Capítulo 23.1

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Urai se quedó con la cabeza apoyada en la puerta de la biblioteca tras despedir a Loira. No quería continuar con esa conversación porque no iba a llegar a un buen final. Con ella siempre era una constante discusión que seguía el mismo patrón. Daba lo mismo los argumentos que le diera, siempre terminaba igual: ella fija en su postura de siempre. Suspiró incorporándose, cansado de la situación y sin saber cómo ayudar a Siena y librarla de los tejemanejes de su hermana.

No iba a mentirse a sí mismo. Estaba bastante contento con que su relación con Arno no hubiese avanzado hacia nada romántico y ella no quisiera más con él que amistad. Sabía que no debía celarla puesto que no era nada suyo, solo una amiga, pero lo que sentía por ella parecía no querer desaparecer. Incluso discutía con Loira intentando hacerla cambiar de parecer por si conseguía ayudarla a librarse de ese destino tan nefasto. Porque la conocía lo suficiente para saber que, aunque accediese y obedeciese a su hermana, sería una desgraciada al lado de ese chico. Y el problema era que el tiempo se le acababa, ahora sí que se daba cuenta de ello, al escuchar a la Reina que iba a hacerlo oficial después de esta ventisca. ¿Cuánto tiempo podría tener para buscar una solución? ¿Un par de semanas con suerte? Seguramente menos... Si no había logrado nada en las últimas semanas, dudaba que la hiciese cambiar de parecer en el tiempo que le quedaba.

La única opción que se le ocurría era hacer una locura aún mayor que la que proponía Loira. Y dudaba que Siena quisiera tenerla en cuenta siquiera. Posiblemente para ella no hubiese diferencia entre que su hermana la obligase a algo, con el hacer lo contrario obligada por esas mismas circunstancias. Pero se había devanado los sesos y no encontraba solución. Lo mejor habría sido que ella se enamorase de Arno y así habría sido feliz a su lado por mucho que esa situación le hubiese dolido a él en el alma. Aunque no podía evitar alegrarse de que no hubiese sido así. Ahora se debatía entre hablar con ella y contarle todo para buscar una solución entre los dos o callarse y dejar de inmiscuirse. No sabía cómo iba a reaccionar al enterarse y, de contárselo él, tendría que comerse su ira, o sus llantos, o su desesperación, o quizá los golpes que no podría darle a su propia hermana. Estaba algo atemorizado por su reacción porque no sabía cuál sería.

Caminó lentamente hacia el fondo de la biblioteca en dirección a la puerta secreta para poder seguir trabajando un poco más con el ordenador en la búsqueda de información, planos y materiales. Con el trabajo se distraería un rato y cambiaría el rumbo de sus pensamientos. Sin embargo, llegando cerca de las estanterías del fondo, escuchó una especie de llanto. Se paró para escuchar y sí le pareció que alguien estaba llorando en algún punto cercano a él. Comenzó a recorrer las estanterías y no tardó en encontrar el origen del sonido. Sentada en el frío suelo de mármol, con la espalda apoyada en las estanterías y la frente sobre sus rodillas dobladas, se encontraba Siena. Se quedó quieto, dándose cuenta de lo que implicaba esa imagen. Teniendo en cuenta que él venía de la puerta, estaba claro que ella ya estaba dentro antes. Estaba situada muy cerca de donde había estado discutiendo con Loira y, viendo el estado en el que se encontraba, estaba claro que había escuchado la conversación.

Él había estado pensando en cómo decírselo y al final se lo había dicho la propia Reina sin saberlo y antes de tiempo. Bueno, estaba claro que hoy ya no iba a trabajar. No podía ni quería dejarla sola ahí entre sollozos. La cogió de los codos para ponerla en pie y la abrazó, dejando que ella metiese la cara en el hueco de su cuello. Siena no era proclive al llanto y menos de forma pública ni a demostraciones de cariño semejantes, por lo que era la primera vez en su vida que la tenía entre sus brazos. Disfrutó leventemente de la sensación hasta que vio que ella se tranquilizaba y se separaba un poco de él. Entonces le pasó un brazo por los hombros y la guio hasta unos sofás al fondo para que se sentara. Sabía que ahora sí había llegado el momento de comentarlo todo. Ya era consciente de la situación y había reaccionado ante ella. Solo le quedaba saber si pensaba hacer algo al respecto o si se iba a plegar a los deseos de su hermana sin plantar batalla, sin buscar opciones primero. Si toda su resistencia se iba a quedar en el llanto.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora