio para festejar que seguían vivos.

Doubs se presentó con una jarra de cerveza para cada uno antes de que le pidiesen nada. Estaba claro que los había visto entrar y, como siempre, había sido pura eficiencia. Sin perder su habitual sonrisa les dejó las jarras sobre la mesa, diciéndoles lo contento que estaba porque todo hubiese salido bien y estuviesen de regreso. Parecía que todos habían sido conscientes de que estaban fuera cuando comenzó la tormenta y habían estado atentos a su retorno.

Siena disfrutó de un buen rato con Arno y sus amigos, compañeros y no compañeros cazadores, que habían formado una gran piña. Casi todos eran de unas edades similares por lo que era un grupo bastante homogéneo, a pesar de que cada uno se dedicaba a cosas diferentes. Disfrutó de la charla, de la compañía, del sitio, del ambiente y, debía reconocerlo, también disfrutaba de las atenciones de Arno. Sentado junto a ella le prestaba toda su atención, hablaba de ella explicándoles a los demás lo buena cazadora que era y lo bien que peleaba. Sentía que estaba presumiendo de ella y eso la llenaba de orgullo. Aún no habían dejado claro lo que eran, pero tenía la sensación de que para todos ya eran como una pareja. Y si alguien tenía alguna duda, su actitud de ese momento la habría hecho desaparecer. No le desagradaba esa actitud. Quizá era algo pronto, sin embargo, agradecía la distracción y sentirse importante para alguien. Desde que faltara su padre no había tenido ese sentimiento de volver a casa, ese sentimiento de pertenencia, ya que su hermana no era una persona que se comportase como el típico familiar que se preocupaba por el resto de la familia.

Poco a poco empezó a relajarse y a dejarse llevar por esa sensación y el ambiente reinante. Comenzó a meterse en la conversación, a involucrarse y contar anécdotas que parecían atraer la atención del grupo y hacerlos reír. No era dada a abrirse y a ser sociable más allá de lo estrictamente necesario, sin embargo, esa noche entendió por qué lo hacían los demás. Quizá no todo era entrenar y preocuparse. Algo de distracción y bromas podía ser bueno para el estado de ánimo.

Algo después, levantó la vista del grupo para darse cuenta de que Arno no estaba participando de la conversación. Estaba alejado, apoyado en la barra de la cantina con una mirada que a ella le pareció colérica. Sí se había dado cuenta de que cuánto más hablaba ella, más silencioso estaba él, aunque no se había fijado en qué momento se había alejado del resto y no se había vuelto a incorporar. De pronto toda la diversión que sentía se disipó viendo el estado de ánimo de Arno y empezó a repasar la conversación mentalmente a ver en qué punto él podría haberse molestado por algún comentario suyo o de algún otro. No veía motivo para tal actitud, así que pensó que quizá estaba apartado porque se encontraba mal y ella estaba malinterpretando su gesto.

Se disculpó con los demás diciendo que iba a la barra por otra jarra y se acercó a Arno que apenas se movió cuando la vio acercarse y no se molestó en dirigirle la mirada.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora