Capítulo 24.1

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Tiberio había recibido noticias de que Tajto se dirigía hacia el hospital y eso le había puesto nervioso, por alguna razón. Caminó a paso rápido hacia la puerta por la que habían visto entrar al antiguo diplomático y entró a lo que era la sala de espera de la clínica. Al estar en un ala de palacio no era necesario salir a la calle para entrar o salir. Si fuera ése el caso, le sería más difícil entrar y salir a Taj, al menos dejaría un rastro de nieve en el suelo. Se dirigió hacia unas cristaleras donde se veían parte de las estancias donde estarían los enfermos, de haberlos. Por suerte, ahora no había ningún paciente. Ni tampoco vio a Tajto. Suponía que había ido a buscar algún tipo de medicamento que pudiese hacer las veces de veneno. Un ruido en la sala de farmacia le alertó y supo que su intuición no iba desencaminada.

Se acercó a la puerta de la farmacia y le vio revolver varios cajones con cierta prisa. Sintió unas ganas irrefrenables de darle una paliza, sin embargo, esperó para hablarle a que se diese la vuelta tras encontrar lo que buscaba.

— Buenas noches, Tajto. ¿Qué haces en la farmacia? ¿Te encuentras mal? —preguntó Tiberio apoyado en el marco de la puerta, cortándole el paso para que no pudiese marcharse sin contestar.

— Si, me dolía un poco la cabeza y he venido a por unos analgésicos. Estoy bien, gracias —contestó con sonrisa de superioridad quedando frente a él, esperando a que le dejase pasar.

— No se pueden coger medicamentos sin permiso, Taj. Todos lo sabemos. Te lo debe dar uno de los médicos —le dijo sonriendo, le había pillado.

— No había ningún médico y me estalla la cabeza. Mañana hablaré con alguno de ellos para informarles de que lo he cogido para que lo repongan. Seguro que lo entienden y no habrá problema —espetó devolviendo la sonrisa de forma falsa y altanera.

— ¿Podrías enseñarme el blíster que llevas? Seguro que ahora me cruzo con alguno de ellos y le puedo informar de lo que has cogido y así te quito problemas —pidió sin dejarle pasar aún, casi abarcando con su amplio cuerpo el ancho del marco de la puerta.

— ¡Claro! —dijo mientras sacaba un blíster de pastillas del bolsillo y se las enseñaba. Las conocía, sí que eran para las migrañas. Juró para sí mismo. Tenía que haber dicho que le registraba, aunque no tuviese motivos, en lugar de jugar a ese estúpido juego de pillarle en un renuncio. Vio cómo se le ampliaba la sonrisa mientras le veía la cara, observando las pastillas que tenía en la mano— Si los ves díselo, aunque de todas formas vendré mañana para decírselo, por si acaso no coincides con ninguno. Si no tienes inconveniente ya ¿me podrías dejar pasar?

— Sí —contestó reticente, quitándose de la puerta para dejarle paso a regañadientes. Sabía que había cogido algo más de los cajones de la farmacia, pero sin registrarle no podía saberlo. Y no podía registrarle sin que él le pidiese explicaciones que no tenía. No sin delatarse. Ya se había arriesgado mucho. No quería que Tajto pensase que le estaban vigilando porque sería más cuidadoso y le prefería relajado y cometiendo errores.

Tuvo que dejar que se marchase sin tener claro qué se había llevado, aunque dispuesto a averiguarlo. Fue corriendo en busca de Maissy que, supuso, se encontraba en el laboratorio. Allí estaba, como cada noche desde que le encomendaron la titánica tarea de salvar su civilización del desastre genético. Dándole pocas explicaciones le pidió que le acompañase a la farmacia para que revisara el suministro que quedaba. Ya que no sabía lo que se había llevado, esperaba saber lo que faltaba.

Maissy le explicó que todas las noches, antes de irse, abastecían la farmacia con aquello que habían gastado para que siempre tuviesen lo suficiente para una emergencia. A pesar de lo extraño de la petición de Tiberio, la doctora no puso objeciones y revisó uno a uno todos los cajones.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora