Capítulo 38

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Loira estaba bastante contenta por lo bien que estaba yendo la fiesta. La ceremonia había quedado impresionante y esperaba que hubiera sido del gusto de todos, sobre todo de sus invitados. Quería que viesen el poderío de su ciudad y de ella misma, sin tapujos literalmente. Se sentía terriblemente poderosa en esos momentos, compartiendo aquel momento con todos los ciudadanos y viendo las miradas de asombro de los extranjeros. Estaba segura de que no tenían todo aquello en su pequeño pueblecito abrasado por el sol.

Vio cómo se acercaba Uriel a ella con una copa de vino en la mano. Aquel chico que conoció hacía años, cuando eran unos críos, ya se había convertido en todo un hombre. Había dejado de ser un larguirucho desgarbado con cuatro pelos esparcidos por la cara que pretendían ser un intento de barba, a un hombre alto, robusto, de músculos desarrollados por cómo se marcaban bajo la ropa, barba poblada, aunque perfectamente perfilada y unos ojos oscuros que dejaban entrever demasiada inteligencia. Pocas veces le había visto sonreír, ni siquiera cuando eran más pequeños. Nada que ver con su hermano Gabriel que era más bromista y relajado.

Se quedó parado frente a ella y le tendió la mano para que se pusiera de pie. Le miró dubitativa, pero él mantuvo la mano extendida mientras le pedía que bailase una pieza con él. No pensó que aquel bárbaro supiera bailar, aunque fue una grata sorpresa cuando supo cómo moverla por el salón. Tras la cena se habían retirado gran parte de las mesas, dejando un enorme espacio vacío para que se pudiesen bailar todos los estilos musicales y que no se chocase demasiado la gente. Realmente nadie sabía bailar ningún estilo de música, solo se movían como pensaban que sería. No había tiempo durante la jornada de aprender, era un talento inútil, salvo para ella que había tenido acceso a tutoriales y videos y algo sí había calado en su mente. Sin embargo, por su forma de llevarla, a él sí le habían enseñado bien a moverse y guiarla, hasta el punto de que sintió que ella sabía realmente bailar. Se convirtieron en el centro de atención, pudo sentir todas las miradas fijas en ellos.

— Bailas muy bien, Loira —susurró contra su sien.

— Gracias, aunque soy consciente de que es obra tuya —contestó ella susurrando también, aunque sin entender el porqué de hablar bajo.

— Hay que saber mandar —dijo, haciéndole dar una gran vuelta sobre misma para atraerla de nuevo contra su pecho— en todo.

— ¿En todo? ¿Crees que me estas mandando? —preguntó ella echándose hacia atrás para mirarle a la cara.

— No, aquí solo te estoy guiando —aclaró, haciéndole dar una vuelta rápida sin soltarla y manteniéndola firmemente agarrada de la cintura para que no perdiera pie y tropezase—. Somos buenos bailando juntos. Eso me hace preguntarme en qué más seremos buenos juntos.

— No eres especialmente sutil, Uriel —le dijo advirtiéndole con la mirada y el tono de sus palabras—. Una relación entre tú y yo está prohibida. Sea del tipo que sea, porque me huelo que no me estás haciendo una proposición de matrimonio, sino algo más pasajero.

— Eres demasiado locuaz, sin embargo, te equivocas. No te estaba insinuando que te acostaras conmigo —explicó sin embellecer sus palabras, aunque sin perder la sonrisa—. Tampoco te estaba pidiendo matrimonio, tengo clara tu respuesta en caso de cometer la locura de hacerlo: sería un rotundo no. Tenía otras ideas en mente.

— Si no te referías a nada de lo anterior ¿de que estabas hablando? —preguntó perdida.

— Del asesinato —dijo él, acercándola aún más contra su pecho para que nadie escuchase la conversación—. Se nos da muy bien hacerlo juntos, aunque la próxima vez me gustaría que me informaras de tus planes antes de que los lleves a cabo. Me gusta saber de antemano si puedo ser culpado por algo.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora