Capítulo 59.2

22 7 0
                                    

Observó la estructura que parecía bastante tosca, pero que se veía sólida. El huerto que había mencionado Urai estaba justo al frente de la casa y en el lateral parecían comenzar a crecer lo que creyó que eran arbolitos, seguramente frutales. Era pequeña, aunque pintoresca. Esperaba que por dentro fuese cómoda. Vio salir a Siena por la puerta, extrañada seguramente al no corresponderle visita todavía de su marido. Se bajó lentamente del coche, le iba costando moverse con ese peso extra al frente, que iba en aumento y al que no terminaba de acostumbrarse. Se quedó tapada por la puerta, mirando a su hermana a través de la ventanilla bajada.

— ¿Qué haces aquí, Loira? ―preguntó su hermana sin saludos previos. Parecía que ese sitio estaba volviéndola salvaje y haciendo que olvidase los buenos modales ante su Reina.

— He venido a verte, querida ―comenzó sin saber exactamente cómo dejarle caer las buenas noticias de que sería madre―. Quería saber cómo estabas.

— Estoy bien cómo puedes ver, pero no hacía falta que hicieses este viaje para verlo. Bastaba con que preguntases a Urai, él te podría haber contestado cualquier pregunta sobre mí ―contestó acercándose lentamente hacia el coche. Se mostraba recelosa y era normal. Nunca había mostrado suficiente interés en ella por lo que no se creía que hubiese venido para verla. Estaba esperando a saber el verdadero motivo de su presencia.

— De acuerdo ―dijo Loira suspirando. Lo mejor era hacerlo del tirón para que pasase cuanto antes el mal trago. Ya no había vuelta atrás. Se limitó a salir del amparo del coche, dejando a la vista su figura redonda. Vio cómo su hermana la miraba a la cara sin comprender al principio, hasta que bajó la vista y se fijó en su estado.

— No quiero ser descortés, pero... estás... Has engordado un poco, ¿no? ―preguntó decantándose por una pregunta más políticamente correcta, aunque, claramente, quería preguntar si estaba encinta.

— Sí. Llevo engordando seis meses ―contestó dejando claro que estaba de seis meses. Estaba segura de que estaba de unos siete meses, pero así despistaba con los tiempos y no caería en quién era el padre de la criatura.

— Seis meses. Vaya... ¿No deberías estar en la ciudad esperando el gran momento rodeada de los tres médicos que hay? ¿Qué narices haces aquí en tu estado y sola? ¿Estás loca? ―preguntó ya sin tapujos y escandalizada.

— Agradecería que, como tu Reina, no me definieras como loca. Y sí, estaría mejor allí, pero este bebé no es bien recibido. He escondido el embarazo durante estos meses y ya no lo puedo disimular más. Por eso vengo sola, para que nadie más lo sepa. Y por eso vengo aquí, porque nadie más viene ―explicó con calma.

— Urai podría venir en unas semanas y se enteraría. Aún me cuesta creer que hayas conseguido esconderlo durante tantos meses porque es bastante evidente ―dijo asombrada Siena.

— Ya te contaré esos pormenores durante los meses que me quedan hasta el parto. Y no me preocupa Urai, de momento le he dejado de encargado con Elster de dirigir el reino durante mi ausencia, así que estaremos solas hasta el parto.

— Espera, espera ―dijo su hermana levantando las manos para que dejase de hablar― ¿Has prohibido a mi marido que venga durante tres meses?

— Sí, así estaremos tranquilas. He dicho que necesitaba reencontrarme contigo y reconciliarme con lo ocurrido y todo eso ―contestó ella restando importancia al hecho―. Tenía que evitar que viniesen por cualquier motivo y creo que lo he conseguido.

— Les has mentido ―resumió Siena pasándose las manos por el pelo―. Eso ya lo hablaremos con más calma, que vamos a tener tiempo de sobra. Ahora me surge una duda porque has escondido el embarazo ante todos y ahora vas a parir, ¿qué vas a hacer con el bebé? ¿Cómo les vas a explicar que regresas con él?

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora