Capítulo 59.1

21 6 0
                                    

Loira se acercó al espejo y se miró en él. Hacía tiempo que había dejado de negar lo evidente y menos ahora que estaba comenzando a ser visible para el resto. En cuanto se dio cuenta de lo que sucedía encargó a su costurera de confianza ropa más ancha, varias tallas más grandes, aduciendo que estaba cansada de esa moda de ropa ceñida y quería un cambio. Para todos, los actos de Siena y su partida habían supuesto para ella un shock y eso la estaba haciendo tener un comportamiento distinto. No solo habían sido cambios en su forma de vestir sino también en sus costumbres. Había comenzado a hacer todas las comidas en su cuarto, cambio que había sido de forma progresiva para que no fuese muy chocante para nadie. También había espaciado las sesiones del Consejo y había empezado a reunirse con ellos en la privacidad de su dormitorio y solo de uno en uno, máximo dos. Si debía haber una reunión del Consejo que no pudiese ser pospuesta iba, pero se aseguraba de llegar antes que nadie y de estar sentada para cuando todos entrasen. Poco a poco había ido creando una imagen de mujer que se deja engordar, que se deja en su imagen, que descuida sus funciones como Reina y que se aleja de todo y de todos. Les tenía asombrados y confundidos.

Se quedó mirando su reflejo mientras se daba cuenta de que el momento de la retirada había llegado. No podía seguir ocultando su embarazo, ya ni las ropas anchas podrían disimularlo. Durante los últimos siete meses había podido esconderlo y agradeció que su vientre no se notase hasta casi el quinto mes de embarazo, donde comenzó a esquivar el contacto innecesario con la gente. Ahora ya se daba cuenta de que era cuestión de pocas noches que alguien se fijase en su abultado vientre y sacase las conclusiones obvias. No podía permitirse que nadie se enterase de su situación porque no podía dar el nombre del padre, ya que estaba segura de que el bebé no sería como ellos y sería muy obvia su procedencia, sobre todo para todo aquél que supo del cautiverio de Uriel en palacio y de sus visitas diarias a su dormitorio. La expulsarían y eso sería terrible, no solo para ella que terminaría exiliada como su abuela, sino para todos, puesto que su hermana y heredera también estaba exiliada. No podía dejar que la echasen con un bebé recién nacido en brazos y sin sustituta como Reina. Había muchas mujeres en la Noche y, después de siglos de consanguineidad, todas tenían sangre del linaje real. Cualquiera de ellas tendría derecho al trono, pero no sería conveniente ese vacío de poder, esas luchas internas por ver quién tenía más derechos y, además, la que accediese al trono no tendría ningún tipo de formación y podría destrozar todo lo logrado por ella y sus antepasadas. Había mucho en juego y ella no podía perderlo todo por un bebé que era un error. No había tenido forma de abortar sin acudir a un médico y tener que explicar por qué no tenía el niño cuando eran el tesoro más preciado para ellos. Había esperado que se fuese por sí solo, que fuese un aborto espontáneo como les pasaba a muchas mujeres, pero era fuerte y siguió creciendo en su interior. Y ahora ya no podía disimularlo por más tiempo.

Habiendo tomado la decisión meses antes, mandó llamar a Elster y a Urai a su dormitorio. Era el momento de poner en marcha la maquinaria y ver si su actuación depresiva durante los últimos meses había surtido efecto. No tardaron en llegar y sentarse frente a ella. Ya no recibía a nadie en su mesita de té, sino tras su mesa de escritorio para asegurarse de que esta ocultaba su embarazo.

― Gracias por acudir tan rápido a mi llamada ―agradeció ella mientras ellos se sentaban con gesto preocupado―. Necesito hablar con vosotros sobre un tema importante para mí.

Se limitaron a quedarse callados a la espera de que les explicase el motivo de por qué estaban allí. Había ensayado esto durante meses, sabía lo que debía decirles y cómo, pero las frases se le mezclaban en su cabeza. Había temido la llegada ese momento, aunque siempre lo había visto como algo lejano que tendría que hacer, pero que tardaría suceder. Y ahí estaba el momento, había llegado, y ella estaba de pronto sumamente nerviosa. Había mucho en juego y no quería que todo se echase a perder por un error suyo de último momento.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora