Capítulo 40

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En lo alto de las escaleras del Salón de la Reina, esperando la llegada de la pareja para celebrar la unión, Loira observaba sonriente. Miró el salón bellamente decorado y a los asistentes. Habían cambiado la típica alfombra roja para eventos políticos y legales por una azul mar destinada a enlaces que iba desde la propia puerta de la inmensa sala hasta subir las escaleras, terminando bajo su ornamentado asiento que hacía de trono. Pensó que debía mandar construir uno mejor, más grande y mucho más adornado que reflejase bien quién se sentaba en él. Los altos techos estaban repletos de enredaderas y flores y se había llenado el gran salón con árboles que creaban un bonito pasillo para los contrayentes e invitados.

Junto a ella, en lo alto de las escaleras, en los extremos, se habían situado dos platos de acero gigantes, llenos de madera y carbón para prenderlo y crear grandes llamas. De esta forma se lograba un ambiente de calidez que, junto a las plantas, los árboles y la alfombra que semejaba un río, daba la sensación de estar en medio del Trópico.

Se miró a sí misma asegurándose de que su vestido estaba bien colocado y sin arrugas y que su largo pelo, con un semirrecogido, estaba bien fijo. Para esta ocasión no llevaba los colores típicos de su ciudad. Había tenido que dejar de lado sus bonitos vestidos azules para vestir el verde ceremonial. Aunque ese vestido le hacía parecer una ninfa de los bosques con diversos tonos de verde, vaporoso y decorado con flores y trazas de hilo de oro. Incluso había pintado sus pómulos de verde oscuro para caracterizarse mejor. Había creado un ambiente digno de la unión de Siena, la hermana de la Reina, la nueva diplomática. Un evento capaz de hacer enmudecer a esos bárbaros extranjeros que tenían de invitados.

Estando situados en primera fila, ella podía ver cómo observaban cada detalle, como cuchicheaban comentando todo y sus gestos de apreciación. Estaba muy contenta. Era la primera vez que Uriel y Gabriel asistían a una unión de la Noche, aunque sabía que Trevor sí había estado en el enlace de su madre, la reina Adda. Quizá no recordase cómo fue, pero estaba convencida de que esta le parecería aún mejor.

En la boda que había celebrado para Tiberio y Davra había llevado un vestido verde más sobrio y usado, ya que era el que siempre utilizaba, sin embargo, para esta ocasión, se había hecho confeccionar uno nuevo, más espectacular, que la hacía brillar cuan ser mitológico del bosque. También había incluido más decoración natural como las enredaderas del techo y las flores. No había podido incluir más variedad arbórea puesto que no contaban con más especímenes en la ciudad, solo los pocos que podían mantener con vida gracias a las nuevas estancias aclimatadas que hacían de invernadero.

En ese momento aparecieron en la puerta principal la pareja a la que debía unir. Su hermana llevaba un precioso vestido que había diseñado ella misma para la ocasión en un precioso azul cielo. Había basado el diseño en unas antiguas ilustraciones que había visto de época romana, dejando un hombro al descubierto, cayendo suelto hasta la cintura donde se ceñía de nuevo con un cinturón azul con bordes dorados y volvía a caer hasta rozar el suelo por delante y arrastrar ampliamente tras sus pies. Menos mal que se había encargado ella del diseño en lugar de Siena; estaba segura de que, de no haber sido así, habría ido vestida como una noche normal. Como único adorno de joyería llevaba un colgante en el cuello donde pendía una luna creciente, todo en oro. El pelo se lo habían recogido en lo alto y había sido atado con un fino hilo dorado, decorado con perlas que relucían en una sala más iluminada que de costumbre. Había insistido en que la maquillaran un poco con los colores típicos, de tal forma que llevaba sombras en azul oscuro y blanco que hacían resaltar el brillo de sus ojos azules. Debía reconocer que había hecho un gran trabajo y que estaba preciosa.

Por su parte, Urai iba también muy elegante con chaqué negro con una luna creciente bordada en plata en la solapa de la chaqueta. Perfectamente afeitado y con su largo pelo rubio recogido en una coleta en la nuca con una banda en negro y plata. Una camisa azul oscuro, casi negra, asomaba bajo el traje, al igual que relucían sus gemelos plateados cuando movió levemente el brazo. Normalmente los ciudadanos llevaban los colores rasos, los miembros del Consejo se adornaban con plata y las reinas o sus hijas acompañaban los colores típicos con dorado y oro. Aún se seguían cumpliendo todas las tradiciones y a Loira le gustaba encargarse de que así siguiera siendo.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora