Capítulo 42.2

5 2 0
                                    

Se fue mentalizando para el nuevo golpe del sol sobre su delicada piel, sin embargo, Gabriel se dirigió hacia una puerta lateral y al abrirla había un simple cubículo. La hizo entrar y cerró la puerta tras ella. Se asustó, ese sitio no tenía salida, se habían encerrado ahí dentro.

— Tranquila, es un ascensor —le explicó al verla agitada y nerviosa de nuevo. Dio un botón y comenzó a moverse, a descender—. Vamos al nivel uno, varios metros por debajo de la superficie. Vosotros habéis construido hacia arriba y nosotros hacia abajo. Tenemos un total de diez niveles bajo tierra. El primero está reservado a despachos como el de mi padre o el de mi hermano, la biblioteca, una sala de cine, sala de vigilancia, gimnasio, cuartel de la guardia y un pequeño centro médico. Los siguientes ocho niveles inferiores están destinados a viviendas y en el último está el hospital, el centro de desarrollo mecánico, el laboratorio de investigación vírica y química y el de innovación médica —se calló cuando se abrieron las puertas, dando paso a un largo corredor iluminado como con tiras de luz que recorrían todo el largo del techo—. Vamos al final del pasillo que quiero enseñarte lo que, para mí, es lo mejor de aquí. Como ves tenemos energía eléctrica que quizá dudabas de ello. La diferencia en este punto es que nosotros no tenemos un parque eólico como el vuestro, lo que tenemos es un huerto solar compuesto por hectáreas de paneles solares que convierten la luz del sol en energía. Y como aquí nunca se apaga el sol pues... tenemos energía infinita. Ven, ya casi hemos llegado.

Siena se limitaba a escuchar. Sabía que tenían electricidad, pero no sabía hasta qué punto la tenían implantada y desarrollada. Paneles solares, era un gran recurso, sin duda. El pasillo era un sinfín de pared y puertas iguales, todas numeradas. Sin embargo, no tardaron tanto en llegar al final. Se encontró con que el pasillo se dividía en dos, yendo uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda, donde había más puertas y con algunas ventanas en uno de los laterales del nuevo pasillo. Lo que no esperaba era la barandilla que hacía de pared opuesta. Se asomó para encontrarse con una visión que le dejó sin aliento. Era una cavidad inmensa bajo tierra. Arriba había un gran agujero en la cúpula que dejaba pasar una gran cantidad de luz solar y de calor al interior, pero que no permitía que fuese tanto como para ser una luz cegadora ni para que la temperatura fuese alta. De hecho, la temperatura era fresca. El gran haz de luz iba a dar contra el lateral de la cueva donde no había viviendas en sus paredes, el único sitio donde no las había, de hecho. Y abajo encontró lo que le pareció el paraíso: varias hectáreas de césped verde donde había animales y niños jugando que terminaba en una playa de arena fina y aguas cristalinas. Se quedó paralizada ante esa visión.

— Esta es mi ciudad y ese es el motivo por el que se construyó aquí. Los primeros hombres y mujeres llegaron aquí sin saber lo que se iban a encontrar. Se alejaron de la costa por miedo a maremotos o la subida del mar por sorpresa. Sondeando el terreno descubrieron esta cueva y vieron que el suelo soportaría excavaciones —explicó Gabriel apoyado en la barandilla, mirando hacia la cueva con una gran sonrisa—. Construyeron el gran agujero para dejar pasar la luz del sol hasta el fondo, aprovechando también para caldear el ambiente húmedo y frío por la profundidad. Lo bueno es que además es agua de manantial, es dulce y totalmente potable.

— ¿Qué es aquello del fondo, justo al lado de donde pega el haz de luz en la pared? —preguntó refiriéndose a una estructura metálica que observaba a lo lejos y que iba desde el césped hasta introducirse en el techo, supuso Siena que atravesaba la capa de tierra hasta terminar en la superficie.

— Es un montacargas. Nosotros hemos utilizado para bajar un ascensor que para en cada uno de los niveles. El montacargas en un ascensor mucho más grande, que soporta más peso y que se situó ahí para aprovechar ese espacio vacío de la pared y poder subir y bajar animales, materiales o maquinaria pesada. Todas aquellas artes u ocupaciones que requieren de suministro de material constante o que necesitan mover maquinaria se situaron en el nivel diez precisamente porque está al mismo nivel que el fondo de la cueva, donde se colocó el montacargas. De esta manera tenemos veinte ascensores que dan a la superficie y el montacargas que solo se utiliza para casos muy concretos, así como para evacuar a la gente en caso de ser necesario —iba explicando mientras señalaba las cosas con el dedo y le indicaba donde estaban los ascensores o los distintos pisos o niveles, como los llamaban ellos. Era un sitio precioso, la verdad—. Y si te fijas, todos aquéllos que tienen su casita justo en los pasillos de las barandillas tienen unas vistas envidiables. Este pasillo es el mejor de cada planta y bordea tres cuartas partes de la cueva.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora