Capítulo 53.2

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Loira dejó pasar dos noches más antes de decidir volver a verle. Era el tiempo que había tardado en que disminuyese su enfado por la actitud que había tomado al final de la conversación. Era su palacio, su Reino y la había echado de su celda. Como si ella no fuese nadie allí. Y encima insinuando que había cosas que aún no sabía.

Le había ordenado a Arno que se callase y no contase nada sobre lo sucedido, mucho menos sobre la detención de Siena o su traición. Sabía que el chico estaba ansioso por asumir el puesto de jefe y que las acciones de su hermana significaban el exilio por lo que él era el sustituto lógico al ser el segundo al mando. Sin embargo, tenía la intención de alargar ese nombramiento ya que recordaba lo dejado que había sido mientras Siena estuvo en el Sol. Era un chico al que se le daba bien trabajar bajo las órdenes de alguien, pero no ser el que las daba.

De momento, llevaba noches enviando a Tiberio a hablar con Siena y lo único que había recibido por parte de ella eran directrices para los cazadores y cómo deberían actuar cuando se levantase la tormenta según los estados de las reservas de comida. La muy idiota seguía trabajando y pensando que estaba al mando de los cazadores aun cuando se encontraba dentro del agujero, detenida y al borde de ser expulsada. Pero seguía negándose a dar información sobre nada. Lo poco que tenía era lo que le había contado Urai y ya aseguraba que le había contado todo lo que sabía.

Tendría que improvisar y ver cómo podía exprimir lo que sabía para sacarle más información a Uriel. Sí tenía claro que quería proseguir verificando los datos que le había dado Urai. Ya había podido comprobar que era cierto lo de la cueva y El Santuario. Quería comprobar cada punto porque ya no estaba tan claro de si eran vecinos o enemigos. Y, si las cosas habían cambiado y se habían vuelto enemigos, lo mejor era conocerlos para poder prevenir.

Entró en la habitación y le encontró haciendo flexiones sin camiseta, aunque con los pantalones puestos. No parecía sentir mucho el frío, pero debía de tenerlo. El calor de la chimenea ayudaba a la calefacción, sin embargo, no debía ser suficiente para un hombre con la temperatura corporal más alta que la de ellos y que había crecido en el Sol. Se limitó a mirarla de reojo para ver quién entraba y siguió a los suyo al ver que era ella. Eso la enfureció. Buen comienzo para la nueva conversación. Su interlocutor, su preso, su enemigo, la ignoraba mientras hacía ejercicio.

— Tranquilo, tengo todo el tiempo del mundo. Continua ―dijo sentándose en la misma silla que la vez anterior, sonriendo―. Si para cuando se levante la tormenta no estoy satisfecha, te quedarás aquí más tiempo. Hasta que empiece la siguiente, por ejemplo.

— ¿Acaso Siena no te ha puesto al día sobre nosotros? ―preguntó Uriel quedándose de rodillas unos segundos para contestar antes de regresar a sus flexiones― Pensé que te habría contado algo tan básico como cuántos somos.

— Me dijo que erais alrededor de quince mil. Me ha informado de todo. Estáis más evolucionados de lo que pensábamos, pero eso no me supone un problema aquí ―contestó jocosa―. No puedes traer a toda esa gente hasta mis murallas vivos y, menos todavía, pretender entrar. Me resultaría más sencillo llevar a mi gente hasta tu puerta y sorprenderte aprovechando lo que ahora sabemos de vosotros.

— ¿Y qué piensas hacer con nuestro sistema de vigilancia? ―preguntó él aún sin mirarla, lo que fue una suerte ya que su cara le habría dejado ver su confusión. No sabía a qué se refería. Urai no le había hablado de eso y no podía contar con que Siena soltase información cuando, hasta ahora, se había negado. Estaba de parte de esos bárbaros y no la ayudaría.

— Cuando llegue el momento, si es que llega, verás lo que Siena está ideando con Tiberio. Aunque espero que nos llevemos bien, por supuesto ―contestó, esperando haber salido bien del paso.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora