Capítulo 58.2

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Su vida transcurrió centrada en aprender todo lo que pudiese lo antes posible. Cazaba animales pequeños con trampas que dejaba preparadas horas antes, daba dos o tres vueltas cada día para revisarlas. Cuidaba y limpiaba con esmero el pequeño huerto que estaba creando, mirando cada pocas horas si surgía un brote nuevo que no hubiese visto en la revisión anterior, como si fuese a crecer todo más rápido por el simple hecho de su constante vigilancia. En ocasiones se acercaba a una charca cercana y nadaba un rato para relajarse y, sobre todo, para lavarse y quitarse el polvo y el sudor. El resto de las horas eran dedicadas al ordenador. Urai no había tenido mucho tiempo para ver tutoriales y meterlos en un ordenador nuevo que, estaba segura, había sacado sin permiso. Aún no tenía mucho material por lo que veía una y otra vez los mismos aprendiendo cada detalle. Había como cuarenta horas de visionado entre todos los tutoriales y los veía en bucle para asegurarse de que no se había perdido nada de información.

Lo cierto era que no conseguía dormir mucho por lo que tenía que ocupar sus horas como mejor podía. Le estaba costando acostumbrarse a dormir con tanta claridad puesto que en la Noche apagaban las luces y era pura oscuridad, y cuando estuvo en el Sol tenía persianas que impedían que entrase la luz que llenaba la cueva. Aquí habían construido dos ventanas, pero no eran más que meros agujeros sin cristales ni persianas por lo que entraba la luz a raudales. En un tutorial aprendió a trabajar un poco la madera y, cortando varias ramas de un árbol cercano, construyó una especie de enrejado que colocó en las ventanas para limitar la luz y, sobre todo, para que no pudiesen entrar animales por ahí. Se sintió más protegida así, aunque seguía entrando mucha claridad y siguió con problemas para dormir.

Cuando Urai regresó se sorprendió del pequeño huerto del que ya comenzaban a surgir los primeros brotes verdes de unas lechugas y un manzano. También se sorprendió de las rústicas ventanas puesto que el enrejado había quedado bastante homogéneo. Le habría gustado poder lijarlo como veía que hacían en los vídeos, pero, como siempre, tenía falta de herramientas con las que trabajar. Al igual que le faltaban para un intento de mesa que estaba haciendo. Le había costado talar el árbol y eso que había escogido uno más fino que los demás y que había ido creando las piezas con el hacha y el machete, pero le seguía faltando una lija, tornillos y un martillo. Aunque ya tenía algunas ideas para suplir esa parte.

Durante los siguientes meses su vida fue una constante reforma de la casa, cuidado del jardín y descansar poco. Urai le traía en un disco duro externo más y más material para que ella pudiese verlo y aprender. Cada vez que venía le pedía vídeos sobre algo concreto y él se los llevaba la siguiente vez junto con más tutoriales o información que él creía que le vendría bien. Le llevó más plástico con el que construyó unos invernaderos y las ventanas. No serían de cristal como las de la ciudad, pero hacían su función a la perfección. También lo colocó como capa en el tejado para impermeabilizarlo bien y sobre la mesa que había logrado construir con unos clavos que había traído Urai y así, aunque no estaba lijada, podría usarla para colocar el ordenador y que no estuviese en el suelo.

Poco a poco le fue cogiendo el gusto al sitio. No olvidaba que en cada viaje que hacía antaño como cazadora a la Tundra y se adentraba en la Zona Neutral, siempre había querido quedarse ahí. En diversas ocasiones se había planteado dejar la ciudad y mudarse a una granja y siempre lo había descartado por sus obligaciones y lo que se esperaba de ella al ser hermana de la Reina. Sin embargo, ahora, desde que no tenía más obligación que cuidar de sí misma, había descubierto que le gustaba esa vida. La casita iba tomando forma y ya la iba sintiendo como su hogar. Se sentía muy orgullosa de cómo iba mejorando el salón, cómo iba construyendo muebles cada vez con mayor facilidad y mejor logrados. Construyó tres sillas además de la mesa, solo para perfeccionar su habilidad con la madera y la última silla había salido preciosa a su juicio. Había ampliado el cercado y lo había reconstruido para que fuese mejor y más estable. De esta manera aseguraba mejor su claro, sus plantas y a sí misma.

Con Urai también fue construyendo una habitación para que fuese el dormitorio. Fue avanzando la edificación con él cada vez que venía y, mientras, fue construyendo el armazón de una cama. Al ver que había cogido cierta soltura se lanzó a construir una cama de madera y cuando la tuvo terminada, casi lloró de ilusión. Fue recolectando toda la piel de los animales que cazaba, así como plumajes para hacer un colchón mullido y dejar de dormir en el suelo sobre sus antiguas ropas. Ya no usaba esos vestidos tan bonitos, solo la ropa que tenía como cazadora y aquélla con la que antes entrenaba en el gimnasio de palacio. Agradecía las semanas que Urai pasaba con ella. El poder hablar con alguien siempre era de agradecer, al igual que compartir con alguien sus pequeños logros como su huerto, la mesa, las sillas, la cama cuando estuvo terminada, así como su próximo proyecto de construir un pequeño sofá donde poder sentarse. Con él iba ampliando la casa, mejorando las paredes y tejado, revisaba la electricidad y planeaban los siguientes pasos. A él se le había antojado hacer un porche dónde poder colocar el sofá de madera que ella iba a construir para poder observar desde ahí su huertecito y el bosque.

Solo sentía ciertas carencias que fueron desapareciendo con el paso de los meses. Durante mucho tiempo quiso ir al Sol para hablar con ellos, sin embargo, ser consciente de que Loira la había convertido en una traidora a sus ojos la echaba para atrás cada vez que lo pensaba. Le gustaría poder explicarles la realidad de lo ocurrido, que ella no había tenido nada que ver, quería recuperar la relación de amistad con ellos y quizá haberse ido a vivir allí con Alyssa. Pero tampoco estaba segura de que la dejasen si quiera acercarse y explicarse. Urai le había comentado que, al igual que Loira había decretado el fin del tratado de paz entre ambas civilizaciones, ellos habían dejado claro que nadie de la Noche sería bien recibido en sus tierras. Se lo dijo para que no se adentrase demasiado en la Zona Neutral y terminase pasando la frontera sin pretenderlo puesto que, con la situación actual, quizá no preguntasen y disparasen directamente. Y ella sabía que era fácil que la viesen puesto que había estado en su sala de vigilancia y era consciente de las cámaras que tenían por todas partes. Su frontera estaría ahora mucho mejor protegida que antes ante el cambio diplomático.

Sus opciones de un futuro con Alyssa se habían perdido y lo tenía claro. Se centró en su nueva vida y en su matrimonio. Retomó contacto cercano con Urai, le dejó acercarse de nuevo a ella y volver a aquella intimidad que había comenzado a surgir cuando se unieron. Se fue acostumbrando a su tacto, a sus besos y volvió a sentir placer junto a él con el paso del tiempo. Renunciar a Alyssa fue, posiblemente lo más duro que se había visto obligada a hacer, pero tampoco tuvo otra opción. Se ciñó a lo que le habían dejado conservar: su marido.

Un tiempo después parecía que la vida les empezaba a sonreír. La casa iba tomando forma, su relación parecía florecer con cada visita, su huerto comenzaba a dar fruto y sus conocimientos le permitían sentir que podía valerse por sí misma. Durante sus semanas a solas, entre visita y visita, había llegado a valorar la idea de ser madre hasta el punto en el que decidió que sí deseaba un bebé, sin importar que fuese a tener que renunciar a él o ella cuando tuviese dos años. No supo de dónde salió aquel repentino e irrefrenable sentimiento maternal, pero cuando le transmitió ese deseo a Urai pudo ver cómo le invadía la felicidad.

Le hubiese gustado que aquella felicidad hubiese durado más que unos meses, pero, como era normal en su civilización, después de un tiempo sin resultados, tuvo que reconocer que tenía problemas para quedarse encinta. Estar sola en esos momentos fue muy duro, al igual que contárselo a Urai en su siguiente visita, decirle que no había resultados. Comenzar a plantearse que uno u otro podían tener algún problema de infertilidad casi la hizo enloquecer. Pero se ayudaron para recuperar la esperanza de que el futuro les daría el bebé soñado, que algún día el embarazo ocurriría y llegaría a término. Él le dejó claro que llevaban poco tiempo intentándolo y que era pronto para llegar a conclusiones como ésa. Esa semana que pasó a su lado fue para curarse una herida que jamás contemplaron tener. Nunca habían creído que pudiese ocurrir. Lo malo de estar fuera de la ciudad había sido creer que los problemas genéticos se habían quedado allí y no se los habían traído con ellos.

Urai fue de gran ayuda para ella en esos momentos. Esa semana le dio fuerzas para seguir adelante y mirar más positiva al futuro. Ni siquiera su partida consiguió hacer que esa fuerza se resintiera y decidió volver al trabajo. Tenía demasiado que hacer aún para acondicionar la casa y prepararla para cuando llegase su bebé. Esa situación, aunque negativa, le había dado un nuevo objetivo. Ya no solo construía la casa para ella, sino también para él o ella. Quería que, cuando su marido volviese, siguiese viendo avances y cambios a mejor en el lugar. Aunque, lo que nunca esperó, fue que Loira aún le guardase una sorpresa. Jamás esperó que decidiese dejar a Urai en la ciudad por tiempo indefinido.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora