Capítulo 30.1

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Recostada en su cama sobre unos grandes almohadones, Loira se sentía increíblemente aburrida. Habían pasado tres noches desde el ataque de Tajto y por fin le habían permitido volver a su dormitorio para terminar de reponerse. Aún estaba algo dolorida y sentía cierta opresión en el pecho, aunque no estaba segura de si era por las reanimaciones, por la pericarditis o simplemente era lo aterrada que estaba cada vez que se le pasaba por la mente lo ocurrido y el distinto desenlace al que podría haberse visto abocada. Se sentía muy idiota por lo torpe que había sido en su trato con Tajto, nunca debió acercarse tanto a él. Fue una total temeridad por su parte y ahora se daba cuenta de lo confiada que había sido al creer que juzgaban mal a su antiguo diplomático. Nunca llegó a pensar de verdad que pudiese cometer un acto tan vil como el asesinato y más cuando pasaba el tiempo y él no hacía ningún movimiento sospechoso nuevo. Creyó realmente que Tiberio se había confundido y estaba errado en sus conclusiones.

Que ingenua había sido... Ahora, mirando con retrospectiva, Loira veía que las pruebas habían estado ahí, él las había visto, pero ella había dudado de su guardia y de todo lo que él le presentó. Y había pagado un alto precio por su estupidez, quizá no tanto como podría haber sido, pero le recordaba lo efímero de la vida y la realidad de su mortalidad. Algo que, siendo tan joven, aún le parecía lejano y había quedado fuera de sus pensamientos hasta ese momento.

Despertar en una cama de hospital había sido muy desagradable. Había tardado unos minutos en ser consciente de dónde estaba y, haciendo un gran ejercicio de memoria, había logrado traer de vuelta aquellos últimos sucesos. Recordó el miedo que había sentido al notar cómo la aguja se hundía en su piel y la impotencia de no poder hacer nada. Le vino a la mente el dolor agudo en el pecho que la hizo desplomarse al suelo y perder la consciencia. Su único pensamiento en ese momento fue que aún seguía viva y, estando sola todavía, se permitió sollozar unos segundos. Apenas unos instantes de debilidad por su recién descubierta mortalidad.

No había tardado en aparecer Maissy que, al parecer, estaba en su turno de vigilancia para que no se quedase nunca sola y hubiese un médico cerca de ella por si ocurría cualquier eventualidad. Ella le explicó todo lo que había ocurrido tras su desvanecimiento: las reanimaciones, la sedación, la infección, los medicamentos y el reposo que ahora debía guardar. Le dejó claro que no hubo veneno en la jeringuilla, sino solo aire. Debía reconocer que el imbécil había sido inteligente, seguramente a ella no se le habría ocurrido la brillante idea de no inyectar nada para no dejar rastro. Daba gracias por la rápida intervención de la guardia, de Tiberio, de los médicos, incluso su hermana había intervenido. Esa parte le había parecido algo surrealista ya que Siena no era una mujer dada a la violencia física gratuita. Entrenaba duro, pero nunca había pegado a nadie atado e indefenso. Sin embargo, Maissy afirmaba que lo había visto con sus propios ojos al bajar al agujero, así que se inclinaba a creerla.

Ahora Tajto estaba detenido, custodiado y herido, a la espera de que ella se repusiera para juzgarle e imponerle el castigo. No esperaba que fuese a suplicar clemencia, aunque quería que lo hiciese para darse el lujo de reírse en su cara al negársela. Le condenaría al hielo y disfrutaría con ello. Se planteaba incluso encargarse ella misma. Por eso mismo iba a retrasar el juicio hasta estar repuesta del todo, para divertirse con lo que iba a ocurrir.

Se levantó, no sin cierto esfuerzo, de la cama y se acercó a la ventana. La eterna noche le dio la bienvenida. Aún persistía la tormenta, aunque esperaba que terminase pronto. Se sentó en uno de los sofás junto a la ventana. Estar mano sobre mano, sin hacer nada, no era propio de ella. Necesitaba hacer algo, pero le habían dejado claro que no debía hacer nada que pudiese alterarla. Por ese motivo no sabía nada sobre lo que ocurría de las puertas de su cuarto para fuera. Era una sensación desesperante no enterarse de lo que sucedía, no tener opinión cuando hasta ahora todo había girado en torno a sus decisiones, deseos o puntos de vista. No le agradaba que la excluyeran del gobierno de su reino sin su consentimiento.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora