Loira llevaba un rato inmóvil en su dormitorio, sentada en su sofá azul. Ahí se había quedado, como petrificada, tras la partida Urai. No estaba segura de si debía alegrarse de haber desayunado antes de sus noticias o si debería haberlo retrasado. Por un lado, se alegraba puesto que se le había cerrado el estómago, así que no habría podido tomar nada y, por otro lado, se arrepentía porque ahora sentía náuseas y era consciente de que había contenido en su estómago dando vueltas.
Definitivamente, nunca había esperado este giro por parte de Urai. Siempre creyó que él se arrepentiría de la ruptura y que volvería a ella con el rabo entre las piernas. Era la mejor de toda la Noche y con diferencia; no solo por ser la reina, sino porque era esbelta y guapa. Siempre supuso que nunca la dejaría escapar y que llegaría el momento de tener que quitárselo de encima para centrarse en alguien mejor. Que incluso podría llegar a ser un problema para sus planes de unión si le tenía constantemente como un perrito tras ella. Sin embargo, se había ido y, en contra de todo pronóstico, no solo no había vuelto, sino que se iba a unir con su hermana. Debía reconocer que su ego estaba profundamente herido.
Cuando Urai le había dicho que su hermana se iba a unir con alguien, esperaba que él hubiese intercedido para convencerla de que cumpliese con su deber, ya fuese con Arno o con cualquier otro. Se había alegrado y agradeció su intromisión. Que hubiese dejado de lado sus recelos y la hubiese ayudado a manejar a Siena. Sin embargo, el mazazo de que se uniría con él fue grande. Sobre todo, porque no lo vio venir y porque nunca contempló esa posibilidad. Estaba tan segura de que él la quería a ella y que volvería, que nunca pensó que pudiese defender a su hermana hasta el punto de ofrecerle esa salida. Había estado muy errada con él y ella no solía confundirse interpretando las intenciones de la gente y menos cuando la conocía tanto como a él. Al menos sabía que no se había confundido al juzgarle antes. Urai no sabía mentir ni manipular a nadie. Se había dado cuenta de que estaba intentando hacerle sentir que esa unión era perfecta para ella. Todo el rato había estado diciendo que lo hacía por ella, para ayudarla a conseguir tiempo y también ayudar, de paso, a su hermana.
En cuanto dijo su propio nombre, se dio cuenta de que todo lo anterior lo había dicho para alegrarla y preparar el terreno para el golpe. Al igual que todo lo que dijo después iba encaminado a subirle el ego, agasajarla y ponérselo todo muy bonito para que no se enfadase. Incluso había dicho que la ruptura fue cosa de ella y él no la había corregido, había actuado como si hubiese sido así. Tales eran sus ganas de contentarla. Lo que más le había delatado, en caso de que hubiese tenido dudas a esas alturas de la conversación, fue su absurda afirmación de que se quedaba con el premio de consolación; que como no podía tenerla a ella se quedaba con su hermana por sus ansias de ser alguien importante. Cualquiera se habría reído ante esas afirmaciones porque era bien sabido que era un hombre sin pretensiones, que nunca había estado interesado en ser rey, ni miembro del Consejo, ni nada. Su mundo eran sus libros y la biblioteca.
El saber que le mentía de forma tan descarada la llenaba de ira. Siempre había sabido que sentía cierta debilidad por Siena, pero estaba con ella y veía qué sentía por ella cada vez que la miraba. Y no era lo mismo que cuando miraba a su hermana. A esa malcriada la miraba con aprecio, con condescendencia, con simple amistad. Siempre pensó que la apreciaba como si fuese una hermana pequeña. Que ahora fuese a unirse con Siena descolocaba su organizado mundo y su concepto de él. Entendía que era tal su amistad por Siena que estaba dispuesto a renunciar a todo por ella, por ayudarla. Que tampoco era una ayuda puesto que, de todos modos, debería unirse a alguien antes de tiempo.
No sabía qué era, pero había algo que no le cuadraba en la historia de Urai. El problema era que no era capaz de distinguir la nota discordante entre tanta mentira. Su instinto le decía que algo de lo que consideraba mentira era verdad o que algo de lo que creía cierto era un engaño. También pensó que quizá podría haber omitido alguna información. Loira cayó en la cuenta de que tal vez, harto de mentir a su amiguita, hubiese decidido contarle la verdad y por eso ella había decidido aceptar la unión como única salida. No podía creer que no hubiesen encontrado otra salida pensando entre los dos. Tras un rato de darle vueltas ella misma, se dio cuenta de que tampoco veía ninguna otra salida sin que Siena perdiese todo en el proceso. Se asombró de sí misma. Había puesto a su hermanita en un callejón sin salida tan bien orquestado que le sorprendió a sí misma no encontrar salida alguna a su trampa. Eso le levantó ligeramente su estado de ánimo.
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La Profecía Incumplida I
Science FictionPrimer libro de la trilogía "La Profecía Incumplida". Dos civilizaciones supervivientes luchando por evitar que la especie humana se extinga. Dos reinos obligados a entenderse para sobrevivir, tan diferentes como la noche y el día eternos en el que...