Uriel había conseguido relajarse. Debía reconocer que la carta que habían recibido de Siena les había dejado a todos en un estado de enfado en el que no se aguataban los unos a los otros. Pero ya había trazado un plan y se lo expondría a la diplomática novata en cuanto pudiera. De momento, habían decidido partir el día siguiente hacia la frontera siguiendo las ordenes de la muchacha. Allí le plantearía los nuevos cambios, esperando que ella estuviese de acuerdo puesto que no podría hacerlo sin ella.
Todo habría sido mucho más sencillo si la Reina no fuese tan cerrada de mente. Si solo se hubiese abierto a dialogar sobre el submarino y le hubiese permitido acercarse un poco a ella. Pero no, tenía que ser tan desagradable y hermética como siempre.
— ¿En qué estás pensando, cielo? ―preguntó Agathe, su amante desde hacía varios años. Si no fuese por la profecía y su obligación de cumplirla, posiblemente ya se habría casado con ella y tendría algunos hijos. No es que estuviese enamorado, pero era una joven increíblemente bonita con sus ojos negros, piel tostada, una preciosa y abundante melena rizada y oscura; así como con un cuerpo hecho para el pecado con más curvas de las que él podría contar. Y, como siempre, sumamente ardiente durante el sexo e increíblemente tierna después.
— Estaba pensando en los planes de los próximos días ―respondió mientras enlazaba los dedos entre los de ella para que dejase de juguetear con el bello de su pecho.
— Volverás a la Noche a enamorar a esa Reina paliducha, ¿verdad? ―preguntó la chica sentándose con las piernas cruzadas sobre la cama sin importarle su absoluta desnudez.
— Es mi obligación. Tengo que intentarlo, al menos ―respondió acariciando las curvas de sus piernas con aire distraído.
— No es que quiera que consigas tu cometido y tenga que renunciar a ti, pero no comprendo cómo esa chica no puede sentir atracción por ti. Eres el hombre más guapo del Sol, eres inteligente y con un cuerpo que parece tallado a cincel ―dijo mordiéndose el labio mientras recorría con la mirada todo el cuerpo desnudo de Uriel que seguía plácidamente tendido en la cama― ¡Esa mujer es de hielo mientras que tú eres puro fuego!
— Una interesante particularidad del fuego es que su calor derrite el hielo. Lograré que esa Reina de hielo se derrita por mí ―contestó riendo, cogiendo la mano de Agathe para tirar de ella y que se tumbase sobre su cuerpo.
— Ten cuidado, Uriel, porque otra particularidad del hielo es que, cuando se derrite, se convierte en agua ―advirtió ella mirándole a los ojos―. Y el agua puede apagar el fuego.
— No debí decirte que me parecía hermosa ―contestó riendo mientras le daba un sonoro azote en el trasero―. Eso ha disparado tus celos y hace que no veas más allá. Solo busco cumplir la profecía y que sea bonita me facilita el mal trago de casarme con un témpano de hielo y tener que pasar tiempo en ese palacio congelado.
— Solo te pido que tengas cuidado. No me gustaría ver cómo se apaga tu fuego mientras que su hielo permanece impasible. Logra tus objetivos, pero protégete ―repitió su advertencia. Le sorprendía que Agathe le viese tan fuerte por un lado y tan débil por otro.
— No te preocupes. Haré lo que esté en mi mano por cumplir la profecía y, si no lo consigo, no volveré por allí ―la tranquilizó. Pero se esforzaría al máximo porque, más allá de su deber, estaban sus irrefrenables ganas de hacerla suya. No podía dejar de pensar en eso desde que la vio desnuda en la nieve y por Dios que derretiría ese hielo.
***
Siena descendió al claro donde se encontraba la pequeña casita de su abuela. No hacía tanto que había encontrado el valor para conocerla, aunque le parecía que habían pasado años. No estaba segura de si la encontraría sola o acompañada por los del Sol, pero sí le gustaría tener un momento a solas con ella.
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La Profecía Incumplida I
Science FictionPrimer libro de la trilogía "La Profecía Incumplida". Dos civilizaciones supervivientes luchando por evitar que la especie humana se extinga. Dos reinos obligados a entenderse para sobrevivir, tan diferentes como la noche y el día eternos en el que...