Capítulo 5

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Arno se encontraba delante de Loira. Estaba muy nervioso, aunque esperaba estar disimulándolo bien. No quería hacer el ridículo en su presencia cuando esta le había hecho llamar personalmente. El porqué de su nerviosismo partía de la incertidumbre de no saber el motivo por el que estaba ahí. Sabía que había hecho daño a Siena y que el dañar a una mujer estaba penado con la muerte para los hombres. Esperaba que, al haber ocurrido todo durante un entrenamiento, le exculpase y el descuido con Siena no le trajese mayor problema que pedirle disculpas.

No esperaba que le hiciesen llamar justo al poco rato de salir del hospital. Se había pasado las horas hasta ese momento elucubrando diferentes posibilidades, a cada cual peor que la anterior. Necesitaba pasar ya por este trance y lo que fuese que quisiera de él.

Se quedó parado delante de la Reina en el saloncito. Iba preciosa con su vestido azul claro y ese pelo rubio largo y ondulado hasta la cintura, coronado por una pequeña y frágil tiara que brillaba cuando ella movía la cabeza. La luz era escasa en la sala, pero tampoco necesitaban más, veían muy bien en cuanto había el menor haz de luz. Así que solo tenían un par de luces en la sala que se reflejaban en la tiara, llamando la atención sobre ella y sobre la persona que la portaba. La Reina era increíblemente guapa. Y le estaba sonriendo. ¡Le sonreía! Eso solo podía indicar una buena noticia lo que hizo que Arno se relajase y le devolviese la sonrisa mientras inclinaba la cabeza ligeramente a modo de saludo y respeto hacia ella.

— Mi Reina. Aquí estoy, tal y como me pidió.

— Buenos noches, Arno —saludó ella mientras devolvía la inclinación de cabeza y mantenía su sonrisa intacta—. Me alegra que hayas podido venir. Toma asiento a mi lado.

— Gracias, mi señora —en ese momento Arno se sentó junto a ella en la pequeña mesita baja donde había pequeñas tazas de lo que parecía ser té. No le gustaba el té, pero hoy le tendría que gustar. Sin embargo, la sonrisa de la Reina junto con el ofrecimiento de sentarse a su lado a tomar algo, le relajó prácticamente del todo. Estaba claro que no le iban a ejecutar por lo ocurrido con Siena, si no, no se habría encontrado una escena tan agradable, sin duda.

— Bueno, Arno —comenzó ella mientras le tendía una taza de su té negro con miel—. Tenía ganas de hablar contigo. Ayer, en el hospital, no tuve ocasión ya que me debía a mi querida hermana, como bien sabes.

— Por supuesto, mi señora. Recuerdo que ayer estaba usted junto a Siena en el hospital cuando fui a ver si se encontraba bien, después de aquel incidente —tuvo que carraspear. Mencionar el suceso era como recordarle que había hecho algo malo y castigable. Tenía que aligerar la situación para que no fuesen por allí los pensamientos de la Reina—. Me alegró ver que mi querida Siena se encontraba mucho mejor y que solo tenía algún moretón en la mandíbula que, espero, desaparezca en unas noches.

— Seguro que sí, Arno —sonrió ella mientras tomaba un pequeño sorbo de su taza de té—. Sé que eres miembro de los cazadores, pero también haces más cosas, ¿cierto?

— Así es —dijo él mientras hacía un gran esfuerzo por no hacer una mueca de desagrado tras beber un pequeño sorbo de ese té que parecía gustarle tanto a ella—. Ayudo a mi padre en la construcción de la cúpula, junto con mi hermano.

— Esa es una gran labor, sin duda. Toda ayuda en la construcción de la cúpula es bien recibida —dijo ella mientras le dirigía lo que a Arno le pareció la sonrisa más dulce y bonita que había visto en su vida. Tenía que reconocer que, aunque Siena era preciosa, la hermana era aún más bonita que ella—. Y dime Arno, ¿tienes más hermanos o hermanas?

— Claro, mi señora. Tengo una hermana que trabaja en las cocinas del palacio, otra que trabaja en la zona de ingeniería y desarrollo y otro hermano pequeño que se está decantando por la cría de animales y que quiere aprender sobre ello, así que supongo que terminará trabajando en la granja con los nuevos animales —Arno no pudo evitar sonreír. Su hermano pequeño siempre le sacaba una sonrisa con su gran entusiasmo por los animales. El chico solía ser monotemático.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora