Capítulo 27.2

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— No estoy hablando contigo. Hablo con él —le cortó ella reprendiéndole mientras señalaba al preso con el dedo. Se quedó quieta delante de él y se agachó para que su cara quedase casi pegada contra la suya, para que sus ojos mirasen los suyos y no pudiese rehuirla—. Este es el trato que te ofrezco y piénsalo bien porque solo voy a ofrecértelo una vez. Si me dices cuál es el veneno que has usado con Loira te quito la pena de muerte de tu horizonte y te la condono por pasar el resto de tu vida aquí abajo, en el agujero. Sin embargo, si tras decirme qué le has inyectado, me contestas a todas las preguntas que te haga, te condonaré la pena de muerte por el destierro a la Zona Neutral. Además, si por algún casual, contestas y logras salvar la vida de la Reina, nos aseguraremos de que ella mantenga este trato.

— Es muy generoso por tu parte, Siena —contestó Tiberio, aunque le ignoró. Solo quería una respuesta y no era del guardia sino del prisionero. La miró nervioso, claramente valorando sus opciones y tomando una decisión.

— Le agradezco el ofrecimiento, pero no diré nada que pueda salvar a esa malnacida que tenemos como reina —contestó Tajto demostrando, por primera vez desde que ella entró en el agujero, la furia que sentía—. En el momento en que me confirmen su muerte le contaré todo lo que quiera saber, contestaré a todo y aceptaré mi castigo. Pero nunca antes.

— Ya veo. Aceptas pues la pena mayor sin intentar ayudarte a ti mismo. ¿Te doy una opción para salvar tu vida y no la coges? —preguntó ella sorprendida.

— No, aceptaría si no fuese porque sé que me estáis mintiendo. Diga lo que diga me espera el hielo. Callarme es mi manera de castigaros a vosotros. El no saber qué es, si está ya muerta o sigue viva, si la podéis salvar o no gracias a mí, sin saber mis motivos o mis cómplices. Os castigo con la incertidumbre del desconocimiento. Pase lo que pase, yo ya estoy muerto debido a mis actos, pero vosotros no tendréis por mi parte las respuestas que queréis —contestó inclinándose hacia adelante para acercarse a ella mientras la miraba desde abajo, atado a esa mugrienta silla, con una rabia que ella no era capaz de explicar.

— Yo cumpliría con mi parte del trato. Sin embargo, como te he dicho, no voy a repetir mi oferta y menos después de tu agradecida contestación —volvió a acercarse a él y a ponerse a su altura para continuar—. Pasaré al plan B. Tiberio, haz el favor de salir.

— ¿Siena? —preguntó él confuso.

— Va en serio, es una orden. Vete —reiteró ella señalando la puerta.

— De acuerdo. Avísame si necesitas mi ayuda. Me quedaré en el corredor —contestó mientras se dirigía con resignación a la puerta. Creyó ver una mirada de comprensión en su rostro antes de salir, pero no podía estar segura. Haría lo que tenía que hacer, conseguiría las respuestas que necesitaban, con la colaboración del preso o sin ella.

— ¿Sabes lo bueno de haber sido cazadora durante tantos años? —le preguntó sonriendo a Tajto mientras comenzaba a quitarse la chaqueta. Sintió el frío helador en los brazos que quedaron al descubierto y asomaban bajo una fina camiseta de manga corta con la que había estado entrenando esa mañana. Lo bueno era que la tensión de la situación le había quitado toda el hambre por la falta de desayuno. Parecía que todos se ponían de acuerdo para dirigir su vida hacia caminos que no le interesaban ni quería. La muerte de su hermana no era la solución, de hecho, acrecentaba el lío en el que Loira le había metido. No solo debería unirse igualmente a alguien, sino que además ahora tendría sobre su cabeza miles de responsabilidades nuevas que no controlaba y la pérdida total de su libertad. Tendría que decir adiós a ser diplomática, a viajar, a ver a su abuela; tendría que ser el ejemplo de rectitud que se esperaba de la reina, pero no de su hermana pequeña, de aquella que nunca tocaría el trono. Si ella podía sonsacarle el veneno lo haría, costara lo que le costase. No podía perder el tiempo en continuar con ofertas, era el momento de actuar— Lo bueno es que llevo años aprendiendo a pelear y, a diferencia de las demás mujeres que han seguido una rama más intelectual, yo puedo partirte cada hueso de tu inútil cuerpo sin sudar.

La Profecía Incumplida I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora