Capítulo 53.1

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Cómo un animal enjaulado, así se sentía Uriel, dando vueltas por la habitación. Le habían invitado a hospedarse en palacio y debía quedarse sin su consentimiento. Y no contentos con eso, le dejaban totalmente solo durante días. Le habían dado una habitación en el tercer piso, lo que significaba que no podía saltar desde las ventanas y lo había comprobado, por si acaso. La altura era considerable y no había puntos de apoyo para un descenso desde ninguna de sus ventanas.

Le habían dejado la habitación preparada con sábanas y mantas limpias, habían llenado la chimenea de leña y prendido un buen fuego, le habían dejado geles y toallas limpias en el baño privado del dormitorio. Pero nadie hablaba con él, ni los guardias, ni el chico de cocinas que le llevaba la comida y le mantenía el fuego encendido. Nadie. Y después de dos días, o más bien noches, ahí encerrado, empezaba a sufrir los estragos de la soledad y la inactividad. No se equivocaba, no era un invitado, era un preso que gozaba de una celda bonita y cómoda.

En esas noches había tenido tiempo para darle vueltas a la situación que tenía entre manos, analizar todo bien, aunque no había llegado a ninguna conclusión. Sentía que le faltaban datos para llegar a tener una composición de lugar realista. Por lo que había dicho Loira cuando le detuvo saliendo de la biblioteca, daba la sensación de que Siena le había traicionado y por eso se lo agradecía. Sin embargo, se la llevaron deprisa y sin dejarle decir ni una palabra, lo cual le causaba ciertas dudas. Pero, por un lado, recordaba que era casi imposible que nadie estuviese al tanto de todo si no fuese porque ella hubiese informado, aunque, por otro lado, entendía que podían haberla vigilado y tender una trampa para los dos. Podrían querer manipularle con eso.

Estaba muy confuso y, sin nadie con quien hablar, no podía sacar datos, dilucidar la posible verdad y llegar a una conclusión satisfactoria. El problema también era no saber el tiempo que iba a estar allí encerrado. Se había levantado hoy con la desagradable visión de la nieve cayendo con fuerza, con un viento que no cesaba y una visibilidad nula. No podía evitar acercarse cada pocos minutos a la ventana para ratificar que seguía nevando y eso que era consciente de que, una vez que empezaban las ventiscas en la Noche, solían durar habitualmente dos semanas de media.

Un ruido en la puerta indicó que alguien entraba. Se giró levemente para mirar quién era, esperando ver al chico que solía llevarle más leña, sin embargo, se sorprendió al encontrar a la mismísima Reina. Se quedó apoyado contra el marco de la ventana esperando a ver qué hacía. Dejó la puerta abierta para que entrase el chico de siempre cargado con una bandeja que contenía una tetera, un par de tazas y un par de porciones de bizcocho. Parecía que había decidido ir simplemente a tomar el té con él, pero Uriel no se engañaba. Ahora empezaría un interrogatorio mal disfrazado de amigable charla.

— Dichosos los ojos que te ven, por fin ―saludó él, sentándose frente a ella en la pequeña mesita de un rincón de la habitación situada cerca del fuego y de la ventana―. Llevo varias noches esperándote, niña.

— No me llames niña ―masculló por lo bajo, mirándole amenazadora―. Bueno, como has podido comprobar, está nevando. Eso significa que tendrás que quedarte un tiempo con nosotros. Habría querido venir antes a verte, pero mis obligaciones no me lo han permitido. Lamento la demora y que ahora debas alargar tu estancia aquí hasta que pase la tormenta.

— Sí, seguro que lo lamentas mucho ―contestó con la misma sonrisa falsa que esgrimía ella y copiando su absurdo tono de complacencia.

— Te aseguro que así es ―insistió ella, sirviendo en sendas tazas un líquido negruzco que no parecía tener buena pinta―. Ten, prueba el té. Está riquísimo.

— ¡Oh, vaya! ―exclamó Uriel soltando la taza tras tomar un breve sorbo y prosiguió con un tono dulce, meloso y una sonrisa encantadora― Mi enhorabuena. Hace unos años me caí a un estanque y tragué agua por error. Debo explicar que el agua olía mal y no era salubre del tiempo que llevaba estancada. Desde entonces ha sido el líquido más asqueroso que había tenido el dudoso placer de probar. Hasta hoy. Siempre sabes cómo superar mis expectativas.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora