Capítulo 51.1

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Loira recibió a Arno en su dormitorio la misma tarde de la noche que regresaron de su viaje por provisiones. No sabía qué le ocurría ahora a ese chico, solo esperaba que fuese rápido porque no necesitaba perder el tiempo con más tonterías. Le hizo pasar, pero no le permitió sentarse. De hecho, le esperó de pie, junto a la ventana. De esta manera no se pondría cómodo y sería breve.

— Bien, Arno. Ve al grano que tengo muchas cosas que hacer ―ordenó Loira como saludo al segundo al mando de los cazadores. Siempre le había parecido el típico tonto útil. Un hombre algo falto de inteligencia, pero fácilmente manejable. Aunque le había cogido cierta inquina tras aquella noche en que tuvo la osadía de venir a recriminarle que le diese permiso a Siena para unirse con Urai. Estaba dejando de verle tan útil, la verdad.

— Venía a informarle de unos movimientos sospechosos que he observado. Sin embargo, y para asegurarme de no cometer errores, quería preguntarle primero si usted ha autorizado un nuevo encuentro con los miembros del Sol ―indagó. No parecía dudar de la respuesta que iba a darle. Quería que ella razonase primero y se pusiera en situación antes de darle la información. No tenía ganas de jugar.

— No hay ninguna reunión pendiente con ellos para nadie. Al menos, que yo sepa y, si sabes algo a ese respecto, más te vale empezar a hablar. No me gusta que la gente se haga la interesante conmigo y alargue horas una simple conversación de cinco minutos ―ordenó ella― ¡Abrevia!

— Supongo que no tenía constancia de que Siena visita a la antigua Reina Azumara cuando va a la zona sur de la Tundra, acto prohibido para empezar, porque está exiliada. Hasta ahora he guardado silencio al respecto por no traicionar a una superior, sin embargo, en este viaje, fue de nuevo y la seguí. Mi sorpresa fue que, tras estar una hora dentro de la casa, salió acompañada del Rey Trevor y su hijo Uriel. No sé por qué motivo se reunirían a escondidas, sin su permiso o conocimiento, y, menos aún, por qué lo harían en un sitio prohibido. Solo me cabe pensar que no era para nada lícito ―informó el joven sin casi tomar aliento.

— Supongo que estás seguro al cien por cien de que era mi hermana y de quiénes eran los demás, ¿verdad? ―preguntó sabiendo la respuesta. No sabía aún cómo reaccionar.

— Sí, estoy totalmente seguro ―aseguró Arno, tieso sobre sus pies.

— Lo suponía ―suspiró pausadamente― ¿Algo más?

— Sí, mi Reina. No la he quitado el ojo desde que presencié esa reunión clandestina y he visto, justo antes de venir a reunirme con usted, que su hermana se dirigía hacia la muralla, hacia la puerta norte.

— Por ahí está el puerto. No veo el misterio ―dijo con tono cansado. Tenía mucho que pensar y este chico la estaba entreteniendo con sus tonterías.

— A eso iba. Se ha metido entre las casas derruidas. Por ahí no hay nada hasta la muralla. Me ha resultado extraño, pero, como he tenido que venir aquí, no he podido seguirla a ver dónde se dirigía. Solo puedo decirle que nadie suele ir por ahí porque no hay nada que ver.

— Bien. Búscala y síguela sin que te vea hasta que averigües qué es lo que hay ahí que tanto le llama la atención. Yo pensaré qué hacer con la información que me has dado sobre su reunión con los del Sol ―le ordenó―. Regresa a informarme cuando tengas respuestas.

Que su hermana fuese a ver a Azumara no era algo que realmente le importase. Visitar a una anciana lo veía como una de las muestras de caridad de Siena, más que un quebrantamiento de la ley. Si fuese eso solo no se molestaría en encontrar un castigo, posiblemente lo ignoraría y la dejaría continuar yendo. Nunca había pensado hasta ahora que su abuela pudiese ser un peligro. Sin embargo, el que hubiese cedido su casa para una reunión clandestina era otro tema. Implicaba que tenía una relación estrecha con los del Sol, que no se había mantenido al margen de la política de la Noche a pesar del exilio y, ahora, participaba en una reunión de la cuál la actual Reina no había sido informada. No tenía buena pinta la situación para su desconocida abuela.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora