Capítulo 55

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Uriel llevaba varias horas esperando en la frontera de la Zona Neutral. Se dedicó a dormitar en la pequeña cabaña mientras esperaba a que llegasen los coches del Sol a recogerle. Sabía que le tocaría esperar, aunque se le estaba haciendo eterno. La noche anterior le habían levantado temprano para que se preparase para partir. Había escampado y le dejaban libre. Miró por la ventana y vio las luces encendidas de las calles de la Noche con alguna ventana iluminada de forma puntual, pero la mayoría de los habitantes aún dormía. Desde su dormitorio no se observaba la cúpula, estaba en el lado opuesto de la ciudad y, aunque sería altamente eficiente para el desarrollo de la vida intramuros, tenía que reconocer que ver la ciudad nevada era muy bonito.

Se dio un baño para asearse y se vistió con las ropas y el abrigo que le facilitaron. Le indicaron que habían mandado ya un correo para informar al Sol de que partiría para casa esa misma noche. Cuando salió por las grandes puertas de la ciudad, intuía que ese chico habría salido apenas una hora antes que él, por lo que habría llegado aproximadamente una hora antes que él a la frontera, habría informado al mensajero del Sol y este habría salido corriendo dirección a Atlántida para comunicarlo lo antes posible. Tenía que agradecer que ellos tuviesen un sistema de comunicación interno que facilitaba y agilizaba todo. El mensajero solo tenía que ir a una casa que justo estaba lindando con la Zona Neutral, donde tenían un ordenador preparado y, a través de la intranet, comunicar cualquier cosa estando todos los ordenadores conectados en red. Habría sido diferente si hubiesen mandado una carta a nombre del Rey ya que nadie podría haberla abierto hasta llegar a destino. Sin embargo, solo habían enviado al correo a informar de su llegada. Eso agilizaba todo.

Como había previsto, Loira no había vuelto a aparecer por su dormitorio desde que se marchó tan airada por la conversación. Le sacó de la ciudad mientras todos seguían durmiendo y fue el mismo Tiberio el que se encargó de llevarle hasta la frontera, pero ella no apareció en ningún momento para decirle adiós o desearle buen viaje, ni nada que se pareciese un mínimo al protocolo básico. Le sacaban como había entrado, como un ladrón. Y esa actitud para con él le ofendió, aunque no negaba que la comprendía.

Un ruido a lo lejos le despertó, alertándole de que se acercaban vehículos. Se levantó aún con la ropa que le habían dado en la Noche, aguantando el extremo calor que sentía con aquellos pantalones tan gruesos, puesto que el resto de la ropa se la había quitado nada más quedarse solo en el pequeño claro fronterizo. Tiberio apenas le había dirigido la palabra en las largas horas de viaje, se había centrado en conducir y en ignorarle. Lo único que le había dicho al dejarle era que esperaba no volver a verlos a ninguno por la Noche, puesto que solo les traían problemas. Al parecer las órdenes de la Reina habían dejado claro que se había acabado el trato cordial entre ambas civilizaciones y, curiosamente, Uriel estaba seguro de que no había sido por su intento de robarles la información, sino por el mal final que habían tenido ellos dos. Lo veía como una acción personal, no meditada, ni dialogada con su Consejo, hecha en un momento en caliente y guiada por sentimientos que no deberían inmiscuirse en relaciones comerciales o diplomáticas entre las dos únicas poblaciones humanas de toda la Tierra. Pero así estaba ocurriendo. Su padre estaría furioso puesto que ya sí sería imposible que esta generación cumpliese la profecía. No estaban más cerca de lograrlo, sino más bien, todo lo contrario.

— ¡Uriel! ―gritó su padre según se bajaba del coche yendo directo hacia él― ¿Estás bien?

— Sí, padre. Me han tratado bien, tranquilo ―respondió mientras abrazaba a su padre y después a Gabriel.

— Cuéntanos qué pasó porque la única razón que trajo tu conductor fue que había llegado Tiberio y le había dicho que se marchase, que serías su invitado por tiempo indefinido. Tras eso, estuvimos pendientes y supimos que estabais en plena tormenta, por lo que entendimos que, de dejarte regresar, sería cuando pasase. Aún no nos habíamos percatado de que había finalizado la nevada cuando recibimos el aviso del mensajero ―dijo mientras se sentaba en un banquito de madera que había entre el camino y la casita de madera. Uriel conocía lo suficiente a Trevor como para saber que era como una bomba de relojería. Estaba conteniéndose por no explotar antes de conocer una historia que ya creía intuir. Lo peor era ser consciente de que lo que iba a contarle no iba a aplacar su ira, sino a incrementarla―. Cuéntanos que ha pasado.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora