Capítulo 45.1

31 7 0
                                    

La tormenta de arena duraría el resto del día por lo que Siena aprovechó un rato libre que tenía tras la comida para entrenar un rato. Le habían dicho dónde se encontraba el gimnasio así que, mientras todos estaban ocupados con sus respectivos trabajos, ella entrenaría para no perder su forma física ni masa muscular. En la sala, repleta de multitud de máquinas curiosas que no había visto nunca, se encontró un grupo de hombres y mujeres que reconoció de haberlos visto en la sala de vigilancia cuando Alyssa la llevó allí. Parecía que no era la única que iba a aprovechar la tormenta para hacer ejercicio.

Tras valorar si usaba por imitación alguna de las máquinas para no interrumpir a los demás con preguntas sobre su modo de empleo, se decantó por ir a trabajar un rato con las pesas y hacer algo de elasticidad para empezar. Seguiría observándoles para ver si aprendía cómo se usaban esas invenciones sin tener que pasar por el mal trago de parecer inculta, dejando claro que no sabía ni lo que eran ni cómo se usaban.

No llevaba mucho rato calentando con pesas de poco peso cuando vio entrar a Uriel por la puerta, vestido con ropa de deporte. Ese hombre la alteraba, le parecía demasiado alto, robusto, serio, demasiado todo. Le vio subirse a lo que había escuchado llamar cinta de correr y encenderla. Rápido entendió el concepto del nombre y cómo la manejaba Uriel. Estaba segura de que podría usarla sin problema cuando terminase sus ejercicios y así hacía algo de cardio. Lo cierto era que esos momentos de gimnasio y agotamiento físico la ayudaban a cansar un cuerpo con una mente demasiado activa. De esa forma se dormía más fácilmente y esperaba que hoy le sirviese de la misma manera ya que tenía tanta información en la cabeza que su cerebro no le dejaba descansar para asimilarlo todo.

— Siena —la llamó Uriel bajándose de la cinta de correr y acercándose a ella, secándose el sudor del cuello y la frente con una toalla—. No te he visto al entrar, aunque no me sorprende verte aquí. Me dijeron en la Noche que eras una gran cazadora y que entrenabas duro para ser la mejor luchadora y tiradora.

— Eso intento, sí —contestó dejando que su tono mostrase parte del orgullo que sentía.

— Bien, me alegro porque aquí nadie se enfuerza demasiado. Solo lo justo para estar en forma. Así que dime, ¿te apetece un combate conmigo? —preguntó sonriendo. Siena le miró fijamente intentando ver alguna finalidad oculta más allá del mero ejercicio, pero no encontró en su mirada nada que le alarmase.

— De acuerdo —su sonrisa fue sincera. Tenía muchas ganas de medirse con un hombre del Sol y más con él, que se entrenaba para ganar la competición por el trono cuando el Rey actual muriese. Tenía que ser, por fuerza, el mejor de todos ellos y eso le encantaba. En la Noche ella era la mejor y el único que de vez en cuando la ponía en auténticos apuros o la ganaba era Arno.

Fueron hasta un tatami en el lateral del gimnasio mientras los demás se colocaban alrededor para ver el espectáculo. Le prestaron unas vendas para cubrir muñecas y nudillos y Uriel le dio una botella de agua fría sonriendo, mientras decía que ya podía beber agua que no fuese un caldo. No tenía protector bucal propio, pero le prestaron uno neutro nuevo, que tenían allí de repuesto, y que se ajustaba bien a sus dientes. Al menos debía agradecer que estuviese sin usar.

El combate no comenzó bien, tras varios cruces de puñetazos y patadas se daba cuenta de que Uriel no se estaba esforzando al máximo. La estaba midiendo y viendo hasta dónde llegaban sus fuerzas y eso la preocupaba. Prefirió no pensar en ello y se centró en lo que sabía hacer y en estar muy atenta a cada movimiento para encontrar sus debilidades. No tardó en darse cuenta de que dejaba el costado descubierto tras dar un puñetazo y tardaba un par de segundos en cubrirlo correctamente. Aprovechó ese dato para atacar con un puñetazo certero tras esquivar un golpe suyo. Le dio justo en las costillas y sintió como su adversario se encogía ligeramente hacia ese lado, movimiento que aprovechó para lanzar un gancho a la barbilla que le hizo cerrar los ojos los segundos suficientes para que ella hiciese un barrido y le tirase al suelo, dónde se colocó sobre él para darle de lleno en la cara hasta que él la apartó, tan rápido que no supo cómo lo hizo. En un parpadeo se encontraba al otro extremo del tatami mientras él se levantaba de un salto como si no hubiese pasado nada. Solo le sangraba ligeramente la nariz y tenía lacerada una ceja. Los observadores aplaudían y vitoreaban, aunque no tenía del todo claro si a su favor o en su contra.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora