Capítulo 26

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Teniendo que avanzar el trabajo de la cúpula, Arno estaba ayudando a unos amigos en una de las naves. En cuanto amainase la tormenta volverían a salir para colocar los nuevos paneles e ir cubriendo mayor cantidad de la ciudad cada vez. No veía el momento de terminarla para poder salir de sus casas y pasear por las calles, incluso durante las tormentas. No como ahora, que salir fuera significaba ponerse capa tras capa de ropa y protegerse la cara para poder ver y evitar la congelación. Otro motivo por el que trabajaba sin descanso era Siena. Unirse con ella implicaba tener descendencia. Necesitaba esa cúpula para que sus hijos crecieran más libres y sanos, con menos riesgos.

Las palabras de Loira asegurándole que haría que su hermana accediese a la unión, se le venían constantemente a la cabeza y le sacaban una sonrisa. Esa unión era el culmen de todo lo que había querido, de todo a lo que había aspirado siempre. Tendría a la hermana de la reina como esposa, a la jefa de los cazadores, a una de las mujeres más bonitas de la Noche, de las más listas y bravas. Y sería suya. Eso le daría una posición muy por encima de los demás, sería la gran envidia por detrás de aquél que se uniese con la propia Reina. Aunque, teniendo en cuenta lo fría que era y el miedo que daba a veces, era posible que nunca llegase a existir el hombre que quisiera correr el riesgo de ser su marido. Y eso también era bueno para él porque, si ella no tenía descendencia, su propia hija podría acceder al trono y pasaría a ser el padre de la nueva reina. Sería maravilloso.

— Te veo muy contento hoy. ¿Pudiste arreglar las cosas con Siena? La otra noche, en la cantina, os fuisteis por separado y claramente enfadados el uno con el otro —le preguntó Rin, uno de sus mejores amigos y miembro del equipo técnico de Davra.

— Sí. Estamos bien de nuevo. Es muy posible que en las próximas noches hagamos público nuestro compromiso —dijo sin poder evitar contarlo por la euforia que sentía y las ganas de que empezasen a pensar en su nuevo estatus.

— ¿Ya habéis hablado de unión? ¿Tan pronto? ¡Si aún no habéis hecho oficial la relación! —exclamó Rin asombrado— Sí que vais rápido.

— No vamos mal, la verdad —sonrió al darse cuenta de que algunas cabezas se giraban para poder escuchar la conversación. Algunos incluso se acercaron con descaro, pero a él le daba igual. Cuanto antes lo supieran, mejor. Si la Reina decía que obligaría a su hermana y que no se podría negar, él la creía. Solo les adelantaba la primicia.

— Arno, deja de darte ínfulas. Tú no vas a unirte con Siena —dijo Neckar, uno de los que se había acercado a ellos hacía unos segundos.

— No te hagas el listo. ¡Sabré yo mejor que tú lo que va a pasar con Siena! —le respondió, riéndose de él junto con Rin.

— Pues resulta que tenía que arreglar unas cosas en palacio y he desayunado en el comedor. Allí estaba Siena junto con Urai haciendo oficial su compromiso. Se unirán cuando termine la nevada —lo dijo con un tono de burla que le crispó los nervios.

— Eso no puede ser. Tienen que contar con la aprobación de la Reina para unirse y dudo que la tengan —le contestó de nuevo con la superioridad de aquel que sabe que la Reina tiene otros planes para su hermana que no son una unión con el bibliotecario—. Además, es un secreto a voces que ella tiene un lío con Urai. No va a dar su consentimiento si es su amante.

— Entonces debe ser que esos rumores son falsos porque ellos mismos han confirmado que ya lo han hablado con la Reina y que ha dado su consentimiento. Lo he oído yo mismo cuando lo estaban contando —le informó Neckar burlándose de él y haciendo que los demás también se rieran de él. El único que no se rio fue Rin que le miraba con cierta pena.

— Eso no puede ser —susurró Arno incrédulo.

— Sí que puede ser. Vamos Arno, ya debes estar acostumbrado al rechazo. Todas te rechazan. Lo que no sé es cómo pensaste que con Siena sería diferente hasta el punto de decir que os ibais a unir. ¡Estás loco! —Neckar ya no tenía mesura en sus palabras. El problema era que no podía defenderse, aunque quisiera. Tenía razón, todas le habían rechazado. Lo que no había contemplado esta vez era la traición de la propia Reina. De todas formas, tenía que comprobar primero que todo eso no fuese una invención de Neckar.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora