Capítulo 4.2

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— ¡No puedes estar hablando en serio, Loira! —gritó Urai incorporándose en la cama— ¡No puedes hacerle eso a tu hermana!

— Puedo hacerlo y lo haré. De hecho, no veo razón para no hacerlo —contestó Loira pausadamente—. Además, ¿acaso me estas prohibiendo hacerlo? Porque no necesito tu permiso, Urai.

Loira, que estaba asomada a la ventana mirando la infinita ventisca, se dio la vuelta y le miró con superioridad, levantando una ceja tan rubia que parecía color platino. Se quedó mirándole, ignorando el hecho de que solo llevaba una bata blanca de hilo fino abierta y que dejaba ver su desnudez. Sabía que no solo era la Reina, sino que era joven, guapa y que tenía buen cuerpo. Pocos hombres se podrían negar a ella o, simplemente, no fijarse en ella físicamente. No era egocentrismo ni narcisismo, era la realidad y ella lo sabía bien.

— Soy consciente de que no necesitas mi permiso. Solo te doy mi opinión, aunque no me la hayas pedido —dijo algo resignado Urai—. No creo que esté bien obligar a Siena a unirse a alguien a quien claramente no quiere unirse. No veo motivo para hacerlo. Puedes esperar a que ella encuentre a alguien idóneo por sí misma.

— No puedo esperar —contestó Loira acercándose a la cama y sentándose al lado del torso desnudo de Urai para ponerle una mano en el pecho y hacer que se volviese a recostar sobre las almohadas—. El Consejo empieza a meterme prisa para que me una a algún hombre y tenga descendencia. Si Siena se une a Arno, a mí me dejarán tranquila una temporada.

— Vale, a ver si he comprendido bien —suspiró Urai mientras se frotaba los ojos con los dedos de una mano y posteriormente los pasaba por su largo pelo rubio hasta dejar la mano apoyada en su nuca—. Como a ti te parece un incordio lo de tener que unirte a un hombre, vas a hacer que sea tu hermana la que cargue con eso antes de tiempo, solo para librarte tú por un año o dos más. O sea, que vas a destrozarle la vida a tu hermana por un par de años más de escapar de tus deberes como mujer y como reina.

— Como resumen es bastante correcto —dijo Loira con una mueca y volvió a levantarse de la cama—. Pero hay algo en lo que sí tienes razón: no te he pedido tu opinión sobre ello. Solo lo he comentado en voz alta.

— Creo que deberías ser tú quien se una a alguien. No sé porque no quieres hacerlo ya. Tú no eres de esas mujeres que está esperando al amor de su vida, creyendo que eso realmente existe —siguió Urai ignorando el comentario tan despectivo que había hecho ella.

— Por supuesto que no estoy esperando el amor de mi vida. La población de nuestra ciudad es muy limitada. Intentar encontrar el amor entre una población de cinco mil habitantes es una sinrazón. Y eso, suponiendo que una crea en eso del amor. Que yo no creo —tenía que aclararlo, aunque era algo que ya le había dicho en alguna ocasión durante el tiempo que llevaban liados—. Tú conoces sobradamente a todos los que viven aquí. ¿Quién crees que sería idóneo? ¿Tú?

— No, sé que yo no soy idóneo para ti. Ya lo has dejado muy claro en demasiadas ocasiones durante el último año. Además, tampoco estoy interesado en unirme a ti —ante el comentario ofensivo que ella le había hecho le estaba devolviendo el golpe, estaba claro. Siempre había notado que él sentía algo por ella, por eso se había esmerado en recalcarle que nunca serían nada más para que no guardase falsas esperanzas. Había sido una buena chica en ese aspecto, al menos bajo su propio criterio.

Urai se levantó de la cama para empezar a vestirse, pero ella no iba a permitir que, encima de contestarle de esa manera tan brusca, además se fuese con la última palabra.

— Siempre has estado interesado en unirte a mí. Te he visto en la mirada y en tu forma de tratarme que era eso lo que deseabas realmente de mí. No hay problema en que te mientas a ti mismo, lo entiendo. Te he rechazado muchas veces y es tu mecanismo de defensa. Pero no te preocupes. De momento, no tengo intención de romper nuestro acuerdo. Seguiremos como hasta ahora porque seguiré sin unirme a nadie un par de años más, si lo de Siena sale bien —le intentó tranquilizar. Seguramente estaba tenso porque pensaba que se le acaba el tiempo con ella y por eso estaba más reaccionario de lo habitual. Urai solía ser un chico muy complaciente y tranquilo, poco dado a llevarle la contraria y menos aún a contestaciones como la de hoy.

— Tienes razón, Loira. Mis actos, palabras y acciones te han dejado claro desde el principio que yo sentía por ti más de lo que tu sentías por mí. He tenido muy clara la situación porque te has encargado de repetirme, una y otra vez, que yo no era correspondido, que yo era poco para ti —dijo Urai abrochándose los pantalones y cogiendo la camiseta de manga larga del suelo para ponérsela—. La diferencia entre aquel chico de hace un año y el de ahora es que el chico que soy ahora te conoce. Y a este chico ya no le gustas, no quiere unirse a ti, no quiere nada contigo. De hecho, no quiero continuar esta aventura contigo.

— No estás hablando en serio, Urai —dijo ella sonriendo de forma magnánima—. Ahora estás enfadado, pero en cuanto estés más relajado y con la mente fría, verás que te has equivocado y que esto no es más que una pataleta de crío chico.

— Ahí te equivocas, Loira —dijo Urai poniéndose ya las botas, sentado en la cama de nuevo — Hacía tiempo que venía pensando que me había equivocado contigo, que no eras la chica que creía que eras cuando empezamos esta relación. Y lo de hoy ha terminado de confirmar mis sospechas. Si ya me planteaba poner fin a esta relación, ahora ya tengo todos los motivos que necesitaba y quería.

— Alto ahí —dijo ella al ver que él ya se había terminado de vestir y se dirigía hacia la puerta— ¡No puede ser que estés rompiendo conmigo por mi hermana!

— Para de echar a los demás la culpa de lo que te pasa a ti, Loira. No te dejo por tu hermana, te dejo por lo que tú le quieres hacer a ella —dijo Urai ya con la mano en el pomo de la puerta—. Lo que pretendes hacerle a Arno, condenándole a una unión con alguien que no le quiere, y a tu propia hermana, arruinándole la vida con un chico del que no soporta ni que le roce; y todo en beneficio tuyo, me demuestra que eres una mujer egoísta. Una mujer que no quiere ni a su propia hermana, ni a su propia sangre. ¿Qué tipo de relación se puede tener con una mujer que no tiene sentimientos por nadie?

Dicho esto, Urai salió por la puerta calmadamente. No pegó un portazo, no hizo ninguna escena. Quizá no estaba enfadado como ella había creído.

Loira se levantó de la cama lo más dignamente que pudo. Estaba muy enfadada. Pero que era cierto lo que había dicho. No tenía sentimientos por nadie. Ni por su hermana ni por él. No estaba enfadada por el hecho de que no la quisiera ni porque no quisiera nada más con ella. Sus pensamientos solo se centraban en que ella era la Reina y acababa de dejarla cuando debería estar ahí para ella y ser ella la que decidiese cuando poner fin a la relación.

Se metió en el baño colindante para darse una ducha y se quedó delante del espejo, mirando a la chica de rasgos delicados, pero sí, ciertamente fríos, que le devolvió la mirada. Una sonrisa ladeada y algo egocéntrica se dibujó en su cara. Volvería a ella de nuevo. No había muchas chicas en edad de unirse a un hombre, ni siquiera en edad de buscar simples juegos y aprendizaje. Volvería y entonces ella le diría que no y lo haría con sumo placer.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora